Los pasajeros del tren de la noche, Enrique Fogwill. En primer lugar, debe tener uno de los mejores títulos de la historia de la literatura argentina. Incluso una película merecería ese nombre, una película así, extraña y tensa como el mismísimo cuento que Fowgill escribió en 1981, a meses de la guerra de Malvinas y en los estertores de la dictadura militar. Con una narración casi documental –hay testimonios de diferentes protagonistas que parecen entrevistados para la ocasión- Los pasajeros del tren de la noche es la crónica de una vuelta: la que emprenden unos soldados dados por muertos a un pueblito que, por las marcas orales (boludo, me caigo de orto), parece indiscutiblemente argentino. Como Kafka en El proceso –donde un individuo es sometido a un juicio por una infracción nunca develada- el narrador no aclara en ningún momento de qué guerra vienen y por qué sólo en ese pueblo los soldados regresan. Por consecuencia de ello, el relato es ambiguo por demás. Hay madres que lloran a sus hijos, soldados que vuelven y prefieren no hablar de lo sucedido; el tenor que se añade al relato luego de la Guerra de Malvinas es enorme. Sólo una novela sobre la misma contienda podría haber hecho olvidar este profético cuento. Y aunque parezca increíble, esa novela existió y se llamó Los pichiciegos. Las alegorías sobre la situación actual de la sociedad argentina se esparcen por Los pasajeros del tren de la noche como un reguero de pólvora. El siguiente fragmento es elocuente: “Así, estas criaturas crecen sin saber nada, iguales que los grandes, que saben, pero que andan por ahí sin darse por enterados de lo que estuvo pasando pasando todos estos años”. Con los años, Fogwill diría –con su inevitable incontinencia verbal- que se adelantó a los pelotudos. Y algo de razón tiene.
La gallina degollada, Horacio Quiroga. Practicando un tipo de violencia que la literatura argentina ya había visto alumbrar en Echeverría y Ascasubi –luego vendrían La fiesta del monstruo, El niño proletario y tantos más-, La gallina degollada, en sus breves páginas, tiene más intensidad que toda la obra de Quiroga. Autor también de entrañables cuentos para niños –suyo fue el clásico Cuentos de la selva- Quiroga escribió en el mencionado relato una alegoría sobre el resentimiento y la locura que con los años se advirtió tan feroz como inevitable para comprender la literatura argentina de principios del siglo XX; con excepción de Lucio V. Mansilla, quizás se trate del primer cuentista moderno. Manzini y Berta han tenido 3 hijos idiotas –como brutalmente los llama Quiroga- hasta que nace Bertita, una niña saludable y hermosa que no presenta ningún tipo de alteración mental ni física. Es así que crece la niña y el asco de los padres hacia los hijos idiotas. La parte final del relato, donde los resentidos hermanos atacan a la pequeña, es uno de los más sugerentemente siniestros fragmentos de la literatura argentina. Creador de un decálogo del perfecto cuentista que todo autor debería leer (Cree en el maestro –Poe, Maupassant, Kipling, Poe- como en Dios mismo, es uno de sus certeros consejos) Quiroga se suicidó dejando una obra extraña, heterogénea y a veces olvidada.
Las fotografías, Silvina Ocampo. Creadora de un mundo extravagante y femenino, Silvina Ocampo escribió una literatura mayor pero casi imperceptible para muchos, encandilados con las luces magistrales de su esposa Adolfo Bioy Casares y el despotismo de su hermana Victoria. Las fotografías, un relato de 4 páginas, se inmiscuye en las peripecias de un típico cumpleaños porteño de la década del 50’, con el fotógrafo Spirito, la agasajada Adriana y unos grotescos invitados, entre los que se cuentan la cáustica narradora. Como sucede con relatos de la misma época -Cortázar, Bioy Casares- Las fotografías parece reflejar un sector ajeno al de su autora, ese mundillo de familias peronistas y ridículas que tanto molestaban a los colaboradores de Sur. También es una metáfora sobre el cuidado excesivo: la familia que tanto ha sobreprotegido a la pobre Adriana termina matándola en pleno cumpleaños. Una paradoja, de las que tanto abundan en los cuentos de Silvina Ocampo. Con oraciones cortas y un acertado tono que intenta traducir el registro porteño de la época Las fotografías deslumbra por su singularidad y su humor negro; la agasajada, una paralítica, debe escuchar la siguiente conversación:
“Tendría que ponerse de pie- dijeron los invitados.
