Quienes antes leíamos y después nos dedicamos a comprar libros por una
cuestión menos relacionada con la lectura y más al fetichismo, la falta de
perseverancia en el ahorro y un criterio estético intelectualoide-pequeño
burgués para decorar nuestros uno o dos ambientes alquilados, tenemos alrededor
de cinco libros de William Golding de los que sólo leímos El Señor de las Moscas. ¿Alguien acaso leyó La construcción de la Torre, La
Pirámide o La oscuridad invisible?
También es normal acumular libros de Faulkner sin haber podido superar la
página 7 de ninguno de ellos. Algunos se llaman Gambito de Caballo o El
Villorrio y ni siquiera sabíamos que existían. Incluso una vez acomodados
en la biblioteca automáticamente olvidamos que existen. Otro autor del que
tenemos muchos libros es Henry Miller, número puesto en librerías de usados. En
ese caso, la operación es simple: nos maravillamos con Trópico de Cáncer y al mismo tiempo sufrimos la condena de buscar en
los demás títulos del autor, el mismo toque de genialidad, obra maestra y
espontaneidad literaria. Esa es la dinámica que algunos lectores tienen con los
escritores que más leyeron: un libro que les voló la peluca y una larga serie
de otros libros que no son malos, pero que decepcionan porque nunca producen aquel
primer entusiasmo.
-Hay quienes dicen- me interrumpe un hombre desconocido que acaba de
ingresar a mi departamento con su propia llave- que incluso la vida es una
recreación constante de la primera vez. Es decir, no sólo sucede cuando leemos
a Henry Miller, sino que la vida, en su totalidad, es una recreación del primer
beso, el primer polvo, el primer asado, el primer kirchnerismo, la primera
canción que escuchamos de Spinetta, la primera vez que votamos, el primer día
de clases, el primer viaje a Chapadmalal, el primer sueño. De allí ese sabor a
déjà vu, a rito devenido en rutina, a costumbre, a convención, a farsa, a puesta
en escena, a cliché, a guiso recalentado que toman casi todos los
acontecimientos en la vida cotidiana si uno lee la letra chica del contrato.
Algunos dicen que el guiso recalentado es más rico. En fin. El caso de
Henry Miller es raro porque no soy el único que se considera fan de su
exquisito manejo del lenguaje, pero que, exceptuando Trópico de Cáncer, no terminó casi ninguno de sus libros: todos son
más o menos iguales. ¿Se puede conocer a un escritor sin haber terminado varios
de sus libros? Yo creo que sí, aunque tampoco estoy tan seguro y verdaderamente
me interesa muy poco. Durante mucho tiempo pensé que dejar una novela por la
mitad era un delito moral. Ahora creo que hay cosas más graves. Es que Miller se parece a los jugadores
líricos que trafican potrero en los grandes Estadios. Tanta gambeta, caño,
sombrero y taco al principio crean una adicción incontrolable y a las 100
páginas empalagan. Lo bueno de eso es que uno puede leer dos o tres libros
suyos al mismo tiempo y no sentir la menor dificultad. Además es muy simple
retomar sus novelas, haga una semana o dos años que la dejaste en la página
125. ¿Qué importa en la obra de Miller si la "historia" transcurre en
París, Grecia o Estados Unidos, si los personajes se llaman Hymie o Filmore? El
tipo siempre habla de lo mismo, de una forma categórica y te hace creer que es
necesario.
El monólogo interior, los personajes indefinidos, la ruptura con la
linealidad comienzo-nudo-desenlace. La vanguardia es así. Joyce y Virginia
Woolf escriben cuando la novela clásica agotó todos sus recursos y la única
opción posible es su destrucción. Con aquellos experimentos tan cercanos en el
tiempo, que casi acaban con el stock de creación literaria, a Miller no le
queda otra que la aventura del hombre. De la misma forma que declamaba Whitman,
quien lee Trópico de Cáncer no toca
un libro sino a un hombre. La diferencia es que las de Miller son Hojas de Mierda. La unión cósmica de
Whitman se convierte en el aislamiento cósmico. Sí, somos seres humanos
iguales, inseparables, enlazados, vinculados, comunicados, en Groenlandia y en
Tierra del Fuego, pero porque todos estamos absolutamente solos. A diferencia
de Arlt u Onetti, otros pesimistas lapidarios, la lectura de Miller produce un
goce absoluto. El tipo tenía sexo con las palabras. Es una máquina de crear
imágenes perfectas, analogías, estribillos, carcajadas, llantos, frases que en
dos o tres líneas parecen sintetizar todo el devenir mundial. Uno disfruta
leyendo a Miller aunque lo que esté diciendo sea terrible:
"Durante siete años anduve día y noche con una solo obsesión:
ella. Si hubiera un cristiano tan fiel para con Dios como yo fui para con ella,
hoy todos seríamos Jesucristos".
