El año
pasado Beatriz Sarlo dijo que la ignorancia de Macri era inverosímil. En el
mismo sentido, poco tiempo atrás, Martín Kohan declaró que entre el
presidente y el lenguaje había un cúmulo de dificultades incalculables. Sarlo y Kohan opinan desde un lugar de
enunciación con el que muchos nos sentimos identificados (la universidad
pública, los debates ideológicos y estéticos de la segunda mitad del siglo XX,
el imaginario asociado a la literatura argentina), pero que al parecer no interpela al
electorado macrista (varias veces Sarlo dijo que para el gobierno ella no existía).
Por eso mismo se puede decir que ese cúmulo de dificultades incalculables con
el lenguaje del presidente tal vez sea un factor de aproximación para
quienes lo votan (la buena oratoria también puede ser vista como sinónimo de vendehumo, chamuyero, garca) y que el problema principal tal vez sea que eso que parece inverosímil,
para muchos no lo es. Dar a entender que "el macrista", entendido como estereotipo del apolítico, no tiene
las herramientas para distinguir la verosimilitud sería una subestimación peligrosa e improductiva. Tal vez lo que sucede es que curten otro concepto de verosimilitud.
Una escena
paradigmática vinculada a este punto sucedió hace dos años en Animales Sueltos
cuando antes de las elecciones legislativas fueron invitados al programa
Esteban Bullrich y María Eugenia Vidal, que por esa época se había puesto dos cosas: un poncho y la campaña al
hombro, porque ya superaba en imagen positiva a Macri (Sperber y Wilson, ustedes son diabólicos) y su candidato no era conocido ni siquiera por haber
escrito esa gema de la poesía argentina pos 90, titulada “Yo te amo mamá”, donde el
sujeto lírico, ni más ni menos que un feto dotado de pensamiento, le habla a su receptor, ni más ni
menos que su hipotética progenitora, y le aconseja que no lo aborte en los
siguientes términos:
Te amo mami
no me dejes,
es mi amor
el que quiero que te llene.
Quiero beber
de tu pecho la vida
y no
entiendo quién te dice que no es mía.
Más allá de este verdadero desconcierto fetal, en el medio
de la charla la gobernadora cuenta que esa mañana escribió una carta. Fantino dice: “Pará,
pará, pará ¿vos me estás diciendo que escribiste una carta?”. A continuación
Vidal le responde que sí, cual niña que le cuenta a su madrina que
se sacó un diez en Educación Cívica: sí, ella sola, sin ayuda de nadie, le
escribió una carta a todos los bonaerenses, pero, qué plato, no sabe dónde está porque es
muy despistada. Le pide a alguien de su equipo que se la alcance porque supone
que debe estar en su mochila pero después se da cuenta que la tiene en el bolsillo
de su pantalón. La carta, escrita a mano, prolijamente doblada en cuatro
partes, genera la curiosidad de Fantino, y Vidal se la da, advirtiendo que no
tiene buena caligrafía. Después lee los primeros párrafos.
No hace falta
interpretar mucho para ver en esta secuencia una puesta en escena, propia de todo candidato en época de campaña, pero de una obviedad algo insultante. Vidal
no es una política como las de antes: ella es tan espontánea que el día que va
a lo de Fantino en la previa de las elecciones legislativas se le ocurre escribir
una carta, y es tan sincera que no sabe dónde la dejó, entonces aclara que es
despistada, y es tan simpática y querible que, oh casualidad, la carta estaba
en un bolsillo de su propio pantalón, y es tan cercana a los burros como nosotros que
tiene mala letra.
Este tipo de
secuencias fueron permanentes en estos cuatro años, con mayor o menor grado de
énfasis, pero siempre con ese mismo nivel de artificialidad. Sin dudas el departamento de marketing del macrismo, en caso de que el macrismo sea más que un departamento de marketing (probablemente el macrismo sea el desprendimiento de un departamento de marketing), captó el espíritu
de los tiempos.
Este tipo de representación forzada, inverosímil hasta hace unos años, no es un
invento de Durán Barba. Hacen falta ver las reacciones de los youtubers, los
momentos emotivos en los programas de la tarde, el realismo mágico de los titulares de los grandes diarios, cierto gusto por la demagogia y el chantaje emocional en las ficciones actuales, para entender que hubo una modificación severa
con respecto a la forma en que asimilamos el mundo. Es como si el pacto de
verosimilitud hubiese pasado de Aristóteles a Dario Argento. Ahora,
para ser verosímil te tiene que fallar el verosímil. Es tan estúpido lo que
acabo de escribir que voy a cambiar de párrafo y a buscar una aspirina.
El
kirchnerismo o el cristinismo o el albertismo o cómo se llame eso que es lo único que tiene chances de ganar para que Macri no siga cuatro años más, por ahora se queda a mitad de camino.
Por un lado coquetea con el estilo de Cambiemos, como diría Spinetta "le sangra dulcemente Durán Durán (Barba)". Ya en la campaña del 2017 Cristina
se había vidalizado "un poquito" (un ejemplo es la puesta del acto en Racing).
La carta sobre la salud de Florencia (musicalizada), Kicilof comprando naranjinas
con cara de “¿para qué estudie tanto?” y el último spot
de Alberto, donde mueve los brazos al estilo Macri, es decir, porque alguien le
dijo que lo tenía que hacer pero hacerlo le parece indigno, van por
ese camino, un camino de claudicación para el kirchnerismo, porque lateralmente
indica que la anti política está ganando la batalla cultural y ese acting resulta, más o menos, como querer seducir a una mujer casada imitando a su marido.
Por otro lado se
insiste con la línea esencial del kirchnerismo, que es la del discurso político
puro y duro. Sus principales candidatos son buenos
oradores, didácticos, y tienen experiencia en el rubro, pero cada vez que lo
hacen, juegan de visitantes y saben que están cazando gallinas en el gallinero, ya que al
parecer, al votante de Macri y a los indecisos, los alarmantes indicadores sociales
que deja este gobierno no le interesan demasiado, de otra forma no serían ni macristas ni indecisos.
Marcos Peña, mientras tanto, intenta ganar votos segmentando distintos grupos sociales y enviándoles mensajes por whatsapp. Es decir, un gobierno que se asume como un producto que se vende y del otro lado una oposición a la que su electorado le pide que, justamente, no se venda. ¿Quién ganará? La respuesta está flotando en el viento, dijo un reconocido Nobel de Literatura con nombre de perro.