lunes, 24 de enero de 2011

Let me roll it

El espectro de la remake sobrevuela la vida moderna. Todo o casi todo es la versión de una historia ocurrida muchos años atrás. El futuro rebota entre los límites del pasado. Allí están las bandas de covers. Los discos remasterizados. Volver al futuro en 2D. Kill Gil. Los múltiples avatares digitales que hacen de nosotros mismos convirtiéndonos en una serie de preferencias, frases y videos musicales. El resultado suele ser el peor. El cese de comercialización de granos actual intentó emular el paro del 2008. Pero al igual que cuando una pareja decide hacer la remake de un amor y sale todo mal, esta vez no hubo química entre la "gente" y los terratenientes oligarcas.

Hasta hace algunos días, en el hipotético caso de que un maldito loco me interceptara por la calle y apuntándome con un revólver me preguntara cuál es la película de la historia de la cinematografía mundial que no necesita de ningún modo remake, no hubiese dudado en responder a los gritos y al borde del llanto que Let the Right One In. Me pregunto si alguien todavía no habrá visto el romance sueco entre la vampira Eli y el freak Oskar como así también por qué razón un maldito loco saldría a la calle con un revólver a inquirir sobre cuestiones cinéfilas. La respuesta está soplando en el viento y lo vamos a dejar hablar. Escuchen su rumor en la unánime noche de verano.

Las expectativas sobre Let Me In, la remake filmada por Matt Reeves, entonces, no eran tales. Nos internamos en las tinieblas del cine con la secreta esperanza de que la cinta se vaya por la banquina para estrellarse contra los espectadores al estilo Rally Dakar (el acontecimiento más irreversiblemente estúpido de la historia de la Humanidad, comento, por si alguno de esos malditos locos armados que pululan por mi mente me pregunta). La adaptación hollywoodense de un film extranjero suele transitar por el cause de la pasteurización total de sus elementos más constitutivos. De modo tal que una película densa y oscura como Let the Right One In, después de atravesar ese río, se puede transformar en un producto impersonal y listo para ser consumido por come-pochoclos obsesivos. O no.

Sin apartarse demasiado del guión original, Matt Revees añade algunas pinceladas que otorgan a su remake una identidad propia. En primer lugar, juega al Derrida pocket y deconstruye la historia: comienza por la mitad y regresa al principio. Después la ambienta en los EE.UU de mediados de los 80', con el discurso conservador de Reagan como telón de fondo y el característico pop ochentoso haciendo un contrapunto genial con los sonidos siniestros de las partituras de Michael Giacchino (responsable de la banda sonora de Lost, entre otros hitos). Se añade, a su vez, una óptica moralista, no muy presente en la original sueca, que apunta a desentrañar la existencia de cosas tales como el Bien y el Mal. Esto último, que podría ser considerado un plomo ante el habitual relativismo cotidiano, está bastante bien manejado y es entendible: el protagonista del film es un niño educado por una madre ultra-católica y no es descabellado que sienta miedo al ser cómplice de una chupa-sangre. Debe ser complicado ponerse de novio con una minita que, aunque no lo quiera, tarde o temprano, te va a morder el cuello. Está en su naturaleza. Se mantiene la estética, entre noir y gótica, alcanzando planos de verdadera belleza visual. El color sepia de algunas escenas producirá el orgasmo del fotógrafo novato.

No se trata de una versión superior, sino diferente y con eso alcanza para que se produzca el milagro de eludir la típica remake mala e innecesaria. Los actores principales tampoco se quedan atrás, aunque la interpretación de la vampira anterior (Lina Leandersson) le saca varios cuerpos a la nueva (Chlöe Moretz). Kodi Smit-McPhee, por su parte, no sólo es muy parecido a su colega (Kåre Hedebrant), sino tan paparulo y perturbado como aquel. Claro que el terror como género está utilizado nuevamente como una herramienta para narrar una historia que pone en órbita algunos de los más grandes hits del Amor (que existe, pero como la poesía, el peronismo y el rock, no se puede explicar). La interacción conflictiva entre la vampira y el nenito sensible (algo que sucede muy a menudo en el mundo real) genera las preguntas básicas. ¿Cómo adecuarse a una persona completamente diferente? ¿Se puede cambiar por amor? ¿Se debe elegir lo que se desea o lo que nos conviene como seres racionales? Ni idea.

