lunes, 20 de noviembre de 2023

Un sentimiento



Ayer vi pasar el arco narrativo de todo un proceso político delante de mis ojos.

Yo me acuerdo cuando estaba de moda leer No Logo, y la Ñ sacaba especiales sobre el Che Guevara, y Kirchner bajaba el cuadro de Videla. Mientras ocurrían estos acontecimientos una parte de la sociedad se tragaba "el relato" con la docilidad que exhiben los perros cuando tienen que tomar una pastilla.

En los festejos que mostraba la televisión había mayoría de pibes de veintipico. Saltaban, lloraban y sonreían porque se sienten protagonistas de algo muy parecido a una revolución. En las revoluciones hay guillotinas y se cortan cabezas. Hasta ahora la grieta ha preferido las cabezas virtuales.  

En los testimonios, los libertarios copiaban el crescendo de ira discursiva que instaló Milei desde los estudios de América TV, para rematar con el legendario “¡Viva la libertad, carajo!”. Según los sociólogos, los insultos, los gritos y los maltratos de su líder han servido de catarsis espiritual para sus seguidores, ofendidos ante un progresismo que los humilla y los trata como virgos, tinchos, desclasados o todo eso junto. También había niños llenos de algarabía. Probablemente no sepan que Milei tuvo que aclarar ante las cámaras que no van a ser puestos en venta. Puede que para ellos Milei sea un personaje querible, homologable a un animador infantil. Puede que los niños argentinos hayan entendido a Milei mejor que nadie. Los “viejos meados” (descalificativo apropiado por La Libertad Avanza) han repetido el ritual: votar la opción más catastrófica e inmediatamente relativizarlo porque “mañana hay que ir a trabajar”, de esa forma se sacan de encima la responsabilidad civil. 

Haber introducido el concepto de “casta” es el hit más grande de la carrera de Milei, un triunfo ideológico sin precedentes, de inmediata asimilación. Pero la casta, por su parte, no tiene miedo. La casta, de hecho, o parte de ella, está con Milei, que, antes de gobernar, ya se apura a desarrollar un vínculo enfermizo con Macri, a quien llama "presidente", epíteto que parece una provocación y un forzado guiño a la cultura política norteamericana. El logo similar al de la Casa Blanca es parte de un neo colonialismo voluntarista, que busca seducir a un imperio indiferente y en decadencia. Si alguien todavía creía que los radicales existen, la elección demostró lo que todos ya sabían: no, no existen, de otro modo no podrían haber votado al sujeto que más denigró la memoria de Alfonsín.

Se eligió a Milei simplemente porque es el que parece tener más capacidad de daño y menos filtros para hacerlo, el que si las cosas no salen bien aseguraría un par de revanchas. El electorado de Milei sabía lo que votaba y si no lo sabía, lo intuía y le gustaba. La existencia de dos instancias previas destaca el drama de la elección. Pudieron ir con Rodríguez Larreta y no lo hicieron. Incluso podían apoyar a Bullrich, con su mano dura, y también la dejaron pasar. Por alguna razón entienden que la destrucción del Estado les garantizará el status en dólares que hoy sólo pueden ver desde la pantalla de un celular. La libertad pasó a ser la posibilidad de comprar, sin obstáculos, lo que nunca vas a poder tener.      

Milei ha generado una adoración religiosa en su público, que abiertamente le perdona la inestabilidad emocional que lo convierte en un sujeto violento, con raptos mesiánicos. Su magra performance en el debate, en vez de debilitar, afianzó los lazos con un fandom sensibilizado por su fragilidad, propia de un niño indefenso al que sus padres han descubierto en medio de una travesura. Por otro lado surge el Mr. Hyde, capaz de sostener una motosierra en una caravana o proponer la venta de riñones. Lo que falta está en el medio y se llama equilibrio. El aplacamiento de su conducta en las últimas semanas se sostuvo por una cuerda deshilachada. La paradoja es que su intento por mantener un discurso sereno produce más tensión que sus gritos. La gran duda es cómo funcionarán sus proyectos rimbombantes en la poca glamorosa praxis política de un gobierno.  

El mandato desastroso de Macri dejó a sus votantes sedientos y deseosos de una derecha bolsonarista, que goce su pulsión cavernícola como el peronista goza comiendo un choripán. La recuperación de Juntos por el Cambio en las generales post PASO de 2019 ensombreció la victoria, pírrica, de Alberto. El fracaso estrepitoso de su gobierno se comprobó en la imposibilidad de militarlo en las Legislativas del 2021, a la vez que agigantó el desprecio por los políticos en una parte de la sociedad que no sólo se había quedado afuera sino que estaba harta de la épica kirchnerista. Lo de Alberto fue una malísima remake del mandato de Néstor. Su candidatura había sido una jugada maestra al borde del precipicio por parte de Cristina, que se fue desdibujando hasta desaparecer de la escena. Que alguien como Massa –capaz de ser sospechado como quien bancaba a Milei para fracturar la oposición- haya sido la mejor opción para defender el espacio es de una elocuencia lapidaria. Massa dio cátedra de realpolitik y un segmento de la población detesta la realpolitik, por lo menos la ajena.       

Ni las canciones de Charly, ni Respiración artificial, ni el recuerdo de Diego. Ningún patrimonio simbólico parece explicar esta coyuntura. El consenso sobre lo ocurrido entre 1976 y 1983 ha sido descartado por una parte del electorado que detesta a Las Madres de Playa de Mayo y admira la prédica procesista de Victoria Villarruel, un cuadro mucho más sólido y amenazante que el presidente electo, y quien se encargará de la Defensa y la Seguridad. En Twitter los chicos se acostumbraron a hacer chistes con Videla como si fuera Ricardo Fort.  

La era de las marcas europeas, de los collares de oro, de la monetización compulsiva, de las criptomonedas, de la ostentación vía Instagram, ha encontrado su cauce en un fanático alienado con el Dios omnipotente del Mercado. Milei odia la política porque no la entiende y por lo tanto no le interesa. Cuando se refirió a su sistema educativo habló de sumar el estilo chileno al sueco. En su mente la realidad funciona en base a ecuaciones abstractas, ajenas al barro de la historia. Lo que no le vendemos a China, se lo vendemos “a otros”. Es entendible que el 55 por ciento haya rechazado al peronismo, perdido entre un pasado místico y un presente distópico. Más curioso es que para destruirlo haya elegido a un ultra capitalista cercano a la parodia: cuando se reunió con el FMI, propuso un ajuste más grande del que establecía el organismo de crédito.

Nunca en 40 años de democracia el mundo estuvo tan pendiente de Argentina. Y están pendientes para cagarse de la risa o ver cómo sale un experimento morboso. Miami como ciudad conceptual, donde juega Messi, donde graban los traperos y desde donde adoctrina Jaime Bayly, parece el ideal a seguir para una generación que en el futuro tal vez deba racionalizar lo que hoy es un sentimiento.