A esta
altura habría que aceptar que la idea de que el kirchnerismo es un movimiento
con espíritu arrollador, que no respeta a nada ni nadie en pos de sus
objetivos políticos, es más una expresión de deseo de su electorado, para
sostener la épica, y una demonización del antikirchnerismo, para sostener la
indignación epidérmica, que una “realidad”.
Corrección: el kirchnerismo es una de las partes del Frente de Todos.
Corrección: el kirchnerismo es una de las partes del Frente de Todos.
A nueve
meses de ser elegido en elecciones libres y democráticas Alberto Fernández es
un presidente dubitativo, condicionado tanto por la oposición (que se mueve al
ritmo de los medios) como por sus bases electorales (que desconfían de sus idas
y vueltas). La idea de Cristina, ubicarlo como presidente para generar un
consenso en el porcentaje de la población que no era kirchnerista pero ya
estaba harta de Macri, se intuyó como una jugada electoral extraordinaria pero
encuentra sus limitaciones cuando es gobierno. Alberto parece declarar para que
no se enoje ese sector volátil del electorado que dejó de mirar las
conferencias de prensa en abril. Al enojo obvio antikirchnerista, agrega
entonces el enojo impaciente porque “no lo votaron para esto”: el viejo dilema
del que quiere agradar a todos. Con una oposición de este tipo (que extorsiona con cartas al presidente pidiéndole que "tenga a bien retirar" un proyecto que todavía no se trató) daría la impresión de que la única manera de ser gobierno es “yendo por todo”.
Como lo hizo Macri, por otro lado, aunque sus funcionarios y quienes los
votaron se autoperciban delicados individuos susceptibles a cualquier desliz
institucional.
Desde un imaginario punto de vista neutral se podría decir que la profunda polarización de las dos
facciones que se disputan la hegemonía política, social, cultural y económica
del país genera que los gobiernos que asumen la presidencia, de uno u otro
bando, se vean impedidos de llevar a cabo sus proyectos hasta convertirse en
GIFS: siempre vuelven al principio. Macri pedía perdón (no se había dado
cuenta, por ejemplo, de que le iba a condonar una deuda a su papá), Alberto se
sorprende (no se había dado cuenta de que la sociedad no iba a festejar la
expropiación de Vicentín).
La insufrible judicialización de la política ya casi atraviesa su periodo patológico: a una denuncia de un lado, se contesta con una idéntica del otro. La guerra discursiva en las redes sociales, donde los ejércitos imaginarios se disputan una porción de la subjetividad ajena, es una batalla cultural perdida para el gobierno, porque la mayoría de los medios, con excepción de C5N -demasiado didáctico para convencer a quien no forme parte de la tropa-, replican aquellos temas que son acordes a su línea editorial. La comunicación entre los dos espacios agrietados se reduce a la agresividad, a veces atemperada por la solución humorística del meme o la chicana digital. El otro es deshumanizado: ya sea por ser un individuo colonizado por los medios masivos de comunicación, o un militante que vive de subsidios. Esa clase de estereotipos unidimensionales borra caulquier atisbo de matices.
La insufrible judicialización de la política ya casi atraviesa su periodo patológico: a una denuncia de un lado, se contesta con una idéntica del otro. La guerra discursiva en las redes sociales, donde los ejércitos imaginarios se disputan una porción de la subjetividad ajena, es una batalla cultural perdida para el gobierno, porque la mayoría de los medios, con excepción de C5N -demasiado didáctico para convencer a quien no forme parte de la tropa-, replican aquellos temas que son acordes a su línea editorial. La comunicación entre los dos espacios agrietados se reduce a la agresividad, a veces atemperada por la solución humorística del meme o la chicana digital. El otro es deshumanizado: ya sea por ser un individuo colonizado por los medios masivos de comunicación, o un militante que vive de subsidios. Esa clase de estereotipos unidimensionales borra caulquier atisbo de matices.
