"Desprejuiciados son los que vendrán/ Y los que están ya no me importan más/ Los carceleros de la Humanidad no me atraparan/ Dos veces con la misma red"- “No soy un extraño”, Charly García.
En el año 1996 Charly García grabó su disco bisagra: Say No More. En materia musical, profundizó el caos sonoro que había comenzado en 1994 con La hija de la lágrima. Nunca se sabrá efectivamente el por qué de la metamorfosis (¿se cansó de grabar discos perfectos?, ¿se le arruino la “pobre antena”?), lo concreto es que su música cambió y, salvo excepciones (la resurrección comercial que le significó Influencia), nunca volvió a ser igual. Por otro lado, Charly dejó de lado su imagen usual (irreverente pero, aún, políticamente correcta) y adoptó un personaje más cercano al arte conceptual. Su fisonomía fue reflejando en modo bestial el paso del tiempo como así también el exceso de excesos. A partir de allí, todo fue posible en el mundo de Charly García (quien, para muchos desconocedores de su obra, se convirtió en un mediático, uno de esos tantos payasos que aparecen en la caja boba elevando la mediocridad habitual): desde la recurrente suspensión de recitales hasta juicios, de peleas desenfrenadas a saltos al vacío desde un noveno piso, de amistades con Menem a tocar en la Rosada durante la Era K. No por casualidad, ese músico notable que alguna vez compuso la banda de sonido de todo un país (con discos tan extraordinarios como Instituciones, Películas, La grasa de las capitales, Yendo de la cama al living, Clics Modernos, Piano Bar o Parte de la religión) comenzó a formar parte de una nebulosa y pasó a ser llamado Say No More: ése fue el nombre de su disco y ésa fue la frase que eligió para acallar cualquier tipo de agravio o crítica contra su forma de vida y/o su particular nuevo método de hacer discos (consistente en sobregrabar sonidos heterogéneos, realizar versiones inacabadas, repetir el mismo tema con distinta instrumentación, etc.) En los últimos tiempos, entonces, García, consciente o no, quedó atrapado en el personaje que creó. Como el Doctor Jeckyll , perdió la brújula, y fue tragado por la personalidad errática de Mr. Hyde. El último episodio lo muestra atado a una camilla en la puerta de un Hotel de Mendoza. Los medios recogieron esta patética imagen y la noticia general sobre la nueva debacle del bicolor, con una morbosidad parecida a la que tiene el Conde Drácula al recibir la visita de Jonathan Harker en la novela de Bram Stoker. Evidentemente, el deseo general de la prensa es que Charly se muera, si es posible, arrojándose desde la habitación del Hospital en el que se encuentra (si es posible, un Neuropsiquiátrico). Es verdad que el músico ayudó (y mucho) a diseñar su descenso a los infiernos, pero permítanme manifestar mi total estupefacción ante esa secuencia en la que el autor de “Cinema Verita” berrea desde el piso mientras unos enfermos intentan apaciguarlo con sedantes. La imagen fue captada a través de la cámara de un bendito celular, uno de esos objetos metálicos que gobiernan nuestras vidas. Rápidamente se informó que Charly nunca había caído tan bajo. Sin embargo, en el libro de Sergio Marchi, No digas nada, se cuentan escenas iguales (Charly, en bolas, corriendo por un Hotel haciendo destrozos) cada dos capítulos. Los medios siguen haciéndonos creer que nada era igual hasta hace unos años (no había peleas entre jóvenes a la salida de un boliche, no había droga, no había delincuencia, no había choques), cuando en realidad todo se cocinaba al mismo fuego sólo que sin cámaras digitales hasta en el ojete que causarían la envidia de Gran Hermano, el dictador de Orwell que la tele convirtió en un tipo afable. La portación de elementos tecnológicos, en tanto expositores de vidas ajenas, ya es tan peligrosa como la de armas de fuego. Los tiempos modernos me crispan.
Lo que se puede decir acerca de este nuevo arranque furioso de Charly es muy poco, porque a lo largo de los años han habido tantos que ya es imposible elaborar un pensamiento nuevo. Sólo podemos recordar el tema que iniciaba Say No More, y observar de que forma, García quedó atrapado en sus invenciones. Aquella canción tenía un prólogo en el que se contaba la historia de un hombre que despertaba en medio de un incendio. Cuando llegaba la prensa, le hacían la pregunta obvia: “¿Cómo se inició el incendio?”. La inquietante respuesta, incluía el título del tema y toda una declaración de principios: No sé, estaba en llamas cuando me acosté. Por último, cuando los que dicen que Charly está loco son los mismos que se regodean con su decadencia, me pregunto (poco originalmente) si no será de locos estar cuerdo en un mundo de mierda como éste: Charly García, héroe o villano, gran músico al fin, está errando de Hospital en Hospital; Callejeros, una banda mediocre que quedará en la historia del rock argentino por estar implicada en la muerte de 200 personas, llenó dos veces el Polideportivo de Mar del Plata. Say no more.
