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Ayer tuve que ir a un Hotel del centro a llevar un curriculum. La oficina donde se recibían quedaba en el séptimo piso así que me dispuse a tomar el ascensor. Junto a mí, entró un tipo mayor (de unos 70 años), canoso, de contextura física pequeña y ropas grises. Cuando estábamos en la intersección del tercer y cuarto piso, el ascensor se detuvo. El hombre pulsó el botón de alarma y, a los pocos minutos, la voz de alguien que sin dudas era el cadete (o botones) del Hotel nos indicó que deberíamos esperar una hora o más hasta que llegara el técnico en ascensores. Como el espacio del ascensor era inmenso, me senté y abrí mi bolso, sacando del interior de éste la novela de Dal Masetto. El hombre que me acompañaba escudriñó el libro y me preguntó si yo era lector. Mi respuesta consistió en un leve movimiento de cabeza puesto que me pareció más que claro que yo era un lector teniendo en cuenta que aprovechaba incluso el detenimiento de un ascensor para sentarme en él y leer una novela. Te decía, nomás, agregó, capaz que eras un farsante, como Muto, el de la novela que estás leyendo.
-¿La leyó?- pregunté, haciendo un esfuerzo (no me agrada hablar con desconocidos, no sé llevar ese tipo de conversaciones construidas a base de frases hechas y cumplidos).
-Se podría decir que sí- contestó.
Acto seguido, el tipo se sentó. Durante la siguiente media hora estuvimos conversando sobre la carrera de Dal Masetto, aunque a decir verdad el que más habló fue él, quien parecía conocer la carrera del autor como la palma de su mano. En determinado momento el ascensor bajó a planta baja y, mientras el conserje nos pedía las disculpas pertinentes, comprendí que ya no tenía intenciones de dejar el curriculum ni volver a trabajar en un Hotel. Saludé con un apretón de manos al lector que todo lo sabía de Dal Masetto y, ya de espaldas, escuché que este último me llamaba:
-¿Vos lo conocés a Dal Masetto?- preguntó.
-¿Personalmente?
-No, de cara.
-No, la verdad que no, no suele aparecer en la televisión.
-Me lo imaginaba, porque yo soy Antonio Dal Masetto- espetó, lanzando una gran carcajada y dándome algunas palmadas en la espalda.
Intercambié algunas palabras más y, riendo, me despedí de Antonio Dal Masetto como si fuera mi gran amigo.
Hace algunos minutos busqué en Google imágenes de Antonio Dal Masetto. Mi sorpresa fue grande y se aproximó al pavor: el Antonio Dal Masetto real es diametralmente distinto al que yo crucé en el ascensor. Luego de diversas hipótesis (cirugías faciales, utilización de rigurosas máscaras para impedir el reconocimiento popular al que todo escritor debe estar sometido) y comparaciones entre las fotografías de Internet y el Dal Masetto del ascensor que captó mi memoria, llegué a una conclusión siniestra: existe un Dal Masetto real (que escribe libros y nunca se cruzó conmigo en el ascensor de un Hotel marplatense) y otro apócrifo, que se endilga los libros del Dal Masetto original y se cruza en ascensores con lectores de éste produciendo innumerables malentendidos. Pienso que el Dal Masetto apócrifo pudo haber suplantado al real desde hace años sin que nadie se haya dado cuenta. Pero yo no hago caso y sigo la lectura de Bosque, aunque me pregunto, cada dos o tres páginas, a cuál de los dos Dal Masetto estaré leyendo.