jueves, 20 de enero de 2011

Spinetta está en su derecho

Si hay algo claro en este mundo es que Spinetta está en su derecho. Luego de discos como Almendra, Pescado 2, Artaud, El jardín de los presentes, Kamikaze y Madre en años luz, por nombrar los primeros 6 que se me vienen a la cabeza, sí, el tipo puede hacer lo que se le canta. Por ejemplo, Spinetta está en su derecho de hacer un cover de Hugo Fattoruso ("Milonga Blues") y no contento con ello irse del escenario con toda su banda a excepción de su tecladista invitado, el Mono Fontana, quien hace otra versión del uruguayo pero con las voces grabadas. Spinetta, por supuesto, está en su derecho de irse nuevamente del escenario y dejar a su tecladista titular, Claudio Cardone, ejecutar un tema propio repleto de ruidos, bases y melodías extrañas. Spinetta también está en su derecho cuando decide abusar de los sonidos de cuerdas del teclado de Claudio Cardone haciendo que todo se asemeje a la banda de sonido de una película de Disney (vieja, de mediados de los 90’). Spinetta está en su derecho de sermonear al público sobre la irresponsabilidad de tomar y manejar al mismo tiempo. Spinetta está en su derecho de tocar durante 2 horas un repertorio que elude estrictamente los clásicos (los momentos más parecidos al concepto de "una que sepamos todos" fueron "Ludmila" y "Contra todos los males de este mundo"). Spinetta sigue transitando su inclaudicable y acaso inobjetable y por qué no indispensable derecho cuando toca interminables versiones de temas bastante desconocidos como "Nelly no me mientas" o "Canción de amor para Olga" o un inédito como "Luna nueva (Mundo Arjo)". Spinetta está en su derecho de fascinarse con ese jazz pop, tenue, sofisticado y hermético que ejecuta desde hace por lo menos 10 años. Es decir, Spinetta está en su derecho, en su más elemental derecho, ¿qué digo su derecho?, debo decir "su elemento", en no alternar sus temas nuevos (algo densos, por decirlo de algún modo) con alguna que otra gema del Pasado. Fue él y no otro el que dijo que mañana es mejor y todos le creímos, así que: ¿quién se atrevería a cuestionar ese repertorio apacible, sereno, sedante? Quizás quien le pidió "Blues de Cris" en medio del recital sí, yo no, yo creo, por si no queda claro, que Spinetta, Spinetta está en su derecho. Ahora bien, como espectador que paga una suma considerable de dinero, y no estoy diciendo que Spinetta no valga ese dinero, es más Spinetta vale todo el maldito dinero de las reservas del Banco Central, incluso en un mundo perfecto Spinetta no debería rozarse con la idea capitalista-pequeño-burguesa-industrial de "dinero", Spinetta debería ser un estado del alma o un sentimiento, algo parecido al amor. Decía que como espectador que va y pone la guita y dice "dame dos entradas para Spinetta", como consumidor, como hombre que paga sus impuestos, si se quiere, diré ya explícitamente, reconociéndome desde una postura antipática, decía, perdón, parezco José Pablo Feinmann, que como espectador tengo también el derecho a calificar lo que vi y oí. Claro que como spinetteano debería morderme la lengua antes de pensar, como spinetteano estalinista, dogmático hasta la médula, sumiso hasta el punto que grita "Flaco sos Dios" sólo para que el Flaco le responda que no, que "Equivocado", sólo para entablar conversación con la Divinidad y que éste le otorgue sentido a esa vida periférica y rutinaria, igual a la tuya y la mía, esa vida que sólo se contenta con llamar a un amigo por teléfono y decirle: "¡No sabés! ¡El Flaco me contestó, loco, el