Fedefer, del blog Pentagrama de cirros, escribió un análisis detallado sobre Los Pitufos que contiene fragmentos como éste: "Nunca sangró un pitufo, por ejemplo. ¿Tendrían sangre azul? Misterio. Había otra que se llamaba "Pitufina" y era la única mujer de la tribu. Cálculo fácil: se la daban absolutamente todos los demás pitufos. Se sabe que éstos eran originalmente asexuales y que Pitufina fue creada por Gárgamel para hacer espionaje (y luego convertida en "buena" a través de la magia), pero no cabe dudas de que su presencia en la aldea despertaba la pitufilascividad. La pregunta, en ese caso, es cómo haría pitufina para soportar físicamente semejante diluvio de azulados falos. Cálculo fácil alternativo: a Pitufina solo se la tallaba Papá Pitufo y todos los demás eran unos mariquitas. También es una posibilidad. Misterio. Había un "bebé pitufo". Uno solo ¿De dónde nació? ¿Quiénes eran sus padres biológicos? Nadie se hizo cargo jamás". Imperdible.
viernes, 29 de febrero de 2008
jueves, 28 de febrero de 2008
THE SONG OF THE SIMEONE

La primera conclusión que saco del partido contra el América es que todos los técnicos argentinos que se van a vivir a la tierra del Chapulín son el estereotipo del porteño de 1965: al igual que Ricardo "Sé una bocha de fútbol" Lavolpe, Rubén Romano tiene la pose del compadrito, la lengua afilada, la mirada soberbia, los ojos melancólicos, la voz del arrabal. Parecen salidos del Café la Humedad y no cuesta mucho imaginárselos en la misma mesa que Cacho Castaña. Una pregunta: ¿es por cábala que Simeone siempre se pone el mismo saco? Si alguien lo ve, avísenle que no encontró el equipo, que este último no juega bien y que su mujer va a participar de Bailando por un buñuelo. O sea: ¿para qué te dejás el saco si te está yendo para el orto? Muchas gracias. En cuanto al partido en sí, una reflexión elocuente: si en primera ronda nos cuesta tanto ganar, algo no funciona.
River jugó el segundo partido de su Grupo como si fuese la Semifinal. En verdad, la victoria de la Universidad de Chile en Perú, allí donde los Simeone Boys pasaron vergüenza, obligaba a la victoria. Lamentablemente nos hace partido hasta el América de México: un equipo que maneja bien la pelota y no mucho más. En los primeros quince minutos del partido River tuvo lo que los periodistas deportivos llaman, en una metáfora reproductiva, un dominio estéril del juego: potestad del balón y ausencia de posibilidades claras de gol, a excepción de un remate torcido de Ortega que pegó en el palo. Otra máxima: exceptuando Chile, Brasil, Uruguay y Argentina, los arqueros de Latinoamérica todavía tienen el look del Loco Gatti. El primer gol, por consecuencia de este dominio improductivo, fue de América: mantuvieron la pelota durante dos o tres minutos tocándola de aquí para allá y Cabañas marcó de cabeza luego de que la versión Mr. Hyde de Tuzzio quisiera parar al que tiró el centro como quien caza una mariposa. A partir de allí, el corazón riverplatense comenzó a palpitar con interrupciones: el dominio pasó a ser mexicano –llegaron en un par de ocasiones- y los jugadores de River parecieron retrotraerse a sus peores épocas, es decir, las actuales: malos pases, indiferencia a la hora de pelear una pelota, histeria, canibalismo, satanismo, masonería, abuso de pelotazos, descompensación defensiva, incomunicación macrobiótica. El fabulantástico equipo de Simeone se parecía, nuevamente, al equipo de Passarella. No el de 1991 precisamente. Pero el país de Uribe además de Shakira, nos dio a Falcao, un goleador implacable, de esos que te salvan un partido imposible. Cuando moría el primer tiempo, Augusto Fernández conectó un centro al área mariachi. Increíblemente Abreu hizo una bien: ¿un gol?, no, esperen, ¿se creen que Abreu se va a dignar a hacer un gol?, se la bajó al mencionado Falcao y este definió ante el émulo de Gatti.
En el segundo tiempo, Simeone, más tenso que Woyseck, el marido celoso que interpreta Klauss Kinski en la película de Herzog, mandó a la cancha a Alexis Sánchez y sacó a Ferrari, un jugador que, sin dudas, le cae mal o le quita protagonismo o no quiere, ya que, de ser un número puesto en el plantel, pasó a calentar el banco con frecuencia. Augusto Fernández quedó de 4. Una vez más el técnico hacía jugar a sus dirigidos donde no debían. El complemento, entonces, fue todo de River pero nada sencillo. Como ocurre desde hace varias temporadas, en la noche del miércoles volvió a erguirse el fantasma de la mala suerte Monumental. ¿Se acuerdan? Como sucedió con Libertad en el 2006: los paraguayos llegaron 2 veces y metieron dos golazos, River no llegó menos de 25 y se encontró con una muralla que nunca volvió a repetir el mismo nivel: Bobadilla. Desesperado, Simeone, ya con un nivel de tensión digno del mejor Porreti en A dos voces, mandó a Buonanotte en lugar de Abelairas, lo que significaba que un repentino contragolpe de América nos podía dejar en la lona. Luego de un gol cantado que se perdió Ortega, Cabañas a punto estuvo de aumentar la cuenta. Sánchez desnivelaba en su versión light, Buonanotte –a quien a partir de ahora llamaremos El Niño de Cobre- desequilibraba....en off-side. Casi nadie jugaba bien a excepción del galán colombiano y Ortega, que subió el nivel en forma extraordinaria: gambeteó, hizo jugar, dio varios pases-gol pero tuvo un problema: Abreu. Desde que llegó a River, Abreu parece estar jugando en puntas de pie –aunque comienzo a creer que ésa es la impresión que da su forma de jugar-. Además pudo ser expulsado por un codazo a Cervantes -¿Qué antecedentes tiene además de escribir el Quijote?, preguntó "Niembra"-. Como Romeo en San Lorenzo, Abreu debería repasar cómo es eso de cabecear frente al arco. Pero donde Romeo deja la vida, Abreu parece dejar, como mucho, el termo. Palermo, con las mismas oportunidades del otro Loco, te hace un récord histórico. Igualmente los goleadores tardan en adaptarse, el crédito está abierto.
River merecía pero no encontraba el hueco. No sé si estoy paranoico con el Cholo pero me parece que desde que llegó, los jugadores, antes de resolver una jugada, miran al banco. Fíjense lo que tarda Villagra en tirar un puto lateral. Esto es paradójico si consideramos que Simeone se hizo famoso por tirar un lateral rápido. Quizás los jugadores de River se sienten sugestionados por tener al Gran Tirador de laterales en el banco… De todas formas, el partido de ayer fue el que mejor sintonizó con la idea simeónica: en el ST River pasó por encima al equipo mexicano aunque no sé en cuántos partidos servirá este tipo de esquema suicida. El partido moría y el empate era como una astilla en el corazón: otra vez nos anclábamos en Primera Ronda. Encima, el ingenuo Falcao se sumó al juego de Castro y terminó expulsado. Así y todo, luego de un pelotazo apoteótico, El Niño de Cobre se la pasó a Ortega entre la maraña de jugadores y el jujeño, después de mucho tiempo, la clavó en la red sin necesidad de penal y definió el partido. El equipo mereció la victoria holgadamente pero se nota que Simeone todavía no encontró el equipo o, más bien, que el equipo no encontró a Simeone. Para mí que ganamos porque Dios –que es una mezcla de Francescoli y Walt Whitman- le quiso decir a Niembro y Cross que dejen de elegir la figura del partido 10 minutos antes de terminar el mismo: ayer eligieron al arquero mexicano, pero era obvio que con el gol a los 92’ y su gran segundo tiempo, ése lugar era de Ortega. Otra idea que me surgió luego de ver el partido: Ortega se puede tirar en la mitad de la cancha a tomar un Termidor que los hinchas de River lo vamos a aplaudir igual. Me pregunto qué va a pasar cuando River juegue con Boca o los equipos brasileros. Me lo pregunto, oh, y la respuesta sofoca a mi pobre corazón como si estuviera dentro de un relato del torturado Edgar Alan Poe. Abrazo de gol.