"Oh, bueno, éstos son pensamientos nocturnos provocados por un
paseo bajo la lluvia después de dos mil años de cristianismo".
Una escena que me parece memorable de Trópico de Cáncer es cuando Henry consigue trabajo como corrector
de pruebas en una editorial (o un diario o una revista, verdaderamente no lo
recuerdo). La cuestión es que uno de los tipos que trabaja ahí, Peckover, se
cae por el agujero del ascensor. Y totalmente nocaut, con los huesos quebrados
y a punto de morir, lo único que hace es llorar ¡porque se le rompieron los
dientes de unos postizos que le pusieron algunos días atrás! La imagen del tipo
moribundo, en cuatro patas, buscando en la oscuridad sus dientes nuevos y
perdidos es de un patetismo conmovedor. Para rematarla, el narrador dice:
"¡La dentadura postiza! Dijéramos lo que dijésemos del pobre
diablo, y también dijimos cosas buenas de él, siempre acabábamos hablando de la
dentadura postiza. Hay personas en este mundo cuya figura es tan grotesca, que
hasta la muerte las vuelve ridículas. Y cuanto más horrible es su muerte, más
ridículas parecen".
En Trópico de Capricornio
los móviles que provocan el divague clásico de Miller, hecho de filosofía trash
y pensamiento alternativo, no son verosímiles. Se nota que Miller quería hablar
sobre los engranajes privados de las instituciones, ubicando a la Compañía de Telégrafos
como paradigma del funcionamiento del mundo (del mismo modo podría haber elegido
un Banco). Kafka ya lo había hecho pero escribe cuando el mundo se está por
derrumbar. Miller escribe cuando pasó la Primera Guerra Mundial, cayeron todos
los relatos y el nazismo está a la vuelta de la esquina. Efectivamente, el
mundo se derrumbó y está en crisis. De ahí a que se hable todo el tiempo de la guita: cuánto tiene, cuánto le prestaron, cuánto debe. Lo ominoso ya no está en el misterio de la existencia y la
farsa burocrática sino en el asco de la modernidad capitalista. No repara
(porque no le importa) en cómo llegar hasta allí. Va directo al grano.
Simplemente el personaje Henry busca trabajo en la Compañía. Lo descartan sin
miramientos. Vuelve, habla con el vicepresidente y al instante le dan un puesto
altísimo. En Trópico de Cáncer
tampoco era que los cambios de hogar, de mujeres, de subjetividad, estaban
cabalmente justificados, pero el aliento poético y el enorme avasallamiento
narrativo que propone esa novela no permiten vislumbrar los hilos que la
mueven. En este caso es como si el testimonio de una época fuera más importante
que la literatura. En Trópico de Cáncer,
en cambio, fondo y forma están a la misma altura. Después, Henry Miller,
prohibido, censurado, se debería estar arreglando frente al espejo de la
historia. En su primera novela no se veía ni en la esquina.
-En La verdad de las mentiras
-me interrumpe nuevamente el mismo hombre, ya sentado en una silla y tomando un
café instantáneo que él mismo se preparó-, Vargas Llosa dice algo muy
interesante: a otros grandes escritores desencantados de la época, el nihilismo
radical los llevó directo al fascismo (Celine, Ezra Pound). Miller, en cambio,
se resguarda del mito totalitario a través de su permanente apología del
Individuo. Una especie de Borges sin la sombra de Leonor Acevedo, que defiende
la libertad de elección del hombre caiga quien caiga. Miller eleva la amistad
frente a cualquier clase de corporativismo (político, familiar), combate la
religión con sexo duro y reivindica la bohemia mientras se caga en la cultura
del trabajo. Leerlo es darse cuenta que estamos haciendo todo al revés y no hay
chances de poner las cosas en su lugar. Sus tópicos son los que van a conformar
el imaginario de las canciones pop en las siguientes décadas: la lluvia, la
ciudad, la espera en las estaciones de trenes, el amor efímero, los días grises.