Si los doce
años de kirchnerismo dejaron a un sector de la sociedad "empoderada", el gobierno de Macri
también ideologizó a un sector de la sociedad que históricamente se asumía
“apolítico”. Lo que se ve en las fechas patrias desde el 20 de junio es, qué
duda cabe, una derecha empoderada y entusiasmada, como un niño, con el juguete nuevo de la movilización popular en automóviles de alta gama (tal vez el germen de
estas manifestaciones se encuentre en la época del conflicto gobierno/sector
agrícola y en el 8N del 2012).
La situación
de pandemia es paradójica en este punto. Una de las formas de sostener a este
gobierno consiste en la elección micropolítica de respetar el aislamiento, lo
que se traduce en el ámbito público en una desmovilización forzada. De esa
forma, el campo popular dejó que las calles sean ganadas por quienes, más allá
de estar o no de acuerdo con la cuarentena (porque creer que todos los que
votaron a Macri no usan barbijo, toman dióxido de cloro y no creen en el
coronavirus es por lo menos sesgado), están por sobre todo en desacuerdo con
cualquier decisión del gobierno e, impulsados por un presunto embate
anti-democrático, emergen con banderas, consignas y estandartes a defender su “libertad” (término cuya apropiación semántica por parte de la de derecha es una derrota
cultural grave y que debería ser reemplazado por "status quo").
Las
estrategias anti-K para defenestrar al gobierno por momentos rozan la locura.
Por ejemplo cada vez que Cristina cierra el micrófono a un senador, práctica en
la que han incurrido todos los presidentes de las Cámaras de Senado y
Diputados, no por autoritarismo sino por regulaciones protocolares, nos
encontramos ante una dura afrenta sobre
la democracia y la República. Otra modalidad es quejarse, amargamente, y en
prime time, de la suspensión de clases o la imposibilidad de reunirse con
amigos a tomarse una cerveza, soslayando que el país atraviesa una pandemia y
sin ninguna propuesta superadora, dando a entender que el aislamiento debería
terminar, simplemente, porque debe
terminar y la gente ya no aguanta más. El alegato desesperado y agónico del ciudadano que paga sus impuestos y sufre el encierro despótico podrá haber sido cierto en los primeros tramos de la cuarentena, pero cualquiera sabe que ya no existe: en los medios, sin embargo, se habla como si todavía fuese así aunque , al mismo tiempo, ya en un nivel alarmante de disociación psíquica, se ataca al gobierno porque las calles están repletas de gente. Los mismos sectores que presionaban para que se cierre todo a
principios de marzo, por otro lado, ahora se preguntan si el inicio de la cuarentena no fue
algo apresurada y si en realidad sirvió de algo. Si el gobierno acuerda con la Universidad de Oxford para
fabricar una vacuna, se lo cuestiona, con sorna, por no haber acordado con
Rusia, demostrando que los más temerosos de un devenir “comunista” son,
justamente, los que quieren que este gobierno lo sea para poder… ¿darse la
razón a sí mismos?
Al mismo
tiempo, a no ser por la existencia de Leandro Santoro (de origen radical) el
gobierno sigue sin encontrar figuras con desenvoltura mediática que respalden
sus medidas, más allá de las 73 entrevistas mensuales de Alberto
Fernández, lo que no exime a la
oposición de afirmar que el “silencio” del presidente es angustiante y una
amenaza para la democracia. Hasta hace unas semanas incluso se hablaba de la
vuelta de Aníbal Fernández a un lugar de preponderancia.
Esta
ausencia casi total de cuadros es, tal vez, lo que llevó a que Sergio Berni,
desde su puesto de Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, se
convierta en uno de los portavoces del gobierno, algo problemático e incómodo, porque
más que respaldar al gobierno, Berni suele repasar anécdotas de cuando era
cirujano, contar que están por ascenderlo a coronel o general, y que no está de
acuerdo con Sabina Frederic. Mientras tanto, por su cargo, pero también por consecuencia
de su discurso militarizado, de “mano dura”, casi en sintonía con el de “Patri
o Muerte” (Fabián Casas dixit) es el responsable directo de la desaparición de
Facundo Astudillo, de 22 años, del que no se sabe nada desde que fue detenido
en un retén policial el 30 de abril pasado. La existencia de Berni representa,
en sí misma, la ambigüedad de un espacio político diverso que se juntó y ganó pero todavía no encontró la forma de capitalizar ese triunfo en la praxis
política.