PD: Scoponi está vivo. ¿Dónde estarán Saldaña y Julio Zamora?
miércoles, 27 de febrero de 2008
LA GRAN JUNO

Con la misma anécdota, varios directores habrían tocado soft pop o baladas románticas. Reitman hace punk. Juno es cine independiente norteamericano del bueno. Su virtud esencial es la construcción minuciosa de la protagonista. A poco de comenzar, todas las costumbres de Juno, hasta sus tics más insignificantes, han sido asimiladas por el espectador y parecen haber estado ahí desde siempre: la forma de mirar, el humor seco, la ingenuidad, la vestimenta indie, el modo de tomar una bebida espeluznante de un bidón enorme. No es fácil intentar reflejar el mundillo adolescente con algo de verdad. La afectación, los clisés y el ridículo están a un solo paso. Si no me creen vean alguna serie de Cris Morena donde los niños mendigos se siguen vistiendo como en el año 1945: tiradores, boinas, pantalones por las rodillas… En su línea realista y descarnada, Juno recuerda más a un cuento de Patrick Marber, la película Kids de Larry Clark –también imperdible- o a una canción rápida de The Stooges.
La empatía que provoca Juno es profundísima. No es difícil darse cuenta por qué: todos, alguna vez, fuimos adolescentes. Y es más: todos conocimos a alguien como Juno: una chica con problemas, una loca que fuma marihuana, ve cine de terror clase B y cree sabérselas todas. Digamos que es totalmente inconsciente de las reglas que rigen el mundo adulto. Eso, precisamente, es lo que más gusta/atemoriza a los que tiene alrededor, incluido los espectadores. Intuyo que las chicas mueren con esta película: como sucede con la Maga, quieren ser Juno. El núcleo del disturbio se da cuando queda embarazada. Una tarde, aburridos, ella y su mejor amigo cogen arriba de un sillón. Al principio piensa en abortar pero cuando se entera que un feto también tiene uñas decide darlo en adopción. Como ya se ha mencionado, la Abuela Solemnidad, la conciencia que regula el cine serio, por suerte, está a miles de kilómetros de Reitman. Por consecuencia, todas las escenas del film tienen diálogos bien escritos (no por nada Diablo Cody ganó el Oscar), imágenes penetrantes y personajes muy particulares, como el padre de la futura criatura, un tonto flemático, de la misma edad de Juno, adicto a las pastillas tic tac y subordinado por una madre súper-sobreprotectora. Un Milhouse adolescente, tal vez nosotros mismos unos años atrás… Ya hallada la pareja perfecta (aunque al final resulta más bien ferpecta) para la nueva criatura, Juno comienza a relacionarse, por decirlo de un modo, con demasiado énfasis con el tipo que supuestamente hará de padre adoptivo de su hijo. Comienzan a pasar las tardes juntos, intercambian música, comentan el mundo y, como si los dos tuvieran la misma edad, se seducen mutuamente: ella en forma inconsciente, él decididamente indeciso. Uno de los mejores tramos del film es cuando ella le reprocha a él que no entiende la magia de los Stooges. ¡Por favor!, contesta él, ¡ni siquiera habías nacido! Nunca antes se había explicado con tanta claridad de qué forma los adolescentes se adueñan de las bandas que aman: Juno, de 15 años, le explica a él, un tipo que está rozando los 30, cómo eran los Stooges, una banda de fines de los 60’. No hace falta decir que la película exuda rock.
Por último, la banda de sonido: sobresaliente. Adam Green, Jobim, David Bowie, los Kinks… Al promediar, Juno se vuelve un tanto grave: discusiones, desencuentros, situaciones incómodas. Todo está muy bien hecho. El final es conmovedor y no hay un solo golpe bajo. Juno es una enciclopedia sobre la vida adolescente. También una reflexión muy tierna sobre el amor. Lo que sucede en el film de Reitman es lo que a menudo sucede en la vida. Ya empecé a escribir frases cursis, tengo que detenerme a tiempo. Sólo me resta decir algo, por si todavía no lo entendieron: Vean Juno.
lunes, 25 de febrero de 2008
SOBRE LA LISTA DE GRANDES NOVELAS Y UN OLVIDO IMPERDONABLE
Repasando mi infame lista de posibles Grandes Novelas argentinas caí en la cuenta de que preocupado por hacerme el gracioso (La que no escribió Borges), el loco (El eternauta, Héctor Oesterheld) y no dejar afuera ninguna obra de relevancia de los últimos 150 años (Facundo, Domingo F. Sarmiento), dejé fuera, justamente y valga la redundancia, una Gran Novela Argentina. Se trata de una obra corta y perfecta, leída con entusiasmo durante muchos años y por varias generaciones. Un libro al que se pueden entregar tanto un adolescente que hace sus primeras armas en la literatura argentina como una mujer adulta y aburrida que lee en sus ratos de ocio o cuando su marido se duerme en la cama cansado del trabajo. Hubo un tiempo que fue (en parte) hermoso y las bibliotecas argentinas contenían libros de Cortázar, Bioy Casares, Haroldo Conti, Isidoro Blanstein. Literatura masiva de buena calidad para familias argentinas con intereses cultos. Escarbando en un armario, una caja o una biblioteca rudimentaria de la casa de tu abuelo vas a encontrar un ejemplar de esta novela. Seguro. Rosaura a las diez es ese tipo de libro que hoy ya no existe o está reservado a paupérrimos best-seller o libros de autoayuda o libros de personajes mediáticos que explotan su fama colocando su enorme carota en la portada. La edición que tengo en mis manos es de 1987 y llevaba 15 ediciones sucesivas. Teniendo en cuenta que originalmente se publicó en 1955 y el año que transitamos se dice a sí mismo 2008, podemos calcular que Rosaura a las diez es un libro más leído de lo que el mundillo literario intuye. Luego de su lectura, también comprendemos que es un libro más importante de lo que el mundillo literario supone. Su olvido en mi lista debe explicarse por el recurrente olvido en que se mueve la figura de Marco Denevi, su autor. Aguzando la memoria creo que no reconozco su cara en fotografía alguna ni su nombre en un trabajo dedicado a la literatura argentina. Cosas del mundillo literario.
Lo más gracioso es que leí tres libros de Marco Denevi. Es decir, más que varios de los que están en la lista de la encuesta. Falsificaciones, de 1965, es un conjunto de relatos cortos que tienden al humor y están narrados con cierta maestría. La extraña y oscura Ceremonia secreta, una novela o cuento largo de 1960, ganó el primer premio de la revista Life en Español entre 3149 obras, ni una más ni una menos. El prólogo, escrito con mucho cariño o con lo que estimo es mucho cariño por un tal Fernando Alegría que por las bondades de la Red me entero en estos instantes que es o era chileno y nació en 1918, tiene un párrafo muy interesante, como la vieja revista roja de ciencia y tecnología. Luego de hacer un breve paneo por la obra de Denevi y afirmar que otra de sus obras -en este caso Rosaura a las diez- es la mejor novela policial en español sin policías, escribe: “Y, junto a eso, ve la poesía excelsa que irradia el ser humano en sus ratos de tranquila angustia. Una mesa o una cama o un cielo sobre el río o una calle al amanecer. Cualquier cosa le basta para que, mirando a través del hombre como si el hombre fuera una grieta en alguna pared del mundo, vea a la vida vibrando, a veces con honda y seria ternura”. La vida vibrando, qué hermosas palabras. Es verdad que las mismas frases algo cursis se pueden decir de muchas obras malas pero al ser la escritura de Marco Denevi la reflejada, el análisis de Alegría cobra una dimensión significativa. Hace un tiempo un grupo de escritores agitaba el avispero de los suplementos culturales incitando a la canonización de Osvaldo Soriano. Sin embargo, si hay un olvidado ilustre en la literatura argentina ajeno a cualquier tipo de esnobidad literaria ése es Marco Denevi: ningún escritor (como sucedió con Saer/Di Benedetto o Piglia/Grombowicz) sale a reivindicar o informar sobre la “buena nueva vieja” que significa Denevi. Tampoco se escuchan voces en su contra. En concreto: no se escuchan voces ni a favor ni en contra de Marco Denevi, más bien todo parece desarrollarse entre los siempre penosos pasillos de la indiferencia. Pero ¿qué importa? Una vez leída, su obra llega para quedarse sin necesidad de la evocación permanente. Con Rosaura a las diez, Denevi construyó una novela coral, narrada por varios personajes, desmontando la maquinaria del narrador omnisciente en tercera persona y haciendo hablar en un lenguaje coloquial y acertado a un cúmulo de personajes marginales hasta ese momento dejados de lado o mal tratados por la literatura argentina. Es decir, todo lo que haría tan bien Manuel Puig diez o quince años más tarde: en Rosaura a las diez, como en Boquitas Pintadas, la voz del autor se pierde hasta volverse invisible.