Escribir sobre y leer a Miller es algo anacrónico si se tiene en
cuenta, por ejemplo, que en sus novelas las mujeres son poco más que conchas,
artefactos que dan placer, objetos que decoran el curso de la Humanidad sin
mayor injerencia que la de contagiar enfermedades sexuales. Quiero decir que
uno además de un lector, supuestamente es un sujeto contemporáneo y en
determinado momento se cansa de que cada cinco páginas le agarren la pija al
narrador sin mayores explicaciones. Tal vez éstos sean los restos del ex
estudiante de Letras que escuchó a un compañero copado con hacer un TP sobre el
rol de la mujer en la Gauchesca o en La
Divina Comedia. O la culpa del usuario de redes sociales. Twitter y
Facebook te invitan, casi te obligan suavemente a ser un comentarista deportivo
de la agenda mediática. La dinámica general te hace sentir culpable cuando no
tenés nada para decir sobre Ángeles Rawson o la última del Gobierno contra Magnetto.
Somos moscas alrededor del gran farol mediático. Obviamente nadie puede aspirar
a ser un farol, lo que sí se puede intentar es no ser tan moscas. ¿De verdad
creen que leer a Aliverti es mejor que leer a Henry Miller? ¿Y de verdad
quieren que les crea que hacen las dos cosas al mismo tiempo?
-¿A quién le estás preguntando? - me interrumpe el hombre, mientras se
recorta las uñas de la mano frente a la ventana que da a la calle.- El estilo
interpelativo es algo que pasó de moda hace años.
Otra impresión que deja Miller es que fue un escritor de inspiración.
Es decir, que no es de aquellos escritores de trabajo, que dicen ponerse metas,
por ejemplo escribir de 8:00 a 14:00 hs. un mínimo de 6 páginas aunque no se
les ocurra nada. Miller depende de su inspiración. Y se nota en los comienzos
fabulosos de sus novelas, repletos de fuerza y agresividad y en la forma en que
lentamente el nivel decae o se detiene en una meseta (Sexus). Esto es una virtud y una maldición. Por un lado el escritor
inspirado, por su alto grado de recepción simbólica, es el que más cerca está
de escribir genialidades. Por otro, si no cuenta con esa inspiración, puede
escribir muy bien pero cualquiera que lo lee se da cuenta que se le mojó la
pólvora. Es decir, el escritor de trabajo, por su profesionalismo, es más
regular y el entendimiento básico de sus obras se alcanza en su asimilación
integral. El escritor inspirado, debido a su amateurismo inducido, es menos
regular, pero más brillante, su punto fuerte está en la fragmentación. Y en
garchar y/o dormir más que los escritores de trabajo, claro.
-Es verdad y probablemente de 8:00 a 14:00, sin embargo los escritores
de trabajo -me interrumpe una vez más el hombre desconocido, abriendo la puerta
de salida- garchan y/o duermen mejor. Y ése no es un dato menor. Por otro lado
me gustaría realizar un último comentario antes de marcharme para siempre: al
igual que Bukowski con respecto a los escritores Beat, Miller quedó afuera del
Dream Team de la Generación Perdida. Pero es tan bueno como cualquiera de
ellos. Evidentemente, este post llegó a su fin, incluso me permito señalar que
le sobran un par de párrafos y algunas consideraciones, exceptuando las mías, por
supuesto, son demasiado arbitrarias para que alguien se las tome en serio. Como
usted mismo decía hace un tiempo: sayonara.
12 comentarios:
Mirá, yo tengo tres ladrillos de Musil, incluyendo "El hombre sin atributos", y no te permito que me digas que es porque quiero decorar mi biblioteca. ¡¡Cuando tenga 78 años los voy a terminar de leer carajo!!
Muy buen post! Recomiendo los "Diarios" de Anais Nin: su interacción con Miller hace que cada uno sienta que su vida es un discurso de De la Rúa.