En el año 1996 Charly García grabó su disco bisagra: Say No More. En materia musical, profundizó el caos sonoro que había comenzado en 1994 con La hija de la lágrima. Nunca se sabrá efectivamente el por qué de la metamorfosis (¿se cansó de grabar discos perfectos?, ¿se le arruino la “pobre antena”?), lo concreto es que su música cambió y, salvo excepciones (la resurrección comercial que le significó Influencia), nunca volvió a ser igual. Por otro lado, Charly dejó de lado su imagen usual (irreverente pero, aún, políticamente correcta) y adoptó un personaje más cercano al arte conceptual. Su fisonomía fue reflejando en modo bestial el paso del tiempo como así también el exceso de excesos. A partir de allí, todo fue posible en el mundo de Charly García (quien, para muchos desconocedores de su obra, se convirtió en un mediático, uno de esos tantos payasos que aparecen en la caja boba elevando la mediocridad habitual): desde la recurrente suspensión de recitales hasta juicios, de peleas desenfrenadas a saltos al vacío desde un noveno piso, de amistades con Menem a tocar en la Rosada durante la Era K. No por casualidad, ese músico notable que alguna vez compuso la banda de sonido de todo un país (con discos tan extraordinarios como Instituciones, Películas, La grasa de las capitales, Yendo de la cama al living, Clics Modernos, Piano Bar o Parte de la religión) comenzó a formar parte de una nebulosa y pasó a ser llamado Say No More: ése fue el nombre de su disco y ésa fue la frase que eligió para acallar cualquier tipo de agravio o crítica contra su forma de vida y/o su particular nuevo método de hacer discos (consistente en sobregrabar sonidos heterogéneos, realizar versiones inacabadas, repetir el mismo tema con distinta instrumentación, etc.) En los últimos tiempos, entonces, García, consciente o no, quedó atrapado en el personaje que creó. Como el Doctor Jeckyll , perdió la brújula, y fue tragado por la personalidad errática de Mr. Hyde. El último episodio lo muestra atado a una camilla en la puerta de un Hotel de Mendoza. Los medios recogieron esta patética imagen y la noticia general sobre la nueva debacle del bicolor, con una morbosidad parecida a la que tiene el Conde Drácula al recibir la visita de Jonathan Harker en la novela de Bram Stoker. Evidentemente, el deseo general de la prensa es que Charly se muera, si es posible, arrojándose desde la habitación del Hospital en el que se encuentra (si es posible, un Neuropsiquiátrico). Es verdad que el músico ayudó (y mucho) a diseñar su descenso a los infiernos, pero permítanme manifestar mi total estupefacción ante esa secuencia en la que el autor de “Cinema Verita” berrea desde el piso mientras unos enfermos intentan apaciguarlo con sedantes. La imagen fue captada a través de la cámara de un bendito celular, uno de esos objetos metálicos que gobiernan nuestras vidas. Rápidamente se informó que Charly nunca había caído tan bajo. Sin embargo, en el libro de Sergio Marchi, No digas nada, se cuentan escenas iguales (Charly, en bolas, corriendo por un Hotel haciendo destrozos) cada dos capítulos. Los medios siguen haciéndonos creer que nada era igual hasta hace unos años (no había peleas entre jóvenes a la salida de un boliche, no había droga, no había delincuencia, no había choques), cuando en realidad todo se cocinaba al mismo fuego sólo que sin cámaras digitales hasta en el ojete que causarían la envidia de Gran Hermano, el dictador de Orwell que la tele convirtió en un tipo afable. La portación de elementos tecnológicos, en tanto expositores de vidas ajenas, ya es tan peligrosa como la de armas de fuego. Los tiempos modernos me crispan.
Lo que se puede decir acerca de este nuevo arranque furioso de Charly es muy poco, porque a lo largo de los años han habido tantos que ya es imposible elaborar un pensamiento nuevo. Sólo podemos recordar el tema que iniciaba Say No More, y observar de que forma, García quedó atrapado en sus invenciones. Aquella canción tenía un prólogo en el que se contaba la historia de un hombre que despertaba en medio de un incendio. Cuando llegaba la prensa, le hacían la pregunta obvia: “¿Cómo se inició el incendio?”. La inquietante respuesta, incluía el título del tema y toda una declaración de principios: No sé, estaba en llamas cuando me acosté. Por último, cuando los que dicen que Charly está loco son los mismos que se regodean con su decadencia, me pregunto (poco originalmente) si no será de locos estar cuerdo en un mundo de mierda como éste: Charly García, héroe o villano, gran músico al fin, está errando de Hospital en Hospital; Callejeros, una banda mediocre que quedará en la historia del rock argentino por estar implicada en la muerte de 200 personas, llenó dos veces el Polideportivo de Mar del Plata. Say no more.