Nacido pocos años después que el tridente maligno de Cortázar, Bioy Casares y Ernesto Sabato, Denevi logra reflejar el lenguaje oral con inusitada capacidad. Lo que a veces en Cortázar y Bioy es afectación, en Denevi parece sencillamente la desgrabación de una cinta con gente hablando por la calle. Lo que en Sábato es ridiculez, en Denevi es oído absoluto. Creo que el problema principal de Sobre héroes y tumbas es que mientras, con sus personajes y su contexto, se dice a sí misma como una novela porteña y callejera, se permite frases imposibles. Por ejemplo, al comenzar, con la ya clásica escena de Martín vagando por la Plaza Lezama, se lee: “Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos: “Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas”, pensó Bruno, cuando, después de…”. La imagen que trae a colación Bruno es inadmisible: larga, aburrida, cursi, engañosamente filosófica, falsamente poética. (En defensa del siempre vapuleado Sabato hay que recordar una imagen genial de la novela mencionada: la comparación entre un pie dormido y una inyección de soda.) Lo mismo, en menor medida y nunca llegando al nivel de Ernestito, sucede con algunas sentencias grandilocuentes de Bioy o Cortázar. El marco costumbrista al que obligan las narraciones –hablamos de aquellos cuentos o novelas que suceden en barrios, conventillos o pensiones con personajes explícitamente corrientes- se ve deformado por registros de nivel superior. Difícilmente esto suceda en Rosaura a las diez. Por eso se puede decir, exagerando, que mientras Sabato o Cortázar o Bioy quieren, Denevi puede.
La novela está dividida por una carta y las declaraciones policiales de un grupo de personajes que viven en una pensión de Buenos Aires. Al comenzar, leemos a la propietaria, Milagros Ramoneda, decir: “Aquéllos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas, los pensionistas escaseaban, y los pocos que había eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba…”. Hay señoras que aún hablan así. Las voces que Denevi crea son ágiles, hilarantes, grotescas, sostienen una frase apositiva durante todo un párrafo sin perder el hilo, hacen juegos de palabras. Se nutren del lunfardo, los modismos pomposos de los intelectuales y la terminología de la chusma. Y por detrás: el incesante vibrar de la vida, el viaje rutinario de las grandes ciudades que sólo se ve trastornado con el crimen, ese espacio prohibido donde nacen nuestros pensamientos más morbosos, las fantasías indecibles. Porque eso es Rosaura a las diez: la explicación de un crimen inexplicable, en particular, y la tenebrosa constatación de cómo los asesinatos estimulan a la comunidad. David Réguel, ese pensionista que habla con el diccionario en la mano, dice, al comenzar su declaración: “David Réguel a sus órdenes, señor, a sus enteras órdenes. No, muchas gracias, prefiero hablar de pie, si usted me lo permite. Es que, no sé, todavía me dura el estupor, la excitación, todas esas cosas”.
Otro de los aciertos de Denevi es que el personaje principal de su novela es el que menos habla, del que menos se sabe: Camilo Canegato. Es el asesino y también el misterio insondable. Un hombre gris, resentido, pequeño, cobarde. Réguel lo describe en una secuencia inolvidable de la literatura argentina: “Un gurrumino. Las piernas, el cuerpo, los brazos, todo lo tiene hecho a escala reducida. No es un hombre. Es la maquette de un hombre, la muestra gratis. Un estudiante de medicina lo ve y siente la tentación de de viviseccionarlo para estudiar anatomía sin necesidad de recurrir a un cadáver (…) Él lleva consigo mismo el motivo, el objeto de su odio. Es sujeto y objeto de su propio odio, ¿me entiende? Y para esta clase de odio no hay remedio. Acuérdese de Nietzsche: no hay redención para el que sufre de sí mismo, a no ser una muerte súbita. Also sprach Zaratrusta. Estos tipos reciben constantemente la pisada del mundo”. Sin necesidad de citar a Nietzsche, Marco Denevi esparce por la novela varios momentos gloriosos como el que acabo de transcribir.
Contar más sería destrozar la sorpresa del próximo lector. Además de la forma, Rosaura a las diez es de esas novelas en las que importa –y mucho- aquello que llamamos trama. Tanto es así que el enigma principal no se resuelve hasta las últimas páginas. Por consecuencia de ello podemos decir que sigue la línea de la novela policial clásica. En todo lo demás, es una obra magistral. Como sucede con las mejores novelas, cerca del final, comenzamos a amenguar la lectura para hacerla más duradera: ¡no la queremos terminar, buena parte de nuestra felicidad cotidiana yace en esas páginas! La escena casi cinematográfica en la cual Rosaura llega a la pensión es uno de los momentos más épicos y sorprendentes de la literatura argentina. A veces la releo, como quien canta un viejo estribillo de los Beatles: “Terminamos de comer. Me acuerdo que el reloj del comedor dio las diez. Diez campanadas que a mí me parecieron un toque de difuntos. Y en eso oímos sonar el timbre de la puerta de la calle…”.
Lo más gracioso es que leí tres libros de Marco Denevi. Es decir, más que varios de los que están en la lista de la encuesta. Falsificaciones, de 1965, es un conjunto de relatos cortos que tienden al humor y están narrados con cierta maestría. La extraña y oscura Ceremonia secreta, una novela o cuento largo de 1960, ganó el primer premio de la revista Life en Español entre 3149 obras, ni una más ni una menos. El prólogo, escrito con mucho cariño o con lo que estimo es mucho cariño por un tal Fernando Alegría que por las bondades de la Red me entero en estos instantes que es o era chileno y nació en 1918, tiene un párrafo muy interesante, como la vieja revista roja de ciencia y tecnología. Luego de hacer un breve paneo por la obra de Denevi y afirmar que otra de sus obras -en este caso Rosaura a las diez- es la mejor novela policial en español sin policías, escribe: “Y, junto a eso, ve la poesía excelsa que irradia el ser humano en sus ratos de tranquila angustia. Una mesa o una cama o un cielo sobre el río o una calle al amanecer. Cualquier cosa le basta para que, mirando a través del hombre como si el hombre fuera una grieta en alguna pared del mundo, vea a la vida vibrando, a veces con honda y seria ternura”. La vida vibrando, qué hermosas palabras. Es verdad que las mismas frases algo cursis se pueden decir de muchas obras malas pero al ser la escritura de Marco Denevi la reflejada, el análisis de Alegría cobra una dimensión significativa. Hace un tiempo un grupo de escritores agitaba el avispero de los suplementos culturales incitando a la canonización de Osvaldo Soriano. Sin embargo, si hay un olvidado ilustre en la literatura argentina ajeno a cualquier tipo de esnobidad literaria ése es Marco Denevi: ningún escritor (como sucedió con Saer/Di Benedetto o Piglia/Grombowicz) sale a reivindicar o informar sobre la “buena nueva vieja” que significa Denevi. Tampoco se escuchan voces en su contra. En concreto: no se escuchan voces ni a favor ni en contra de Marco Denevi, más bien todo parece desarrollarse entre los siempre penosos pasillos de la indiferencia. Pero ¿qué importa? Una vez leída, su obra llega para quedarse sin necesidad de la evocación permanente. Con Rosaura a las diez, Denevi construyó una novela coral, narrada por varios personajes, desmontando la maquinaria del narrador omnisciente en tercera persona y haciendo hablar en un lenguaje coloquial y acertado a un cúmulo de personajes marginales hasta ese momento dejados de lado o mal tratados por la literatura argentina. Es decir, todo lo que haría tan bien Manuel Puig diez o quince años más tarde: en Rosaura a las diez, como en Boquitas Pintadas, la voz del autor se pierde hasta volverse invisible.
Nacido pocos años después que el tridente maligno de Cortázar, Bioy Casares y Ernesto Sabato, Denevi logra reflejar el lenguaje oral con inusitada capacidad. Lo que a veces en Cortázar y Bioy es afectación, en Denevi parece sencillamente la desgrabación de una cinta con gente hablando por la calle. Lo que en Sábato es ridiculez, en Denevi es oído absoluto. Creo que el problema principal de Sobre héroes y tumbas es que mientras, con sus personajes y su contexto, se dice a sí misma como una novela porteña y callejera, se permite frases imposibles. Por ejemplo, al comenzar, con la ya clásica escena de Martín vagando por la Plaza Lezama, se lee: “Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos: “Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas”, pensó Bruno, cuando, después de…”. La imagen que trae a colación Bruno es inadmisible: larga, aburrida, cursi, engañosamente filosófica, falsamente poética. (En defensa del siempre vapuleado Sabato hay que recordar una imagen genial de la novela mencionada: la comparación entre un pie dormido y una inyección de soda.) Lo mismo, en menor medida y nunca llegando al nivel de Ernestito, sucede con algunas sentencias grandilocuentes de Bioy o Cortázar. El marco costumbrista al que obligan las narraciones –hablamos de aquellos cuentos o novelas que suceden en barrios, conventillos o pensiones con personajes explícitamente corrientes- se ve deformado por registros de nivel superior. Difícilmente esto suceda en Rosaura a las diez. Por eso se puede decir, exagerando, que mientras Sabato o Cortázar o Bioy quieren, Denevi puede.