La tía objetó:-Y si los pies salen mal.
-No se aflija- respondió el amable Spirito-, si quedan mal, después se los cortó”
Repleto de frases memorables, Las fotografías parece captar las virtudes de una cuentista vital de la literatura argentina. “¡Qué injusta es la vida!”, dice la narradora, una más de las asistentes, “¡En lugar de Adriana, que era un angelito, hubiera podido morir la desgraciada de Humberta!”. Cosas de mujeres.
La gallina degollada, Horacio Quiroga. Practicando un tipo de violencia que la literatura argentina ya había visto alumbrar en Echeverría y Ascasubi –luego vendrían La fiesta del monstruo, El niño proletario y tantos más-, La gallina degollada, en sus breves páginas, tiene más intensidad que toda la obra de Quiroga. Autor también de entrañables cuentos para niños –suyo fue el clásico Cuentos de la selva- Quiroga escribió en el mencionado relato una alegoría sobre el resentimiento y la locura que con los años se advirtió tan feroz como inevitable para comprender la literatura argentina de principios del siglo XX; con excepción de Lucio V. Mansilla, quizás se trate del primer cuentista moderno. Manzini y Berta han tenido 3 hijos idiotas –como brutalmente los llama Quiroga- hasta que nace Bertita, una niña saludable y hermosa que no presenta ningún tipo de alteración mental ni física. Es así que crece la niña y el asco de los padres hacia los hijos idiotas. La parte final del relato, donde los resentidos hermanos atacan a la pequeña, es uno de los más sugerentemente siniestros fragmentos de la literatura argentina. Creador de un decálogo del perfecto cuentista que todo autor debería leer (Cree en el maestro –Poe, Maupassant, Kipling, Poe- como en Dios mismo, es uno de sus certeros consejos) Quiroga se suicidó dejando una obra extraña, heterogénea y a veces olvidada.
Las fotografías, Silvina Ocampo. Creadora de un mundo extravagante y femenino, Silvina Ocampo escribió una literatura mayor pero casi imperceptible para muchos, encandilados con las luces magistrales de su esposa Adolfo Bioy Casares y el despotismo de su hermana Victoria. Las fotografías, un relato de 4 páginas, se inmiscuye en las peripecias de un típico cumpleaños porteño de la década del 50’, con el fotógrafo Spirito, la agasajada Adriana y unos grotescos invitados, entre los que se cuentan la cáustica narradora. Como sucede con relatos de la misma época -Cortázar, Bioy Casares- Las fotografías parece reflejar un sector ajeno al de su autora, ese mundillo de familias peronistas y ridículas que tanto molestaban a los colaboradores de Sur. También es una metáfora sobre el cuidado excesivo: la familia que tanto ha sobreprotegido a la pobre Adriana termina matándola en pleno cumpleaños. Una paradoja, de las que tanto abundan en los cuentos de Silvina Ocampo. Con oraciones cortas y un acertado tono que intenta traducir el registro porteño de la época Las fotografías deslumbra por su singularidad y su humor negro; la agasajada, una paralítica, debe escuchar la siguiente conversación:
“Tendría que ponerse de pie- dijeron los invitados.
La tía objetó:-Y si los pies salen mal.
-No se aflija- respondió el amable Spirito-, si quedan mal, después se los cortó”
Repleto de frases memorables, Las fotografías parece captar las virtudes de una cuentista vital de la literatura argentina. “¡Qué injusta es la vida!”, dice la narradora, una más de las asistentes, “¡En lugar de Adriana, que era un angelito, hubiera podido morir la desgraciada de Humberta!”. Cosas de mujeres.