Lo cierto es que, silenciosamente, la música de Palo Pandolfo atravesó las vidas de un puñado de miles de personas.
Mueren Gabo Ferro, Rosario Bléfari, Willy Crook, Palo Pandolfo, mueren las células alternativas a la industria, los universos paralelos: las fallas en la Mátrix, a esta altura, con el establishment abocado a la noble tarea de diseñar música para que suene igual, infinitamente igual.
Mientras los jóvenes, en los videos de al lado, canonizan a sus futuros mártires (Dillom, Duki, Nathy Peluso, Wos, L-Gante, Cazzu), los viejos despiden a los actuales.
Lo fui a ver dos veces. Una en el Melany, un pequeño teatro para no más de trescientas personas. Había cien. Palo salió a tocar, creo, con un jogging y una guitarra criolla. Era el cantautor federal, era el año 2011. Su interpretación estaba constituida por una serie de espasmos, quejidos, alaridos, y el temblor constante de su cuerpo. Empezó a tocar un tema y dijo que no lo seguía porque le daba vergüenza, para arremeter al instante con otro que había compuesto ese mismo día, para su hija. Después lo vi en La Cantina Sandinista, un antro muy propio del primer lustro de la década del 10’, lo que remite a una ciudad que ya no existe. De ese recital recuerdo, entonces, más que a Palo, a La Cantina Sandinista, lo que casi es decir lo mismo: pintada de negro, si no me equivoco en el segundo piso de una vieja casona incrustada en el medio de la Peatonal San Martín.
Como a Fabián Casas, fue Polosecki quien le dio a Palo Pandolfo el carnet de la Fede. En las entrevistas, volvía una y otra vez a esa escena, del año 1981. Otra secuencia formaba parte de su imaginario recurrente: las manos en la pared y la requisa estatal en plena ciudad.
La combustión que generó su chispa artística tal vez sea la confrontación entre el hippismo psicobolche y el post punk del invierno alfonsinista. En el medio la milonga, la bossa nova y el folclore. Hace poco dijo en una entrevista que “El rosario en el muro” era la historia de Montoneros. “El pozo guerrillero irascible bombardeando, bombardeando” se cuenta en la enumeración paranoica de “Tazas de té chino”.
La figura de Palo Pandolfo presupone, de antemano, que se trata de un artista, sin comillas, y su muerte advierte claramente el desprecio de la industria hacia este tipo de seres humanos, más allá del autoboicot típico del poeta maldito, y la cada vez más utópica asimilación masiva de lo que se niega a ser adaptado. Fue under en los ochenta y en los noventa, pero pocos under pisaron tierra firme en el cancionero popular de la manera en que lo hizo él. Siempre estuvo “a punto de”, y en los 2000 ya se convirtió en un artista subterráneo, cuyo itinerario revelaba, a la vez, una línea política, porque el devenir cósmico nunca doblegó el fuerte sentido histórico de la carrera de Palo Pandolfo.
Se especuló con que podía llegar a reemplazar a Luca Prodan en Sumo. Nunca supe si esto era real o no, o lo supe y me olvidé, particularmente no me parece significativo que lo sea, porque sólo que ese rumor se haya echado a correr define a Palo.
Murió mientras caminaba, se desvaneció en medio de la calle, y la calle siempre fue la base operativa de sus líricas, incluso cuando no la nombraba. Una muerte en apariencia vulgar se vuelve emblemática por su aura. Hace pocos días había sacado un tema nuevo, con Santiago Motorizado. Su era solista no tuvo la repercusión de sus bandas pero no hubo un declive en la carrera de Palo Pandolfo, simplemente el mundo fue para un lado y él para otro, el que siempre eligió.