Flaco me habló a mí, una masa el Flaco!". Pero no, hace tiempo que intento separar mi fanatismo de mi obsecuencia y me niego a festejarle al Flaco, al querido Flaco, hasta la forma en que se suena la nariz en medio de "La herida de París" (algo que sucedió ayer tal como lo cuento: el Flaco dejó de tocar, se sonó la nariz con un pañuelo y la gente aplaudió el prodigio fisiológico). En fin, como espectador y espero no dar más vueltas, estoy en mi derecho de decir que el recital de Luis Alberto Spinetta en el Teatro Auditorium del día 19 de enero del año 2011 fue un gran, terrible y por momentos doloroso: bodrio. Probablemente nadie lo reconozca. Ni siquiera la chica de atrás mío, sí, vos, la de pelo verde, que te quedaste dormida en la Fila 6 de la Platea Alta. Ella dirá que le encanta dormir con la música del Flaco, que es mágico dormir mientras suena "Para soñar". Otro dirá que durante esas dos horas bostezó, es cierto, se aburrió, no es menos cierto, pero voló, loco, "con el Flaco vuelo, me lleva a otra dimensión el Flaco". Si querés volar, tomate un avión y si querés otro panorama, buscá una pepa. Vi muchos recitales del Flaco, pero siempre había tenido la deferencia de alternar temas nuevos con hits o clásicos o como se quiera llamarlos. No hablo de "Seguir viviendo sin tu amor" o “Muchacha”, apenas de "No te busques más en el umbral", "Ella también", "La montaña", “Jardín de gente”, canciones que sirven para cambiar de ritmo ante los climas apesadumbrados de Pan, Un mañana o Silver Sorgo, discos buenos, discos interesantes para escuchar en la casa, en el teatro e incluso arriba de un árbol, pero discos que no encienden la mecha de un recital ni remotamente. No hablo del sonido o de la calidad de los músicos (superlativa, empezando por el mismo Spinetta y siguiendo por su guitarrista extraordinario, Baltasar Comotto) o que fue el peor recital de mi vida (allí estuvieron "Yo miró tu amor", "Asilo en tu corazón" y otras genialidades que garantizan que eso fue mejor que el 95 por ciento de los conciertos que veré de aquí en adelante), digo que la sensación es que hay una gran distancia entre lo que Spinetta quiere y lo que su público desea. Esto no es malo, sucede casi siempre y es lo que distingue a un Artista de un Showman. De otra forma Di Benedetto no hubiese escrito Zama. Ni existiría la obra de Frank Zappa. Nadie pidió que esos tipos hicieran lo suyo y cambiaron el mundo. Pero en este caso la distancia fue atroz. Spinetta se encontraba en el Polo Norte y su público en Mar del Plata, cerca de los Lobos Marinos, la Rambla y la fuente de las aguas danzantes. Sólo hizo falta ver el rostro de la marea de público que salía del Teatro para entender lo sucedido. Parecía la tapa de Oktubre, parecía que habían visto la última película de Lars Von Trier, parecía que se habían enterado de que Papa Noel no existe. La idea que me sobrevuela como spinetteano es que el recital de las Bandas Eternas fue la máxima bendición de Dios pero también la imposibilidad de escuchar en el futuro temas de Pescado Rabioso, Almendra o Invisible, como si el Flaco hubiese vuelto al Pasado (una idea que siempre despreció) por única vez y para borrarlo totalmente de su repertorio: “Ahí tienen, ahora no me jodan más”. Sin embargo todos sabemos que puede que hayamos acabado con el Pasado, pero el Pasado no acabó con nosotros. Como contestó Spinetta al que le pidió "Blues de Cris" (tal vez no lo toque para hacerle la contra a esa clase de tipos, si es así le doy la razón): "También tenés el disco". Y también tenés You Tube.


