Todos con el culo en la pared

Cuando faltaban cinco minutos para que terminara el partido que Argentina le ganó 2 a 0 a Bélgica en el Mundial 86, Bilardo hizo ingresar a Bochini en lugar de Burruchaga. El Bocha tocó sólo un par de pelotas, pero fue parte de un momento histórico: en determinado momento se la pasó a Maradona y éste, acorralado por varios jugadores rivales, se la devolvió de taco. Bochini no llegó a alcanzar la pelota, pero la ansiedad de Maradona por entablar contacto futbolístico con su máximo ídolo aún hoy es conmovedora. Años después, rememorando esa jugada (que duró menos de diez segundos y ni siquiera llegó a completarse) dijo: "Fue como tirar una pared con Dios".   

Creo que todos estamos de acuerdo en que si Dios dice que alguien es Dios, ese alguien es Dios.

Dicen que el Diablo está en los detalles. Dios no, va directo a lo esencial. Por eso Bochini era así: parco e indiferente al sentido de la estética, al contrario de Cristiano Ronaldo, sabía que una pelada nada lustrosa coronada por unos pelos secos de virulana no impedían ser sublime adentro de una cancha. La identificación de Bochini con Independiente es total: siempre jugó ahí y observándolo uno sospecha seriamente que desconoce a los demás equipos. No imaginamos a Bochini pensando en otra cosa que no sea Independiente. A Bochini le importa Independiente a tal punto que no se sabe dónde empieza uno y dónde termina el otro. Cuando declara sobre el presente del Club suele ser brutal: pero no haciendo gala del oportunismo y la demagogia de la mayoría de las grandes personalidades del fútbol, sino porque se le canta, porque es el fucking Bochini. Horacio Sande, ex presidente de Indpendiente, dijo una vez que Bochini era un misterio y directamente ni se sabía qué es lo que hacía para jugar de esa forma. Su prodigio era tan inexplicable que el lenguaje quedó chico ante tanta grandeza.  Si alguien pregunta quién es Bochini sólo podemos recurrir a la tautología: Bochini es Bochini.

La hinchada de Independiente siempre fue acusada de amarga y de no asistir a los partidos cuando el equipo no peleaba campeonatos. El mismo concepto se aplicó a River. En los dos casos, la actitud apática del hincha es entendible: el aliento nace cuando se intenta suplir desde afuera lo que no pueden hacer los jugadores adentro de la cancha y, en sus épocas de oro, River e Independiente casi nunca necesitaron de estrategias ajenas al fútbol para ganar un partido. Para los hinchas de River e Independiente nada que miles puedan gritar desde afuera puede ser más efectivo que la triple G: ganar, golear y gustar. No es casual que recién en los últimos años River se haya convertido en el Club que lleva más gente (sólo hace falta ver las recaudaciones): esta devoción coincide con los peores años de la historia del Club. River se racinguizó y antes de pedir un nuevo campeonato, el hincha se apresura y reclama huevos.  

Reconocido como el tercer grande, por el paladar negro de sus hinchas, la calidad de sus jugadores y su supremacía copera, ser de Independiente siempre tuvo su toque de distinción. Frente a la barbarie boquense y la oligarquía gallina, ser rojo no estaba tan mal: el equipo salía campeón a menudo, le ganaba siempre a su clásico rival y Bochini parecía ser inmortal. Luego de su retiro, durante el primer lustro de los 90', Independiente perdió protagonismo pero supo ganar algunos campeonatos y seguir generando jugadores de buen pie, siempre haciendo equilibrio entre la extrema elegancia y el pecho frío: Garnero y Gustavo López son dos buenos ejemplos. La última gran figura fue el Kun Agüero, un crack instantáneo que los hinchas no pudieron disfrutar demasiado. 

Para el hincha de River, el probable descenso de Independiente supone una sensación ambigua. El lado positivo es que su estadía en la B definitivamente no es un papelón específico, sino que forma parte de una decadencia general del fútbol argentino. Los libros de historia subrayarán el descenso de River como el punto de inflexión del derrumbe que, por ahora, también integran San Lorenzo, Racing e Independiente (los dos primeros no se fueron a la B en la última década, pero jugaron Promoción). 

Por otro lado, lamentablemente, todo indica que el mérito de haber sabido pactar con la Afa para no descender nunca queda para el Club Atlético Boca Juniors. Boca es, luego de la reciente debacle de River, qué duda cabe, el equipo más importante de la Argentina, lo curioso del caso es que a sus hinchas no les gusta el fútbol. Les atrae todo lo que sucede alrededor: las cargadas, el color de las hinchadas, las banderas, los tumultos, el aguante. El hincha de Boca ve un partido como una serie de imágenes entre las que no puede hallar vínculo alguno. Por eso su momento de mayor disfrute es el más simple, los penales: un arquero enfrentado a un jugador del equipo contrario. Un hincha de Boca jamás sabe cómo forma su equipo. Tampoco conoce la historia del Club más allá de la fecha de su nacimiento. Incluso su tradición está más relacionado con un estado de ánimo (básicamente la ausencia de destreza reemplazada por garra) que con el deporte. No es casual que la mayoría de los ídolos de Boca sean en realidad jugadores de otros clubes (Riquelme, Maradona, Palermo, Barros Schelotto). La razón es simple: Boca nunca tuvo una filosofía de juego. ¿Y cómo podría tenerla si nunca entendió a qué estaba jugando? Es posible que muchas veces Boca gane, pero nunca fue ni será el mejor. El hincha de Boca sigue hablando del caño de Riquelme a Yepes porque hasta ese partido no sabía que se podía hacer algo así: lo que los maravilla no es la perfección visual de la jugada, sino la sorpresa de la existencia de algo tan extraordinario como un caño. Pero el triunfo de Boca no sólo reside en las estadísticas, sino también en el espíritu de juego: hoy todos los equipos, salvo Vélez y Newell's (y a veces), juegan como indica la tradición de Boca. Ganaron los huevos de Giunta, la 12 como mito fundacional, el festejo por la desgracia ajena más que por el logro propio. Me olvidaba: a Bochini le parecía ridículo festejar goles de penal.