Me olvidaba: la escena patética del ascensor y la dentadura postiza me recuerda a otra escena de "Magnolia" donde el policía pierde el arma bajo la lluvia, o la otra donde el trolo se cae de boca al piso y se hace mierda.
Pensaba en M.V. Llosa diciendo que escribía de 9 a 5 y Onetti retrucándole que para V. LL. la literatura (el escribir) era una relacón de esposos, y que para él, JCO era una amante,o sea, escribía cuando estaba inspirado: "ni una letra por obligación" decía.
Por otra parte escribiste un post duro,contundente e irresistible: casi una pija. saludo cordial.
"Creo que hoy más que nunca debe buscarse un libro que no tenga más que una sola gran página:debemos buscar los fragmentos,las astillas, las uñas de los pies, todo lo que tenga un poco de mineral,cualquier cosa que sea capaz de resucitar el cuerpo y el alma" H.M
"A diferencia de Arlt u Onetti, otros pesimistas lapidarios, la lectura de Miller produce un goce absoluto. El tipo tenía sexo con las palabras. Es una máquina de crear imágenes perfectas, analogías, estribillos, carcajadas, llantos, frases que en dos o tres líneas parecen sintetizar todo el devenir mundial. Uno disfruta leyendo a Miller aunque lo que esté diciendo sea terrible" No estoy muy de acuerdo, sobre todo con respecto a Onetti.
Y sí, el placer de la lectura es algo muy subjetivo. Tal vez debí decir un goce inmediato y no absoluto. Saludos.
Muy buen post sobre el tropiquista!
Lo que dice Desocupado sobre los diarios de Anais Nin es cierto, son una locura. Aunque hay que recordar que según muchos, Nin, además de pitómana, era mitómana, y una parte considerable de las orgías de proporciones anti-DelaRuánas que describe serían inventadas. Igual, si solo el 10 % de los diarios es verdad, siguen pasándonos el trapo a todos.
Y mirá que hay que coger mucho para superarnos a nosotros, los comentadores de blogs y bloggers.
Dato curioso: aunque Miller sí produzca la impresión, como apunta el Corvino, de ser el tipo de escritor anti-horarios y anti-disciplina, era más bien lo opuesto. Hasta publicó uno de esos decálogos que recomiendan cómo mejor organizar el tiempo, sugieren seguir siempre un plan pautado, recuerdan que no hay que distraerse, que para trabajar está la mañana y para boludear la noche, etc. Leerlo decir eso a Miller es un poco como descubrir que Aguinis solo puede escribir colocado y dictándole a un harem de travas.
Uh, el post en el momento justo. Estoy leyendo Trópico de Capricornio (leí hace 2 años Trópico de Cáncer) y estoy en la etapa post-obnubilación por un arranque excelente del libro y una meseta insípida.
Miller es genial para agarrar una página al azar y leer cualquier cita que encuentres. Es genial en su caos, en su falta de estructuras y en la mugre que tiñe sus oraciones. Miller te hace pensar por un momento que se puede ser libre y hasta crea la sensación de que el tipo disfrutaba de la libertad aunque te esté contando que laburaba 16 horas x día en la oficina de telégrafos.
Otra cosa en la que concuerdo es que Miller no entró en La Generación Perdida por 5 años aprox. Q groso sería recordar ésa generación con un Miller al lado de S. Fitzgerald o Hemingway.
Gabriel: En su ensayo, Vargas Llosa dice que reescribió tres veces Trópico de Cáncer (no él sino Henry Miller).
Roberto: Sexus también empieza genial y después decae. Creo que la gran diferencia entre Trópico de Cáncer y los demás libros es que Cáncer mantiene el nivel durante todo el libro, los demás son más irregulares.
En cuanto a generaciones perdidas y beats: lo loco (?) es que usualmente se cree que Bukowski es posterior a los beats y que Miller es posterior a la generación perdida. O es algo que sólo creía yo?
Saludos.
Sambú
Dice la poeta Juana Bignozzi: De los poetas sólo quedan dos o tres poemas. No es necesario llenar el mundo de papel.
Salud Juan Rulfo, Nick Drake y Charles Laughton
"Leerlo decir eso a Miller es un poco como descubrir que Aguinis solo puede escribir colocado y dictándole a un harem de travas."
Aplausos.
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