La novela está dividida por una carta y las declaraciones policiales de un grupo de personajes que viven en una pensión de Buenos Aires. Al comenzar, leemos a la propietaria, Milagros Ramoneda, decir: “Aquéllos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas, los pensionistas escaseaban, y los pocos que había eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba…”. Hay señoras que aún hablan así. Las voces que Denevi crea son ágiles, hilarantes, grotescas, sostienen una frase apositiva durante todo un párrafo sin perder el hilo, hacen juegos de palabras. Se nutren del lunfardo, los modismos pomposos de los intelectuales y la terminología de la chusma. Y por detrás: el incesante vibrar de la vida, el viaje rutinario de las grandes ciudades que sólo se ve trastornado con el crimen, ese espacio prohibido donde nacen nuestros pensamientos más morbosos, las fantasías indecibles. Porque eso es Rosaura a las diez: la explicación de un crimen inexplicable, en particular, y la tenebrosa constatación de cómo los asesinatos estimulan a la comunidad. David Réguel, ese pensionista que habla con el diccionario en la mano, dice, al comenzar su declaración: “David Réguel a sus órdenes, señor, a sus enteras órdenes. No, muchas gracias, prefiero hablar de pie, si usted me lo permite. Es que, no sé, todavía me dura el estupor, la excitación, todas esas cosas”.
Otro de los aciertos de Denevi es que el personaje principal de su novela es el que menos habla, del que menos se sabe: Camilo Canegato. Es el asesino y también el misterio insondable. Un hombre gris, resentido, pequeño, cobarde. Réguel lo describe en una secuencia inolvidable de la literatura argentina: “Un gurrumino. Las piernas, el cuerpo, los brazos, todo lo tiene hecho a escala reducida. No es un hombre. Es la maquette de un hombre, la muestra gratis. Un estudiante de medicina lo ve y siente la tentación de de viviseccionarlo para estudiar anatomía sin necesidad de recurrir a un cadáver (…) Él lleva consigo mismo el motivo, el objeto de su odio. Es sujeto y objeto de su propio odio, ¿me entiende? Y para esta clase de odio no hay remedio. Acuérdese de Nietzsche: no hay redención para el que sufre de sí mismo, a no ser una muerte súbita. Also sprach Zaratrusta. Estos tipos reciben constantemente la pisada del mundo”. Sin necesidad de citar a Nietzsche, Marco Denevi esparce por la novela varios momentos gloriosos como el que acabo de transcribir.
Contar más sería destrozar la sorpresa del próximo lector. Además de la forma, Rosaura a las diez es de esas novelas en las que importa –y mucho- aquello que llamamos trama. Tanto es así que el enigma principal no se resuelve hasta las últimas páginas. Por consecuencia de ello podemos decir que sigue la línea de la novela policial clásica. En todo lo demás, es una obra magistral. Como sucede con las mejores novelas, cerca del final, comenzamos a amenguar la lectura para hacerla más duradera: ¡no la queremos terminar, buena parte de nuestra felicidad cotidiana yace en esas páginas! La escena casi cinematográfica en la cual Rosaura llega a la pensión es uno de los momentos más épicos y sorprendentes de la literatura argentina. A veces la releo, como quien canta un viejo estribillo de los Beatles: “Terminamos de comer. Me acuerdo que el reloj del comedor dio las diez. Diez campanadas que a mí me parecieron un toque de difuntos. Y en eso oímos sonar el timbre de la puerta de la calle…”.
PD: Está de más instar a que los lectores opinen en este mismo post sobre sus impresiones sobre el tema de la encuesta como así también a reprochar olvidos.
domingo, 24 de febrero de 2008
ME COPÉ CON LAS ENCUESTAS
Como verán (y como decíamos en los 90'): me copé con las encuestas. En este caso, una totalmente inútil: ¿cuál es la gran novela argentina? Intenté ser lo más abarcativo posible incluyendo títulos que no leí o no son de mi agrado. Viva la Bagatela! (finalmente esta frase ganó como el hecho que más harta a los lectores del blog).
viernes, 22 de febrero de 2008
¡SAWYER LEE A BIOY!

jueves, 21 de febrero de 2008
ALMENDRA II: VOLANDO EN UNA MOSCA INFERNAL

La sólo mención de Almendra significa la evocación de un tiempo ido: se trataba de 4 adolescentes que se juntaban a tomar café con leche y componer canciones. No existía el anhelo obsesivo de la fama ni la posibilidad de que sus temas sean coreados por la masa. Presten atención a los últimos hits del rock argentino y se darán cuenta de que la mayoría tiene un ritmo y una entonación que propone su coreado automático: "Laten bolas", "Pila Pila" o "Sacrificio y rock and roll" son canciones hechas para que la hinchada salte, para que el público se sienta parte de una comunidad pseudo-rockera…y no mucho más. En las tres bandas señaladas, este sentimiento no guarda relación con la realidad: en la Argentina el rock estaba lejos de ser un fenómeno comercial y quien se animara a dejarse el pelo largo corría el riesgo de ser señalado como homosexual y escarmentado por la sociedad. Lo que triunfaba monetariamente era el facilismo del Club del Clan o el folclore más conservador. Desde este punto de vista se puede comprender el impacto que causaron los iniciales singles y el primer disco de Almendra: melodías beatles se filtraban con reminiscencias tangueras, flautas y coros. En "Tema de Pototo", una letra naif tenía por fondo una guitarra distorsionada. Las letras hablaban de gabinetes espaciales, campos verdes y nevadas que cubrían la ciudad. La canción romántica tomaba un nuevo giro al insertarse en el imaginario colectivo las metáforas eróticas de "Muchacha ojos de Papel". Para parte de aquella juventud, se intuye, la zapada interminable de "Color humano", con su programa metafísico –“Somos seres humanos/ Sin saber lo que es hoy un ser humano”-, era algo totalmente nuevo y refulgente. ¡Y la voz de Spinetta!: ahora estamos acostumbrados a su inconfundible timbre agudo pero en 1968, que un tipo cante como una mujer, sin impostar el tono, no era cosa de todos los días. Prince no existía y Ale Sergi todavía no había nacido…
Los que nacimos en los 80’ estamos acostumbrados a que los grupos que tiene éxito con un disco repitan el mismo paradigma una y otra vez hasta momificarse. Por eso nos resulta extraña una banda como Pez, que desde que empezó, no ha tenido otra política que la mutación constante. Sorprendente: disco a disco fueron incorporando géneros musicales e influencias pero nunca perdieron la esencia. Tal vez eso es lo que convierte en artista a un músico o un escritor: la asimilación de obras que, en vez de destruir su núcleo básico creativo, reactivan zonas inexploradas. Almendra pertenece a ese tipo de grupos, los que convirtieron al rock en un género musical subversivo, propulsador de nuevas formas de vida. Hubo un tiempo en que el rock era así: no estaba totalmente aprehendido por la sociedad, producía perturbación en los adultos y el Estado represor lo observaba como un infiltrado revulsivo en la juventud. Hoy el rock yace hasta en los celulares. Y digo yace porque no parece estar erguido sino todo lo contrario. Cuando todo indicaba que Almendra podía seguir por el mismo camino y eternizarse en una fórmula conocida, dio un giro a su carrera. Sabemos que, a excepción de Spinal Tap y Pomelo, los clichés y los estereotipo no han hecho grandes cosas por el rock. Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Rodolfo García y Emilio Del Guercio también lo entendieron así.