lunes, 17 de enero de 2011

Lectura en Sibelius

Como bien lo indica el cartel, este viernes 21 de enero a las 18 hs. participaré de una lectura junto a Gonzalo Viñao, escritor a cargo del blog Costa Negra. El encuentro se desarrollará en los jardines floridos de la librería Sibelius, ubicada en Güemes al 3381 en "La ciudad antes conocida como Mar del Plata y ahora conocida como la República Unida de Aldrey Iglesias". Se advierte que el que no va corre el riesgo de ser denominado "puto ortiba como J.J López" y que eso es muy feo. Queda a su parecer asistir o no a la tertulia. Además de un par de nuestros propios textos, también debemos leer algo de nuestros blogs favoritos. Todavía no decidí cuál será el elegido pero aprovecho para recomendar los nominados (?):
En fin. Sayonara.

jueves, 13 de enero de 2011

El mundo de Sofía

Después de Somewhere uno se pregunta hasta qué punto no sería mejor que Sofía Coppola, en vez de ser directora de cine, se dedique a pasar música en fiestas para iniciados. O a dirigir una discográfica. Porque luego de cuatro films lo único que podemos asegurar sobre Sofi es que tiene buen gusto musical. En ese sentido, más que una discípula aplicada de su padre, parece continuar el camino iniciado por Cameron Crowe: sus películas son sólo el pretexto de una buena banda de sonido. (O de una sola canción: "I'll Try Anything Once", el sensacional demo de "You Only Live Once", el último hit de The Strokes). Esto no tiene nada de malo, si no fuera porque se supone que el concepto de cine difiere del de video-clip. Por momentos (aproximadamente el 85 por ciento de la película), Somewhere parece un gran y sofisticado video clip. Qué interesante, pero, ¿habrá alguien en el mundo que aún quiera ver un video-clip? Destacar el envoltorio sobre el contenido es la tentación elemental de nuestra era. Allí vemos libros de poesía con accesorios. Discos con sorprendente packaging. Pero resulta que este servidor cree que la poesía se lee, no se usa y la música se escucha, no se mira. Allá él, déjenlo hablando solo con su sombra al pobre prejuicioso.

Por otro lado, el problema de Somewhere es que llega tarde: Perdidos en Tokio ya fue filmada. Lo más raro es que su directora es la misma Sofía Coppola. Extraño caso de semi-autoplagio. Johnny Marco (Stephen Dorff), un actor taciturno, superficial e inescrutable (que ni siquiera es Bill Murray), conoce a una adolescente que ni siquiera es Scarlett Johansson, sino su hija (Elle Fanning). Juntos pasan jornadas agradables, signadas por el aislamiento y la estupefacción. Aquí el estereotipo extranjero degradado es el italiano. Como los japoneses eran bajitos y serviciales, éstos son gritones y ridículos. Desde esa perspectiva, Sofi, tan moderna, es como los humoristas de Tinelli: se ríe de los que hablan otro idioma. Quién sabe cuál sería la suerte de Somewhere de no existir su antecedente, tal vez estaríamos hablando de una gran película y no de un bodrio elegante. La escena inicial, con la Ferrari de Johnny dando vueltas en círculos, remite a la secuencia de la autopista en Solaris. Sólo que aquí la alegoría es tan obvia que muere siete veces antes de tocar el piso.

Se atribuye a Umberto Eco la idea de que el hombre posmoderno no puede decirle a una dama "te quiero tanto..." porque ya sabe que eso lo dijo Sergio Denis en una canción. Sin embargo, le queda la artimaña de decir: "Como diría Sergio Denis: te quiero tanto...". De este modo elude la ingenuidad y, a la vez, logra su cometido: realizar una declaración de amor. Se saca de encima el lastre semántico de las grandes palabras aún cargando con él. Es, de algún modo, la sensación de virtualidad que ofrecen los mensajes de texto, el chat, facebook. A través de esos canales, el Otro existe pero impersonalizado, de modo tal que algunos aprovechan ese terreno para expresar lo que nunca se atreverían cara a cara. En fin, el pasado no puede destruirse (toda vanguardia tiene un límite) por lo tanto debemos revisitarlo a través de la máscara de la ironía. Es en ese plan que puede funcionar el tren posmo. Ahora bien, en Somewhere no ocurre. A la segunda vez que observamos las penosas situaciones que debe soportar Johnny Marco por su condición de estrella de cine, el chiste no causa gracia, se convierte en un drama. Y a esta altura de mi vida, amigos, los laberintos existenciales de los famosos y los niños ricos con tristeza no me generan ningún tipo de compasión, más bien todo lo contrario: me obligan a la inclemencia. Todo se convierte entonces en una broma para que los colegas del jet set hollywoodense se sientan reconocidos, se rían y lloren entre sí. La escena con Benicio del Toro en el ascensor es de un manierismo casi repulsivo. Da la sensación de que Somewhere debería haber sido una película distribuida entre el círculo cercano de su directora. De ese modo nadie se hubiese sentido un convidado de piedra, el receptor silencioso de una fiesta a la que no ha sido invitado.


martes, 11 de enero de 2011

Kill Gil: un disco que se escucha pero también existe

Tus cortes de pelo. El culto por Osvaldo Lamborghini. El desprecio de River Plate hacia Ariel Arnaldo Ortega. La tira roja que abre los paquetes de galletitas. Los hombres con rodete. Las mujeres fascinadas con el horóscopo maya. El progresismo de Amado Boudou. Amado Boudou en sí mismo.

