miércoles, 30 de julio de 2008

Los dos Dal Masetto

Todo lo que voy a contar a continuación pasó exactamente así. No negaré que en las noches de fiebre, deseo que haya sido una pesadilla. Por esta época del año, Mar del Plata alcanza su cenit estético: cielo gris, hojas de otoño regando las calles, frío, viento. El paisaje perfecto para una película de Cine Independiente. Hace algunos días, poco después de finalizar completamente las cursadas del primer cuatrimestre de la Universidad, emprendí mi típico recorrido mensual por las librerías (de usados) de la ciudad. Primero paso por el Mercado de Pulgas de la Plaza Rocha (ese domingo conseguí La tierra baldía, de Eliot y Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, a diez pesos cada uno), después tanteo brevemente las mesas de saldo de la Peatonal y los estantes de Mariano, una librería que queda dentro de la Galería Torreón donde no pocas veces me hice de libros inhallables. Más tarde observo la vidriera de Chesterton. Ahí siempre hay buenos libros que, cuando me decido a comprar, ya han sido adquiridos (como me sucedió con Viaje al fin de la noche, de Celine, hace 3 días). Por último, me dirijo a la librería Horacio que está por la Costa, frente al Provincial. Ese día me compré 4 novelas: El informe, de Martín Kohan, Mala índole, de Javier Marías, El museo de cera, de Jorge Edwards y Bosque, de Antonio Dal Masetto. No había leído a ninguno de esos autores así que, al llegar a mi casa, tiré los libros sobre la mesa y, con los ojos cerrados (suelo hacer a menudo este tipo de estupideces) elegí al azar el libro de Dal Masetto. Se trata de una novela muy curiosa (mi objetivo no es hacer un análisis detallado y no se me ocurre otro calificativo) sobre un tipo llamado Muto que llega a Bosque, un pueblo de las afueras de las provincia de Buenos Aires donde hace poco ocurrió un asalto que conmovió al país. Por circunstancias que el lector no llega a comprender del todo, Muto engaña a los habitantes del pueblo (personajes perversos de excelsa ambigüedad a los que imagino sonriendo malignamente, como sucede en ese viejo videoclip de Soundgarden) diciéndoles que allí se filmará una película sobre el atraco. La prosa de Dal Masetto es clara, precisa y su estilo clásico suele llegar a límites donde el absurdo de algunas situaciones se mezcla con el laconismo, rasgos, estos, que me agradan a la hora de leer un autor. Simplemente eso.
Ayer tuve que ir a un Hotel del centro a llevar un curriculum. La oficina donde se recibían quedaba en el séptimo piso así que me dispuse a tomar el ascensor. Junto a mí, entró un tipo mayor (de unos 70 años), canoso, de contextura física pequeña y ropas grises. Cuando estábamos en la intersección del tercer y cuarto piso, el ascensor se detuvo. El hombre pulsó el botón de alarma y, a los pocos minutos, la voz de alguien que sin dudas era el cadete (o botones) del Hotel nos indicó que deberíamos esperar una hora o más hasta que llegara el técnico en ascensores. Como el espacio del ascensor era inmenso, me senté y abrí mi bolso, sacando del interior de éste la novela de Dal Masetto. El hombre que me acompañaba escudriñó el libro y me preguntó si yo era lector. Mi respuesta consistió en un leve movimiento de cabeza puesto que me pareció más que claro que yo era un lector teniendo en cuenta que aprovechaba incluso el detenimiento de un ascensor para sentarme en él y leer una novela. Te decía, nomás, agregó, capaz que eras un farsante, como Muto, el de la novela que estás leyendo.
-¿La leyó?- pregunté, haciendo un esfuerzo (no me agrada hablar con desconocidos, no sé llevar ese tipo de conversaciones construidas a base de frases hechas y cumplidos).
-Se podría decir que sí- contestó.
Acto seguido, el tipo se sentó. Durante la siguiente media hora estuvimos conversando sobre la carrera de Dal Masetto, aunque a decir verdad el que más habló fue él, quien parecía conocer la carrera del autor como la palma de su mano. En determinado momento el ascensor bajó a planta baja y, mientras el conserje nos pedía las disculpas pertinentes, comprendí que ya no tenía intenciones de dejar el curriculum ni volver a trabajar en un Hotel. Saludé con un apretón de manos al lector que todo lo sabía de Dal Masetto y, ya de espaldas, escuché que este último me llamaba:
-¿Vos lo conocés a Dal Masetto?- preguntó.
-¿Personalmente?
-No, de cara.
-No, la verdad que no, no suele aparecer en la televisión.
-Me lo imaginaba, porque yo soy Antonio Dal Masetto- espetó, lanzando una gran carcajada y dándome algunas palmadas en la espalda.
Intercambié algunas palabras más y, riendo, me despedí de Antonio Dal Masetto como si fuera mi gran amigo.
Hace algunos minutos busqué en Google imágenes de Antonio Dal Masetto. Mi sorpresa fue grande y se aproximó al pavor: el Antonio Dal Masetto real es diametralmente distinto al que yo crucé en el ascensor. Luego de diversas hipótesis (cirugías faciales, utilización de rigurosas máscaras para impedir el reconocimiento popular al que todo escritor debe estar sometido) y comparaciones entre las fotografías de Internet y el Dal Masetto del ascensor que captó mi memoria, llegué a una conclusión siniestra: existe un Dal Masetto real (que escribe libros y nunca se cruzó conmigo en el ascensor de un Hotel marplatense) y otro apócrifo, que se endilga los libros del Dal Masetto original y se cruza en ascensores con lectores de éste produciendo innumerables malentendidos. Pienso que el Dal Masetto apócrifo pudo haber suplantado al real desde hace años sin que nadie se haya dado cuenta. Pero yo no hago caso y sigo la lectura de Bosque, aunque me pregunto, cada dos o tres páginas, a cuál de los dos Dal Masetto estaré leyendo.