De las melodías redondas del primer disco pasaron a riffs de guitarra estructurados para confundir. De las canciones acústicas limpias a "Leves instrucciones", que, por su devaneo melódico puede emparentarse con "A Starosta, el idiota", un tema emblemático que Spinetta incluyó en Artaud, su obra cumbre. De la línea “apolítica” del principio a la letra de "Camino difícil", que parece instar a la lucha armada: “Compañero/ Toma mi fúsil/ Ven y abraza a tu general”. Almendra II es un cambio radical, de esos que suelen pegar las grandes bandas cuando están sofocadas por las etiquetas. Lo extraño es que les haya sucedido sólo unos meses después de sacar su primer disco. Iba a ser una ópera pero terminó siendo un doble con 21 temas. El primero del rock argentino. La tapa muestra a los 4 integrantes en una fotografía mirando a cámara con remeras rayadas de colores. Alrededor, un laberinto verde pintado con crayones ejemplifica el rumbo artístico incierto. En la contratapa, el dibujo de una solitaria almendra denota el alejamiento artístico entre el primer y segundo álbum.
Sin dudas, Almendra II es un disco raro, provocador, algo impreciso. Dynamo, Fabulosos Calavera y Último Bondi a Finisterre tendrán el mismo impacto en los respectivos fans de Soda Stereo, Los fabulosos Cadillacs y Los Redondos. Los estribillos brillan por su ausencia, las voces aparecen perdidas por detrás de los instrumentos. La mayoría de las canciones pertenecen a Spinetta, pero hay un papel preponderante para dos de sus aliados: Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari. Este último, dueño de un estilo único de cantar y tocar la guitarra, ofrece el rock fragmentado hecho a base de potentes riff a la Hendrix de "No tengo idea". La letra conceptualiza experiencias inexpresables: “Si el cielo me envuelve/ Yo sé que nada me va a pasar/ Pues es cielo inocente/ Y no me podrá apresar/ Pero inocentemente me lo empecé a tragar/ Vertientes que empiezan en mí jamás van a terminar/ Dando la vuelta al mundo/ Volando en una mosca infernal/ Y yo necesitando/ Que empujen un poco más”. ¿Queeeeeeeé? El guitarrista también es autor del hermoso rock beatle "Aire de amor" y "Amor de aire", un tema country que podría formar parte del segundo disco de Manal. "Mestizo", por su parte, debe ser el primer tema verdaderamente pesado del rock argentino. Muchas de las cosas que suceden en Almendra II son precursoras de toda una vertiente experimental de la música en castellano. Hoy mismo este disco sería calificado de indie o alternativo. Como en el Álbum Blanco, colisionaron las distintas inclinaciones artísticas que los integrantes del grupo desarrollarían en sus siguientes bandas: Pescado Rabioso, Aquelarre y Color Humano.
El bajista Del Guercio canta y compone "Cometa azul" y "Un pájaro te sostiene", tema sostenido a base de guitarrazos y la potente batería de Rodolfo García. Al promediar la canción la estructura rockera se ve desmontada sorprendentemente por una dulce melodía de piano. Los efectos de extrañamiento se esparcen por todo el disco. En el libro de conversaciones con Spinetta, Martropía, de Juan Carlos Diez, Spinetta confiesa que por esa época experimentaba con ácido lisérgico. Esta búsqueda permite que algunos temas se alejen del estilo surrealista-adolescente del primer disco para adentrarse en una zona mucho más oscura donde ya no hay, siquiera, cohesión o una línea gramatical precisa en las letras –y mucho menos conceptual: “Deberás, ave salón de turno/ Ven a mí/ Quiero ver tus pantallas/ O cualquier cosa que me digas” ("Leves instrucciones"). En el rock denso de "Parvas", el sonido parece adelantarse al primer disco de Invisible. La letra delira: “Parvas/ ¿En que parva naceré?/ Parva tu hermana tan descalza/ Parvas/ Denme tiempo para huir/ Pues yo no vivo ni consisto”. Como lo explica en el libro antes mencionado a propósito de Jimi Hendrix, Spinetta parece componer en base a visiones que escapan al dominio de su entendimiento. En Almendra II este rasgo se hiperboliza por la acción del LSD y el claro objetivo del grupo por cambiar. Spinetta estaba impresionado con el rock suburbano de Manal. Por eso compone "Rutas argentinas", que es, probablemente, el único tema del disco que c

Las zapadas, el rock fragmentado, la ausencia de estribillos, los sonidos psicodélicos, las letras poéticas o sin hilo conceptual fueron demasiado para la época. El disco recibió malas críticas y al poco tiempo el grupo se separó: cada uno estaba en la suya. Almendra II, editado en el año 1970, aún hoy sigue ejemplificando aquellos instantes supremos en la vida de un artista: cuando deciden girar el timón y enfrentarse a lo desconocido sabiendo que sólo por fuera de las fórmulas preestablecidas se puede llegar realizar una obra perdurable en el tiempo, aquellas de las que beben las nuevas generaciones. De esa forma, como canta Spinetta en "Los elefantes", “te podrán contar los cuentos más extraños/ pero no te apurarás”.
martes, 19 de febrero de 2008
Dos formas de contar el futuro

Como sabemos, Soy leyenda es una novela emblemática de Richard Matheson. La película de Francis Lawrence, desde ya, es mala, pero un detalle nada vulgar me lleva a celebrar su estreno: desde hace unas semanas, tal libro aparece entre los más vendidos en las librerías del mundo. Mientras se atiene a la versión literaria, entretiene y hasta puede llegar a ser considerada buena: Robert Neville es el último habitante del planeta y, con su perro mantonegro, recorre las calles derruidas buscando comida. Sólo lo hace de día: de noche, millares de ex-seres humanos afectados por una enfermedad que los convierte en zombies-vampiros salen a recorrer la ciudad y morfarse lo que resta. Todos los días, desde una emisora radial, Neville transmite hacia la nada, implorando que alguien vaya a acompañarlo. Hay algo entrañable y poético en esa imagen. Pero como toda película que comienza con un gran cartel de Mc Donalds, Soy Leyenda decae. Se aparta del libro original e inventa dos nuevos personajes representantes de esa entelequia difusa llamada Esperanza: una madre y un hijo, ambos sanos, que salvan a Neville del ataque de los hombres de la oscuridad.
Niños del hombre, libremente inspirada en una novela, se dirige hacia otro lugar. En ella, la humanidad también está en declive permanente por obra y gracia de los humanos y el mal se presenta en la total y escalofriante ausencia de fertilidad. Encima, el mundo vuelve a sofocarse cuando se informa sobre la muerte del hombre más joven de la Tierra: un argentino de 18 años llamado Diego. El protagonista es Theo, un londinense resignado –todo lo contrario al violento Neville que interpreta Will Smith- que debe enfrentarse a un reto inusitado: salvar a la única mujer embarazada del mundo. Llegados a este punto, deberemos explicar por qué Soy leyenda es una bazofia y Niños del hombre una obra de arte.
En Soy leyenda todo es claro y directo. Hasta se puede intuir una brusquedad a prueba de balas: para convencernos de que es una película seria que enarbola la bandera del amor, que habla de la Humanidad y el destino incierto del hombre, repite una, dos y tres veces canciones de Bob Marley que Will Smith canta con lo que se supone que es gracia. Niños del hombre sólo necesita pasarnos una vez, en los títulos, Bring on the Lucie, de Lennon, para que entendamos todo sin necesidad de palabras. Cuarón no necesita remarcar, Lawrence sí: como quien tiene el pene chico y dice que es grande, a cada rato nos inunda de diálogos sobre Dios, el amor y el dolor. Ni Sábato –que siempre escribe sobre la frágil y atroz condición del ser humano aunque esté hablando del último modelo de Peugot- habría sido tan obvio.
Otra diferencia es la ambientación. Lawrence vuelve a utilizar la demagógica e impresionante e increíble y extraordinaria imagen usada hasta el hartazgo de Nueva York en ruinas. Cuarón nos muestra una Londres que se parece más al D.F mexicano, Bógota o Buenas Aires: humo, smog, suciedad, violencia. Mientras que Lawrence termina convirtiendo la obra maestra de Matheson en un videojuego irreal entre un hombre con una ametralladora y un enjambre de monstruitos, Cuarón, como sucede en otra joya de los últimos años, V de venganza y los mejores textos de ciencia ficción, a pesar de ambientar su historia en el 2027, nos habla del mundo actual: los países europeos echando inmigrantes, gente hacinada, policías reprimiendo. Es claro, también, que Lawrence impone a Neville una serie de características innatas del héroe hollywoodense: omnipotencia, virilidad, macro musculatura, épica. El Theo de Niños del hombre es un tipo dubitativo, impresionable, llorón, descreído. Se parece más a nosotros. Lawrence nunca logra que la relación entre Neville y la madre parezca creíble: a los pocos minutos ya hay recriminaciones, miradas legendarias, discusiones grandilocuentes. A Cuarón sólo le hace falta una breve escena en la que Theo y su ex mujer juegan a pasarse una pelotita de ping pong con la boca para que el espectador compre el amor de la pareja.