La vida está repleta de incertidumbre, acontecimientos difíciles de asir, cuestiones indecibles que están más allá del entendimiento, pero nada se asemeja en ese terreno a Kill Gil. Primero fue un disco que se escuchaba pero no existía. Ahora se convirtió en un nuevo disco viejo. Y encima lleva por subtítulo una frase temeraria: "Un disco para mirar". Es decir, una celebración del oxímoron. O de la antítesis. O de alguna figura retórica que ponga en correlación dos conceptos que se contradicen. Ésas son las primeras impresiones que produce Kill Gil y probablemente entre tales sombras quede escondido para siempre: con la música de Las pastillas del Abuelo y Onda Vaga tan alta, ya nadie se preocupa por escuchar a Charly García. A eso hemos llegado. Cuando digo "nadie" me refiero a que "el gran público de rock" lo último que escuchó de García fue Filosofía barata y zapatos de goma. Ya lo dijo El Salmón: “Hace 20 años qué lindo era”. Es verdad que el susodicho hizo bastante para que "el gran público de rock" le de vuelta la cara, pero también se hiperbolizó (soy estudiante de Letras, nunca supe qué significa "exagerar") la imagen de que García terminó en 1991 y no hizo nada más. Como si fuera un equivalente musical de Midachi, el trío "cómico" que, atrapado en un trágico intersticio temporal, todavía imita a Horacio Guarany y la Mona Giménez. Pero, ahora bien: ¿qué carajo es "el gran público de rock"? Y en caso de existir: ¿por qué durante todos estos años formamos parte de algo tan fascista, unidimensional y monótono como debe ser, sin dudas, "el gran público de rock"? Porque, si no me equivoco, todos despreciamos Say No More, El Aguante, Sinfonías para adolescentes en beneficio del avance de bandas como... ¿Catupecu Machu? ¿"Guereli paichú soufá/ Guerelí paichú mamá/ Guerelí paichú prehué"?

Perdoná, ¿me podés traer una elipsis más grande que el patrimonio de Aldrey Iglesias? Muchas gracias.

El punto, como diría Bill Hicks, es que más allá de los avatares coyunturales antes mencionados, de la actualidad psicológica del artista, de la falta de billetes, de la posible candidatura de Miguel del Sel (un hombre que, repito, basa su prestigio artístico en imitar a Horacio Guarany), anda dando vueltas en el aire un nuevo disco de Charly García. Y si uno es un hombre de bien, debe dejarse de esnobeadas, de cooleadas, de "yo tengo bigotes y escucho The Radio Dept", sentarse, colocarse unos auriculares y disfrutar. Porque Kill Gil, más allá del dvd con las pinturas (evidente accesorio de marketing para captar ventas), es un disco para prestarle atención al sonido.

En relación al demo que se filtró en el 2007, desde el punto de vista técnico, es una versión "desseynomorizada". Instrumentos amplificados, cierta prolijidad en la mezcla, voces mejor ecualizadas. Esto se evidencia en "Mirando las ruedas", el cover de Lennon que aquí aparece inexplicablemente interrumpido a los 2 minutos. Tal vez se trate de otra claudicación producto de la "lobotomía" de Szereszevsky y Cía, pero es lo que el material que lo compone requiere y termina favoreciendo el resultado final de la obra. A veces los malos tienen razón. Hay un nivel de melodías y letras que García no había entregado desde que "el gran público de rock" (que existe, yo lo vi en Arena Beach, en los festivales de reggae, en Cromañón) le bajó el pulgar. Se pasteuriza el envoltorio, es cierto, pero la esencia se mantiene inmutable. "Te voy a dar un colchón/ Con ruedas y un planeador/ Para que puedas ver toda tu vida desde acá", es probablemente una de las mejores cosas que escribió García en su carrera. Y nos lleva al éxtasis. A la gloria de reencontrarnos con un viejo conocido que nos hizo reír y nos acompañó en momentos desdichados. Es como si viniera Dios y nos dijera: “Existo, boludo, acá estoy, ¿qué querés saber?”. ¿Te acuerdas de Charly? ¡Volvió! ¡En forma de 3 versos! "No importa", un tema poderoso, apocalíptico en forma y fondo, es una introducción a la altura de "Demoliendo hoteles" o "Necesito tu amor". "In The City That Never Sleeps" y "Break it up", son mejores que "Sólo un poquito nomás" o "Shisyastawuman", otros experimentos en idioma inglés de años atrás. En "Los fantasmas", hit instantáneo, vuelve a sintonizar con la realidad cotidiana: "El Falcon verde que usabas para pasear/ Pasó de moda, no existe más". Kill Gil salió la semana en que Videla fue condenado a cadena perpetua. Pero más allá del azar, en "King Kong", "Pastillas" (que remiten a esa vertiente subterránea de canciones tristes y sofisticadas, al estilo "Ojos de videotipe" o "Promesas sobre el bidet") y las remakes de "Transformación" y "Telepáticamente" García identifica nuevamente los dramas que acosan nuestras conciencias: el amor, la soledad, el sufrimiento, los grandes hits de la Humanidad.