Sin embargo, todas estas esenciales diferencias, no se comparan con la más enorme de todas: el final. En hijos del hombre, Theo y la muchacha embarazada, luego de un raid apocalíptico, logran escapar de un cúmulo de episodios turbulentos hacia un barco donde, se supone, podrá nacer el primer niño en 18 años. Sin embargo, en el transcurso del viaje Theo muere y la muchacha queda sola en la balsa, entre la neblina y la absoluta nada del océano. S

viernes, 15 de febrero de 2008
SOBRE LA SRA. INSEGURIDAD

En estas semanas se ha agitado nuevamente el avispero de la Inseguridad. El tema es recurrente en los 10 últimos años pero cada tanto se instala en forma permanente. La gente sale a la calle con banderas argentinas y gestos desencajados explicando cómo fueron robados en 34 ocasiones seguidas o cómo un familiar fue acribillado a balazos por 100 pesos, una bicicleta o un celular. La verdad, no es agradable tener seres queridos muertos y la sensación de que uno va a ser robado se puede palpar en el aire con facilidad, negarlo sería de necios: sólo salgan a caminar de noche y, rápidamente, entre la oscuridad de las calles y la ausencia de personas, se van a sentir como Robert Neville, el personaje de Soy leyenda, la novela de Richard Matheson que en estos días se puede ver en el Cine. Todos sufrimos un robo, estuvimos a punto de ser víctimas de uno o conocemos a alguien que la pasó mal. Aunque suene fea ésa es la verdad: la brillante sociedad argentina, con una audacia de ribetes cósmicos, ha creado un monstruo grande que pisa fuerte: millares de jóvenes drogados, resentidos, hambrientos, violentos, desencantados y sin futuro. La pregunta es: ¿cómo reacciona la gente? Sí, usted acaba de dar con la respuesta: como reaccionarios. Algunos se arman. Otros piden mano dura y amenazan armarse. Otros se encierran y no salen de sus casas…y amenazan armarse. El sentimiento general es que hay que matar a los delincuentes, ciegamente, con severidad. A mí me sorprende día a día la estupidez general del pueblo argentino –intuyo que es así en todos lados pero aboquémonos a lo que conocemos: ni en una sola marcha por la Seguridad escuché a alguien preguntarse qué pasó en los últimos 30 años para que el panorama se vuelva tan desolador. Las preguntas que se hacen apuntan a discernir qué hacen, de dónde salieron, por qué caminan las mismas veredas que ellos. Estoy seguro de que algunos creen que los pibes chorros son extraterrestres que adquirieron forma humana…
Responsabilidad Civil, una materia que el argentino promedio, ése que votó a Menem y se sintió a gusto durante la Dictadura 76-83, desconoce. La revolución de las clases medias y altas argentinas, la de la Seguridad, es en realidad diametralmente opuesta a la que prefigura Ballard, es la revolución de la mediocridad imperante, la revolución del empobrecimiento conceptual y la falta de pensamiento para trazar las consecuencias obvias de una sociedad devastada. No están aburridos de ser quienes son porque nunca se lo pusieron a pensar. Me recuerdan el tema de Serú: “Cuánta ignorancia/ Corre por tu cuerpo hoy/ Ni siquiera te entregás al viento/ Sin pensar por qué”. Matar gente nunca fue una solución: así lo prueba la historia. Es cierto que todos corremos peligros pero también lo es que tenemos la culpa. No te podés comer al caníbal. Mucho menos si el caníbal fue creado por vos a base de marginación, indiferencia y regocijo personal. Perdonen mi elocuente demagogia pero creo que en un país donde la gente, literalmente, corre carreras para comer de la basura, pedir seguridad debería provocar vómitos masivos. Sin embargo, la gente aplaude al que se arma, fantasea que asesina villeros. Es el colmo de la mediocridad, la gota que rebalsa el vaso. Un policía por cuadra no resuelve un macro problema socio-cultural. Es que es difícil –tanto para la izquierda como la derecha- aceptar la verdad: el problema de la inseguridad no tiene solución. De una y otra forma, siempre la habrá. Ya sabemos del insondable peligro de un Estado protector con Seguridad en las calles. Y sabemos, aunque nos cueste creerlo, que la redistribución de riqueza es una utopía. Además, les tengo varias malas noticias: también pasa que cuando las personas de clases bajas acceden al poder, en base a su natural resentimiento por haber sido pisoteados y maltratados durante años, actúan de la misma forma autoritaria e indignante que la clase dominante. Ver la película brasilera Crónicamente inviable y constatarlo. El mundo no es sencillo, es complicado, brutal y bastante horrible. Pregúntenle a un adolescente argentino, cualquiera sea su condición social, qué opina de un homosexual o de un boliviano o, incluso, de un judío. La respuesta, se los aseguro, no estará regada de tolerancia.
El mundo está podrido, amigos, y estamos educados en base a una idea de progreso y evolución social cuando todo indica que vamos bajando la cuesta a las corridas. En El señor de las moscas, la novela de William Golding que inspiró Lost, por consecuencia de un accidente aéreo, unos niños deben arreglárselas solos en una Isla desierta. Al poco tiempo ya hay discusiones, violencia y asesinatos. This is estar en el horno. No hay esperanza, no hay solución, hay lo que hay: deberemos aprender a convivir –y morir- con la mentada “Inseguridad” como se acostumbraron las clases bajas-bajas a convivir –y morir- de hambre. Ésa sí que es LA INSEGURIDAD. Es el riesgo de vivir en una sociedad de estúpidos armados, de imbéciles que se masturban pensando en Videla. Y al que no le guste, que salga a la calle pidiendo mano dura y se pudra en su egoísmo, en su infra-pensamiento. Mientras tanto, Ballard nos mira a los ojos y nos habla con dureza: “Hoy la gente no se quiere. Somos una clase rentista que sobró del último siglo. Toleramos todo, pero sabemos que los valores liberales están pensados para volvernos pasivos. Nos parece que creemos en Dios, pero estamos aterrados por los misterios de la vida y de la muerte. Somos profundamente egocéntricos, pero no soportamos la idea de la finitud de nuestro yo. Creemos en el progreso y en el poder de la razón, pero nos persiguen los lados más oscuros de la naturaleza humana. Nos obsesiona el sexo, pero tememos la imaginación sexual y tenemos que protegernos con enormes tabúes. Creemos en la igualdad pero detestamos a la clase inferior. Tememos nuestros cuerpos y, sobre todo, tememos la muerte. Somos un accidente de la naturaleza pero nos creemos el centro del universo. Estamos a pocos pasos del olvido pero tenemos la esperanza de ser de algún modo inmortales…”. Sayonara.
jueves, 14 de febrero de 2008
CAOS Y NO-CREACIÓN EN LA CABEZA DE SIMEONE

Por otro lado: el esquema. La mentira del doble 5 o la superposición ineficaz de volantes es tan evidente que no hace falta mencionarla. Sólo decir que los jugadores –sean Domingo y Ponzio o Mascherano y Cambiasso en Alemania 2006- nunca comprender de qué carajo juegan: no lo saben y se les nota. Pero claro, Simeone es moderno y no hay nada más moderno que mandar volantes autómatas al medio de la cancha. Yo, inocente de mí, siempre creí que en la mitad del campo iba uno por derecha, otro por el medio y otro por la izquierda: Monserrat, Astrada y Berti, por ejemplo –y esto no es elogio al menemista: sólo hace falta ver las paparruchadas que está haciendo en San Lorenzo para constatar que él también se cree moderno-. Sin embargo, el caos fue general: los jugadores se chocaban. Literalmente. Adelante: más superposición de jugadores del mismo puesto: Falcao, Ortega, Sánchez, Rosales. Y rezar que Abreu se digne a meter una –ayer tuvo como 10 cabezazos, obviamente, no metió ninguno-. El problema radica en que los jugadores que Simeone pone en cancha no son sucesivos sino en exceso simultáneos. Tanto que se terminan pisando unos a otros. La defensa hizo tanta agua que se inundó. Cabral, lamentablemente, demostró que una vez más River compró un jugador que no es para River. No es que sea malo, simplemente no es para River. Como el inseguro Bobadilla no fue para Boca. A todo esto y aunque las comparaciones son odiosas: la diferencia que hay entre un jugador para River y uno que no lo es la que va de Cáceres a Cabral. Galván salió campeón en Estudiantes, en River jugó bien 2 partidos y desapareció. San Martín fue figura en Arsenal, en River no anduvo. Y River no es un Club en el que se pueda aguantar todo un campeonato jugando mal hasta que los jugadores se aclimatan al contexto: jugás 2 partidos seguidos, si no demostrás quien sos, buena suerte y hasta nunca. Es duro pero es así y más en estos tiempos de indigencia. El resto del equipo naufragó ostensiblemente: Tuzzio intercala buenas con súper-malísimas, Ferrari está ido, Augusto Fernández hace 6 meses que está jugando mal. A Ortega ya se le empezó a salir la cadena: ayer hizo todo mal y pegó un manotazo. De ser advertido por el árbitro, se iba expulsado. Alexis Sánchez también demostró sacarse si las cosas no le salen bien: pegó dos codazos seguidos y le perdonaron la vida. Carrizo parece Locke, el de Lost: o lo querés mucho o lo querés matar. A veces parece que toma las decisiones con una convicción indestructible y en otros casos parece actuar con total predominio de sinsentido. Abelairas, un jugador de un criterio extraordinario a la hora de pasar la pelota, muy prolijo y de buena pegada, recién entró a los 80’. Simeone, en vez de darle la chance a Buonanotte, eligió a Rosales, que juega mal desde tiempos inmemoriales. La selección de Bielsa tardó 4 años en agotar el sistema adoptado. El River de Simeone, en dos partidos oficiales, expuso todas sus falencias y perdió contra un ordenado pero muy rudimentario equipo peruano. Tiene mucho para mejorar y, felizmente, tiene tiempo. Si seguimos así nos vamos al muere. En la cabeza de Simeone se deberá activar el botón necesario –imposible no compararlo con un robot- para barajar y dar de nuevo, como hacen los grandes cuando se equivocan. El problema pasa por discernir si Simeone tiene la audacia necesario para asumir sus errores. Si lo hace, bienvenido sea.