Tres años y medio atrás, elaboré otra reseña de Kill Gil: Un disco que no existe pero se escucha. La verdad no entiendo porque hago lo mismo que hice ayer pero como hasta ahí nomás, como viviendo en el pasado.


jueves, 6 de enero de 2011

Lamborghini retrocede

Osvaldo Lamborghini es un autor de esos que dan más ganas de decir que lo leíste ante una tribuna que de leerlo en la soledad de tu habitación. Un autor para "hacer rostro" ante la muchachada distraída. Quiero decir que a Lamborghini no lo leyó casi nadie más allá de El Fiord y "El niño proletario".

Regla de oro en la que basan su prestigio los autores malditos: no ser leídos. O ser leídos por adolescentes. O por lectores drogados. O por Spinetta. O por lectores que van a encontrar allí lo que fueron a buscar aunque ni siquiera lo entrevean, como quien en el cine se ríe no porque lo que ve le cause gracia, sino porque lo que ve es una comedia.

En fin. Si la literatura maldita fuera un organismo viviente, si se humanizara como sucede con los balcones (y hasta con las partes del cuerpo) en los relatos de Felisberto Hernández (otro maldito, a su manera).

Otra vez: si la literatura maldita fuera un organismo viviente (es decir un ente que piensa), debería preocuparle que Sudamericana publique su obra. Es el caso de Osvaldo Lamborghini (Cuentos y Novelas I). ¿Cómo reacciona la literatura de Osvaldo Lamborghini ante una edición de 3000 ejemplares que se puede conseguir en Yenny? Con una mano en el corazón: una de las características que hacen maldita a una literatura es la dificultad que el resto de los mortales (los que no son el autor ni sus personalidades ni sus amigos ni sus víctimas) tienen para llegar a ella (1). Buena parte del poder maldito reside en esa dinámica de añorar un libro que no se consigue por ningún lado. Pero ¿qué pasa cuando la tortuga se detiene y deja que Aquiles siga de largo? ¿Aquiles seguirá preocupado en la tortuga? ¿Aquiles, entre sus muchísimas ocupaciones, seguirá perdiendo el tiempo en competir con una miserable tortuga?:

No, Aquiles, en esa hipotética situación,

ha consumado su deseo

y cuando uno consume su deseo

lo que menos le interesa es su deseo.

Aunque también cabe la posibilidad de que Aquiles le proponga casamiento a la tortuga, hipotética situación que nos deposita en el interrogante elemental: ¿aprobará Aquiles la zoofilia?

A excepción de "El niño proletario", el resto de los textos que componen Sebregondi retrocede, por ejemplo, es in-leíble. En el sentido de que el fluir sintáctico está obturado para causar un efecto de ritmo que hace fusionar la prosa con la poesía (estructura original en la que se escribió la obra). El resultado no dista mucho del surrealismo, pero con 50 años de atraso y todas las maneras posibles de nombrar un "falo". Es un sistema de escritura (automática), repetitiva y anti-estética, sin un programa preciso, consciente de sí misma, que se muere de ganas de ser calificada de meta-lingüística: "El narrador siempre cuenta lo que cuenta, no puede contar otra cosa: refiere él su voz". Estamos, entonces, ante un autor que sirve para escribir muchos trabajos prácticos.

Creer que la "experimentación", la rareza, el supuesto (2) descentramiento del canon (que ya es canon), es bueno por sí misma es algo que no resiste la mayoría de edad. A veces creo que el neobarroco es la corriente tras la que se escudan los fantoches.

Por otro lado, Lamborghini es demagógico: siempre le da al lector lo que pide. Marqués de Sade + Cantos de Maldodor + Lacan. Igual a: Abundante penetración anal. Escatología. Guasca. Gente que garcha. Sindicalismo. Sangre (3). Es probablemente uno de los autores más aburridos de la literatura argentina. Es político en el sentido más panfletario del término: las iniciales de Carla Greta Terón, etc. Se dirá que Lamborghini buscaba ese efecto deliberadamente. Era explícito, sabía que todo era pura retórica. Mordía (y rompía) la cola de su propio discurso para demostrar la falibilidad del lenguaje. No lo dudo. Pero: ¿y qué?, ¿hay que felicitarlo por eso? ¿Entonces que tenemos que hacer con Apollinaire? Se aludirá destempladamente a lo que la irrupción de la obra de Lamborghini significa en la literatura argentina de los 60'. Una literatura que sólo adquiere valor a través de su contexto es más un material arqueológico o testimonial que literatura.