Por último, no nos confundamos: no es equivocarse o perder lo que no se le puede perdonar a Simeone, sino querer ser más grande que el fútbol cuando éste es demasiado hermoso e inasible para ser superado por un ser humano. Tanto es así que el jugador más brillante de todos los tiempos se equivocó y la pelota siguió allí, inmaculada, sin una sola mancha. Abrazo de gol.
viernes, 8 de febrero de 2008
HABLEMOS DE FÚTBOL

Siguiendo con las compras, es obvio aclarar que el equipo que mejor hizo los deberes fue Boquita. Mantuvo la base y trajo al defensor ya mencionado –un grosso, que no va a tardar en ponerse a la hinchada en el bolsillo-, a Castromán –del que nadie espera nada por lo que puede sorprender sólo con dar un pase gol en todo el año- y al mejor jugador del mundo: Riquelme. Corrección: el jugador que mejor juega en el mundo si tiene la camiseta de Boca. Para colmo de males, Boca demostró que puede jugar bien incluso cuando no está el Topo Gigio, como sucedió en los primeros 25 minutos de baile, cena y show del último clásico. Después de eso, River encontró el gol –de pedo- y Boca se dedicó a simular que juega bien –algo que hacen la mayoría de los equipos del fútbol argentino, incluyendo la Selección-. Consiste en pasarse la pelota anodinamente: en la mitad de la cancha, contra un corner, entre el arquero y un defensor, entre un plateísta y un delantero. Eso se llama Simulacro de Fútbol, un acto de demagogia para que la hinchada grite Ole, ole. De esa forma el fútbol se convierte en lo que Borges o los norteamericanos creen que es el fútbol: un juego estúpido entre 22 jugadores. Como el México vs. Portugal de Los Simpsons, para seguir con Matt Groening.
Antes de terminar este texto, debemos recalar en otro equipo de mi interés: San Lorenzo. Desde hace un año es algo así como una sucursal exitosa de River ¿no?: Tula, Osmar Ferreyra, la Gata Fernández, Ledesma, el menemista con suerte y, ahora, D’Alessandro –en caso de que también vaya Santiago Solari me largo a llorar-. La verdad, que el fan de la Nueva Luna vaya a San Lorenzo es un baldazo de agua fría para los hinchas de River pero ¿nadie recuerda quién es D’ Alessandro? Como nadie responde, voy a explicar: D’Alessandro es un gran jugador, habilidoso, veloz pero sufre lo que llamaremos El mal del habilidoso riverplatense –flagelo que ya han padecido Gallardo y Ortega, entre otros-: cuando en un partido las cosas no le salen más o menos bien, se deprime y se saca: pega cabezazos, arañazos, insulta a un compañero, derrapa, se va por las ramas. En los últimos años, “D’Alesando” a caído en este error una y otra vez. Por algo hace 3 o 4 años que no está en la Selección. Por eso me sorprende que Leo Farinella –para los que no saben: uno de Olé y Estudio Fútbol al que le pagan por decir las mismas afirmaciones pedantes que yo estoy diciendo acá gratis-, cada vez que se habla de San Lorenzo y sus jugadores, se conmueva, por poco, comparándolo con el San Pablo de Telé Santana, asociando a Tula con Perfumo y al ex 10 de River con Riquelme, cuando todos sabemos que D’Alessandro, como Aimar, Ortega, Gallardo y demás, para ganar solos partidos importantes –finales y clásicos, por ejemplo- necesitan estar rodeados de cracks, mientras Riquelme se las arregla con Schiavi o Paleta o Traverso y un 9 mortífero como Palermo. Dicho esto, me despido esperando que mis augurios sombríos hacia el Club donde jugo Dios –más conocido como Enzo Francescoli- sean totalmente errados. Abrazo de gol.
lunes, 4 de febrero de 2008
3 Posts que no le interesan a nadie!
Luego de la avalancha de 5 posts y la tibia avalancha de 2 posts (siguiendo con el desenfreno estival) debía, sí o sí, venir la avalancha de posts que no le interesan a nadie: el repaso por un disco editado hace 14 años, Cerati del 93', el comentario sobre una serie que nadie mira, Apología de Sugar Rush, y la incomprensible pero necesaria aunque insignificante y absurda viñeta: El día que explotó la forma de hacer periodismo de Cherquis Bialo. Si tiene algo para decir, comente aquí.
APOLOGÍA DE SUGAR RUSH

El director de Sugar Rush seguramente sabe que el Corán no necesitó estar repleto de camellos para ser considerado árabe (1). Haciendo una analogía, Sugar Rush no necesita estar repleta de estereotipos lesbianos para ser una serie que trata, seria y magistralmente –es decir, con certeza, poesía y humor-, la temática lesbiana: por ejemplo, los problemas que tiene una adolescente lesbiana para conseguir pareja o los problemas que tiene una adolescente lesbiana para darse cuenta que lo es. La serie se hace verdaderamente interesante, claro, cuando las peripecias de la protagonista, Kim, dejan de ser sectarias, cuando su cosmovisión del mundo no está sólo supeditada a los problemas que uno espera que le ocurran a una lesbiana sino a los que le ocurren a todo el World. Borges decía que la grandeza del Martín Fierro no estaba en su toque regional sino en su universalidad. Lo mismo opino de Sugar Rush y reconózcanme, aunque sea, que es difícil defender una serie de lesbianas a través de “El escritor argentino y la tradición” ¡y yo lo estoy haciendo! (no sé con que resultados). Es así que Sugar Rush se convierte en un drama o una comedia, según el capítulo, que trata cuestiones inherentes a todos: la amistad, el amor, las relaciones de pareja, la mentira, la certeza de que nuestros padres o hijos son tan extraños como los desconocidos que nos cruzamos por la calle, etc.