En caso de que haya querido espantar al burgués, tenemos una mala noticia: el burgués que lee a Lamborghini, lee para ser espantado. Eso es casi como practicar el duhaldismo, corriente política especializada en romper cosas para luego autodenominarse la única capaz de arreglar lo que acaba de romper. Hay más posibilidades de que le caiga una copia de Las hijas de Hegel a Cristina Piña que al almacenero de la esquina de tu casa.

Un dato curioso y contradictorio sobre Lamborghini es que a menudo lo señalan como el gran transgresor de la literatura argentina, el tipo que desacraliza el oficio de escribir a través de su lamentable eslogan ("yo pienso siempre en publicar, nunca en escribir" en Sebregondi se excede), pero al mismo tiempo, la imagen autoral que han construido de él atrasa por lo menos un Siglo (4).

Para justificar a Osvaldo Lamborghini usualmente se alude al sindicalismo (¡!). Al psicoanálisis. Al carácter profético de su obra. Al desafío que significa su lectura. Cualquier cosa menos a lo que escribe Lamborghini. Incluso se suele hacer referencia a su indudable "genio", operación retórica a través de la cual se explicita la ausencia total de análisis. Es el problema y el truco de los que se dedican a la alegoría y la parodia (procedimientos en los cuales Lamborghini, maravillado, se estanca, mientras ve crecer un girasol en su ombligo), para entenderlos hay que irse afuera del texto (5). Y el que no quiera hacerlo, sencillamente, es un boludo. Por eso la nota del compilador abunda en calificaciones arbitrarias (6) y datos fetichistas (7). La arbitrariedad es usual en Aira cuando firma como crítico (8). Aira prescinde de cualquier tipo de argumentación, abusa de la cita de autoridad que significa en la literatura argentina contemporánea y se dedica a la adjetivación o las definiciones rimbombantes. Alguna vez llegó a escribir cosas tales como "El que no ama a Emeterio Cerro no ama a la literatura, así de simple es" (9). Sus palabras sobre Lamborghini van en ese sentido. En fin, no hace profundizar pues se presume que todos los que leen Cuentos y Novelas I ya saben de antemano que Osvaldo Lamborghini es un genio. ¿Y cómo no lo iban a saber esos muchachos? ¡Si se las saben todas!

(1): Ese efecto, en realidad, es propio de todos los libros deseados.

(2): "Supuesto" porque toda la obra no es más que la reescritura infinita y monótona de "El matadero". Algunos dirán: "eso es la literatura argentina, estúpido".

(3): Esto equivale a decir: "Espejos. Laberintos. Tigres. Aquiles y la tortuga. El Tiempo. La ceguera. Los libros. La noche. La metafísica. El ajedrez. La verdad que Borges es un autor aburridísimo".

(4): ¿Qué imagen autoral? ¿La de autor maldito?

(5): ¿Está usted hablando de la autonomía del arte? ¿Está usted hablando de irse del país y contemplar desde allí la obra de Lamborghini? ¿Usted sabe de qué está hablando?

(6): Sobre Las hijas de Hegel: "su "libro" más acabado y perfecto".

(7): Incluye la marca de los cuadernos en que están escritos los textos inéditos.

(8): Osvaldo Lamborghini es un chiste de Aira, como Macedonio Fernández uno de Borges. La ecuación es tan clara que me avergüenza exponerla.

(9): Afortunadamente, Charlie Feiling despedazó semejante abuso del lenguaje en unos pocos párrafos. Charlie Feiling es Borges después del estallido del punk.