Las acciones de la serie están centradas en Kim, pelirroja entrañable que se enamora de una muchacha insoportable, de ésas que suelen aparecer en la vida: Sugar. Ésas que, como diría Lennon, nos hacen sentir como si hubiésemos nacido ayer. Hagan el intento de ver Sugar Rush y no odiar a Sugar. Hagan el intento de ver Sugar Rush y no querer aconsejarle a Kim que largue a Sugar. Hagan el intento de ver Sugar Rush y no querer taparse los ojos cuando aparecen los padres de Kim en pantalla, una pareja nocaut que hace cualquier cosa por seguir viviendo una gran mentira: el matrimonio. Es claro: Sugar Rush provoca empatía, interpela al espectador a preguntarse cuáles son los lazos que hacen que una pareja o una relación de amistad siga a pesar de todo. Que una serie de televisión nos estimule a interrogarnos algo –que no sea apagar la tv- ya debería ser razón suficiente para verla…
Los capítulos son narrados por la voz en off de Kim, quien reflexiona en forma lacónica sobre los sucesos que se reflejan en la pantalla, a la manera de un diario o un blog en primera persona. En la mayoría de los casos, los diálogos son impecables, parecen ser escritos por algún escritor norteamericano al estilo Richard Ford o Raymond Carver o, por qué no, Charles Bukowski. Como en las comedias heterodoxas y algo rupturistas de los últimos años, La elección, Napoleón Dynamite, Good Girl o Doonie Darko, Sugar Rush tiende a detenerse en imágenes estimulantes, que hallan, por fin, un poco de belleza estética en el panorama harto redundante de la televisión. Justamente en La elección, era una chica lesbiana la que se quedaba mirando una central hidroeléctrica, provocando una fotografía hermosa, que no necesitaba palabras para describirla. Lo mismo sucede con la playa eternamente invernal de la ciudad en que está ambientada Sugar Rush. Algunas de las manifestaciones de este encendido texto pueden hacer creer que la serie es algo puritana: todo lo contrario, debe ser la que mejor elabora escenas sexuales, la única que no teme pasar del morbo fetichista de una lesbiana sadomasoquista a la ternura naif de un primer beso. Y es que Sugar Rush conjuga cierto realismo sucio con la mirada ingenua o desencantada de su protagonista y allí, en ese híbrido, podemos hallar el éxito artístico de la serie. Dicho todo esto, lo único que deben hacer es prender la tele en el horario indicado. Después me cuentan y me agradecen.
(1): Esta afirmación es de Borges aunque en Internet se dice que en el Corán hay 19 camellos.
CERATI DEL 93'

Hay dos discos inclementes que sobrevuelan la esencia de Amor amarillo. La ruptura total con el paradigma de Soda Stereo puede rastrearse en la experiencia de Plastic Ono Band, el primer opus solista del Lennon post- Beatle, un corte de manga severo a los Fabs Four lleno de gritos primales y canciones prominentes. El perfil lírico es explícitamente heredado del Gran Disco de estas Pampas: Artaud, de Luis Alberto Spinetta. Aquí, Cerati juega con imágenes algo irreales que parecen desentenderse de la chatura recurrente que comienza a impactar en el rock argentino, que entiende que la rebeldía es escribir tal palabra con v mientras se manifiesta a viva voz nulo interés en la política, colocando el fascismo y el anarquismo en un mismo nivel... Aún a riesgo de convertirse en Luis Almirante Brown, Cerati abreva en su interior –el disco parece una explosión de su subconsciente- y observa agujeros en la tierra, un verde profundo en el mar, la fauna abisal, cabezas de medusa, un cuarto lleno de rombos…Delirios que siguen la tradición psicodélica del rock moderno –es decir, cuando dejó de lado la parte roll de su nombre- y parecen en verdad genuinos.
Cerati, quien con razón manifestara que a diferencia de muchos de sus colegas no se considera un poeta sino un letrista –sólo hace falta leer las letras de Ahí vamos para comprobarlo…-, logra construir frases interesantes, que ganan densidad en su forma despojada y se parecen mucho a la poesía. En el tema homónimo del disco, un rock con inconfundible sabor Lennon, canta: Hay algo en el aire/ Un detalle infinito/ Y quiero que dure para siempre. Como sucede con los mejores compositores, aunque sea en este disco, el líder de Soda parece encontrar la poesía espontáneamente, sin recurrir a afectaciones ridículas o frases absurdas que suenan difícil. En Lisa, una hermosísima balada de aura onírica, vuelve a apelar a la sencillez con destreza: Siempre fue divertido correr/ Dejar a este mundo detrás/ Hoy la atmósfera comprime sus pies/ Ella es mi chica lunar. Recuerdo que cuando vi el video de este tema, a los 9 años, me pareció la subversión absoluta: Cerati sin afeitarse, con cara de dormido y tocando la guitarra con una máscara enigmática mientras a su alrededor se movían unas medusas aún más enigmáticas. Descreo de que aún hoy los nenes de 9 años se extrañen observando los video-clips de sus estrellas de rock…La huella spinetteana de Lisa se emparenta con Avenida Alcorta, un rock urbano: Avenida Alcorta, cicatriz/ Hoy volví cansado de hablar de mí y, desde ya, con la excelente versión de Bajan, tal vez el mejor cover que alguien haya hecho sobre una canción de Spinetta. El resto son coqueteos con la electrónica –de la que Cerati comenzaría a enamorarse- y un par de temas un tanto olvidables. En los próximos dos años, tal vez reponiéndose de esta magnífica racha, Cerati no editó nada hasta que en el 95’ se juntó nuevamente Soda Stereo. Lo que vino después es conocido: separación de Soda, oscilantes discos solistas, vuelta de Soda, millones, etc. Algo es seguro: nunca volvimos a escuchar a Cerati en forma tan visceral.
sábado, 2 de febrero de 2008
LA VIDA VUELVE A TENER SENTIDO: VOLVIÓ LOST

El primer capítulo de la cuarta temporada de Lost vuelve a dar en el blanco. Contra los pronósticos agoreros que descreen de la vitalidad que una serie televisiva puede tener más allá de determinado tiempo, Lost demostró mantener el swing narrativo, la capacidad para sorprender al espectador y el pulso firme para no terminar nunca de desentrañar los abracadabrantes enigmas que enloquecen a sus fanáticos. Cuando un misterio se resuelve, al segundo, aparece otro, inmenso, inescrutable: nunca podemos llegar a la meta. Borges hablaría de la paradoja de Zenon y la tortuga. Yo no…Ahora, vayamos al grano. Como se preveía luego de los memorables últimos dos episodios de la tercera temporada, el giro argumental de la cuarta se centra en el hecho de que la serie ya no tiene un tiempo actual, contemporáneo a las acciones que se observan: las escenas que ahora hacen las veces de flashback son los sucesos de la Isla y no el pasado inmediato de los personajes antes de producirse el accidente. En tanto, la acción insular es escindida a través de pequeñas viñetas -¿flash forwards?- que muestran a algunos protagonistas viviendo en la ciudad luego de ser rescatados de la Isla. Este movimiento promueve aún más incertidumbre en el espectador. La primera historia post-Isla está protagonizada por un Hurley ligeramente perturbado (y ligeramente esquizofrénico) quien cree ver al finado Charlie caminando por las calles, cual 48 de la Quiniela. A través de él nos enteramos que fueron 6 los que volvieron de la isla. Las elucubraciones no se hacen esperar: tenemos a Hurley, Jack y Kate, ¿quiénes son los otros tres? La nota de Mariana Enriquez en el último suplemento Radar resuelve el misterio. Es probable que gran parte de la nueva temporada trate sobre este interrogante, entregando pistas y certezas con la ambigüedad ya conocida. En cuanto al rescate no se puede saber mucho más: ni que pasó con los que se quedaron, ni por qué se quedaron, ni a qué iban en verdad los rescatistas, etc. Desmond vuelve a la playa y avisa que Charlie murió pero antes tuvo el tiempo y la destreza para escribir en su mano que Naomi no pertenecía al grupo de Penny (¡!). Como es claro, hay quienes confían ciegamente en el rescate y quienes no. Respectivamente, por si hace falta decirlo, Jack y Locke. Así se suceden nuevamente varias escenas que enfrentan a los dos líderes antagónicos: incluso Jack –que detrás de su presunta honorabilidad ya demostró con creces ser un asesino en potencia- gatilla un revólver contra Locke y no lo mata sólo porque estaba descargado…Por su parte, el viejo y querido por todos John Locke parece que ha tenido nuevas y extrañas relaciones con Jacob quien, a su vez, a través de un plano más extenso que el del terrorífico episodio El hombre detrás de la cortina parece ser…el finado padre de Jack. Qué despelote. Finalmente, un grupo se va con Locke –Saywer, Desmond y Claire, entre ellos- y otro con Jack –Kate, Rose, Bernard, etc.- promoviendo las más variadas suspicacias. El desenlace fue inconfundible, más abierto que final de cuento de Richard Ford: Jack y Kate van al encuentro de un paracaidista que dice venir de parte de Naomi (new finada) y pregunta a Jack si es Jack...Ah, hay varios e irresistibles golpes bajos sobre la muerte de Charlie. Antes de terminar este post quiero decir que para mí el cadáver del ataúd que visita Jack en el capítulo final de la tercera temporada es Michael. Habrá 7 novedades (episodios) más para este boletín.
PD: La frase “La vida vuelve a tener sentido: Volvió Lost” se la debemos a la jackerista (aliada de Jack Shepard) Momia Loca. Jackeristas, qué graciosos son.
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