lunes, 3 de enero de 2011

Dos películas de frontera

Machete. Donde debe haber una muerte, hay cinco. Donde debe haber una decapitación, hay tres. Donde debe haber un émulo de Bush hay un Bush Recarcagado que sale a matar mexicanos por el desierto. Machete es una caricatura y persigue un imaginario propio del cómic. En base a esta dinámica de la desmesura constante, Rodríguez realiza una de las películas más entretenidas de los últimos tiempos. Sin aliento. Un ritmo insostenible. Una aparición estelar atrás de la otra (De Niro, Lindsay Lohan, Jessica Alba, Michelle Rodríguez y siguen las firmas). Las escenas, que tienen bastante de video-clip, mucho de publicidad sofisticada y poco de cine, se convierten en un hit automáticamente, mientras provocan la risa y el espanto del espectador. La sangre riega cada uno de los escenarios con armonía, como si el líquido rojo y vital hiciera una coreografía de una hora y cuarenta minutos. Es en esa brutal estetización de la violencia que el espectáculo gana por sobre la politicidad (que se encuentra, por supuesto, hasta en el modo en que comemos una naranja). Este observación no es (¡sálveme Dios!) un cuestionamiento ético, sino una evidencia para advertir a los distraídos: Machete no es Alejandro Salvatierra. La película de Robert Rodríguez no tiene nada que ver con el Parque Indoamericano, ni siquiera con el muro en la frontera de Texas. En cuanto al tema de la inmigración, sería lo que La vida es bella (un arsenal de golpes bajos) al Holocausto. Pero vintage y con el resguardo omnipresente de Tarantino y con la resignificación cool de viejas glorias de la Súper Acción ochentosa (Don Johnson, Steven Segal). Un caso más en el que el discurso dominante se apropia de un factor de lucha y, a través de su representación, logra neutralizarlo. O masificarlo para que se vuelva apto para todo público. Si se quiere ser más mesurado, un alarde de esnobidad, como el de alguien que tiene una marca de ropa y, supongamos, le pone "Bolivia" (no creo que eso suceda). Esto no invalida la diversión que provoca la película, pero a los que buscan un compromiso, una bandera: se les escapó la tortuga. Lo que sí se reivindica en Machete es la ingestión de pochoclos. Y con creces.


Monsters. "Los superjuguetes duran todo el verano". Así se llama el cuento de Brian Aldiss que inspiró Inteligencia Artificial, la película de Stanley Kubrick que terminó Steven Spielberg recauchutando algunos viejos alienígenas de Encuentros cercanos del Tercer Tipo. En un prólogo a la edición de un libro de cuentos especialmente editado antes de A.I, Aldiss dice: "Hasta la ciencia ficción es el arte de lo verosímil". Recordé esa premisa cuando vi Monsters, una historia ambientada en un futuro inmediato en el que una sonda con vida extraterrestre cae justo en la frontera donde hace estragos Machete. Los bichos del espacio se reproducen (convirtiéndose en horribles alimañas de tentáculos gigantes) y el gobierno de EE.UU decide radicalizar el Muro Infernal para que no ingresen las "criaturas". Un periodista trotamundos, bastante paparulo, debe atravesar el territorio infectado acompañado por la hija de su jefe. A medida que avanzan en su atroz itinerario, ¡eureka!: comienza a funcionar la máquina del amor. La película es bastante mala. Abusa en alegorías de manual: las imágenes remiten a Afganistán, la inundación de New Orleans. Recurre al golpe bajo. La crueldad de los militares con los habitantes de la frontera es equivalente a la que se tiene actualmente con los inmigrantes ilegales. Una escena final explicita el "mensaje" del film: los monstruos, en realidad, somos los humanos. Ya lo sabíamos. Pero por otro lado, abunda en aciertos: la fotografía es extraordinaria (es un lugar común apelar a esta característica pero este caso es la excepción a la regla). La química entre los dos protagonistas (que en la vida real son pareja) traspasa la pantalla. Por momentos, al estilo Orgullo y Prejuicio Zombie, parece Antes del amanecer con aliens. El montaje acierta al revisitar planos y paradigmas estéticos del documental. Pero en donde la película hace agua es en algunos detalles, esos que de tan insignificantes, terminan arruinándolo todo en la vida. ¿Nunca te pasó que te gusta un/a chico/a hasta que te manda un mensaje de texto con una falta de ortografía? Porque un servidor, bien predispuesto, puede creerse que los extraterrestres invadan la tierra, que la hija del jefe justo paseaba por donde no tenía que pasear, pero no que existan pancartas con frases tales como: "Detener los ataques. 5000 dead”; "Que son los monstruos. No bombing"; "Extraterrestres (calavera). Peligro". O que un empleado de la aduana quiera sobornar... aludiendo a la palabra "soborno". Vuelvo a la frase de Aldiss: "Hasta la ciencia ficción es el arte de lo verosímil". Avísenle a Gareth Edwards para la próxima.