lunes, 30 de noviembre de 2009

¡Nos están matando de a uno!

Si hay algo que no soporto de esta delincuencia brutal y asesina es que nos maten de a uno.

¡Eso sí que me parece verdaderamente indignante!

¡Ya me cansé, como ciudadano argentino y digno representante de la clase media no lo voy a permitir! Esto está más allá de las ideologías.

¿Por qué?

Porque formo parte de una sociedad que basa su sistema de vida en la pertenencia a grupos de elite, en la posesión de bienes materiales, en el culto a la imagen, en el desprecio sistemático hacia los que menos tienen.

Porque formo parte de una sociedad que en vez de añorar el conocimiento añora la ostentación.

Porque formo parte de una sociedad que teniendo la capacidad económica para leer un libro prefiere ver a Tinelli.

Porque formo parte de una sociedad que cuando no defiende los intereses de su propio bolsillo, pelea con uñas y dientes por los de los sectores más acaudalados.

Porque formo parte de una sociedad que apañó la dictadura militar y que votó dos veces a Carlos Saúl Menem.

Porque formo parte de una sociedad en la cual la palabra “negro” es un insulto.

Porque formo parte de una sociedad que considera “vagos” a los desocupados y que está convencida de que la falta de trabajo se debe a los inmigrantes ilegales.

Porque formo parte de una sociedad que se siente realmente argentina pero cada cuatro años y en junio.

Porque formo parte de una sociedad que enaltece en las encuestas a Julio César Cleto Cobos.

Porque formo parte de una sociedad que se maravilla con Ricardo Fort.

Porque formo parte de una sociedad que cree que estamos en dictadura pero durante la última dictadura no se enteró que estaba en una dictadura.

Porque formo parte de una sociedad que prefiere encerrar o matar o aniquilar o exterminar a los menores en vez de ayudarlos.

Porque formo parte de una sociedad que dice “Dejen de joder con ese asunto de los derechos humanos”.

Porque formo parte de una sociedad en la que se escribe un cartel en el que se lee “Cristina no te vayas con Chávez, andate Con…chuda”.

Porque formo parte de una sociedad que cree que los desaparecidos están dando vueltas por Europa.

Porque formo parte de una sociedad que cree que la presidenta es la culpable principal de que maten a un tipo en la esquina de un barrio de una ciudad cualquiera.

Porque formo parte de una sociedad que cuando se plantea que la solución a la inseguridad no es matar sino resolver a largo plazo la distancia entre los que más y los que menos ganan, te desean que te maten un familiar "a ver qué hacés".

Porque formo parte de una sociedad en la que sus integrantes afirman ser trabajadores y pagar sus impuestos no para enorgullecerse de contribuir, sino para refregárselo en el rostro a los que no pueden (no precisamente los grandes evasores, sino los habitantes de villas miserias).

Por estas razones es que no permito, que no consiento un segundo más que nos estén matando de a uno. ¡Y digo “matando” porque seguramente en este momento alguien está siendo asesinado ferozmente por un menor drogado!

Señora Presidenta: deje de viajar por Europa con sombreros ridículos, haga algo, no sea tan incompetente, no permita esta atrocidad: ¡nos están matando de a uno!...

…cuando en realidad nos deberían matar a todos juntos.

Atte. Martín Zariello, DNI 31.264.367

jueves, 26 de noviembre de 2009

Apología de Daniel Melero

El de Daniel Melero es un caso extraño. Si hubiese una hipotética universidad de rock argentino habría una materia llamada: "Problemática de Daniel Melero". Habitualmente denominado el hombre tecnofilo de estas pampas (el epíteto histórico que le endilgan es: “el Brian Eno argentino”; su fotografía paradigmática lo refleja concentrado en una computadora arriba del escenario), sus mejores discos son aquellos en los que se desprende de las máquinas y se concentra en la canción en su formato más simple y conocido. El ejemplo más acabado es Vaquero (2001), un trabajo excepcional que sólo un distraído con serios problemas mentales podría dejar fuera de una lista con los mejores discos de la década. Echando mano de un poptimismo a toda prueba que se desprende incluso desde el título de las canciones, cursi hasta la resignificación, sabio, Melero hizo un disco adictivo. Probablemente ése debería haber sido el punto de quiebre comercial que lo valorizara y volviera cercano al mainstream. Pero con Daniel Melero es casi imposible. No sé exactamente por qué y cómo un músico no es reconocido masivamente habiendo compuesto los siguientes temas (sin tener en cuenta su participación decisiva en el mejor disco de Soda Stereo: Dynamo):

-Trátame suavemente
-No dejes que llueva
-Melodías románticas
-Quiero estar entre tus cosas
-Nena mía
-Resfriada
-Dejaré que el tiempo me alcance
-Cielo
-Descansa en mis brazos
-Tu vida empieza hoy
-La vida es caprichosa
-No es tan simple
-Amor en pie
-Nadie sabe amar

Quizás la respuesta esté en la versión del que terminó siendo uno de los primeros clásicos de Soda Stereo. Cerati le imprime un tono meloso e instrumentalmente elabora una serie de ganchos melódicos infalibles. Melero la canta con su tono entre grave y nasal (tiene una voz rarísima) y con una austeridad sonora kamikaze. “Si te gusta bien”, parece decir el ex líder de Los Encargados, “pero yo no me voy a hacer el payaso para vos”. Esa apreciable mala onda en la era de las sonrisas y la necesidad imperiosa de caer bien cueste lo que cueste, quizá sea lo que lo deja siempre en un lugar excéntrico (en el sentido literal del término: fuera del centro) que, por otro lado, debe agradarle. Otra explicación para su ostracismo puede encontrarse en que para el gran público siempre quedó como el tipo que estaba al costado de Cerati en las entrevistas (chequear Colores Santos), especie de Adolfo Bioy Casares de un Borges Stereo. Pero bueno: ¿cómo siquiera podríamos atisbar una respuesta convincente? ¿A quién le importa? Su nuevo trabajo se llama X (Por) y es muy bueno. Producido por integrantes de Babasónicos (banda que, entre otras, apadrinó a principios de los 90’) vendría a ser el eslabón perdido entre el mencionado Vaquero y Travesti (1994), un disco luminoso (en la senda del rock bucólico de los 70’: David Lebón, Artaud), a menudo reconocido como lo mejor de su carrera (junto a Conga, del 88’). Acústico, entrador, breve (incluso a algunos temas parece faltarles una parte), X comienza con “Nueva era”, un tema demoledor que comienza diciendo “Nada importa si hay amor es una mentira atroz” para luego transformarse en un manifiesto anti-redes sociales donde se afirma que nada solucionará “un fotolog o un my space”. “Esto es bueno, esto es malo, esto debe hacerse, aquello no”, repite Melero, algo indignado, explicitando la novedad de que las pautas sociales sean marcadas desde los monitores. Pero como no toda es vigilia la de los ojos abiertos, no todo es pesimismo el de X. En realidad el disco se distingue por sus canciones apacibles que acompañan cualquier estado de ánimo y situación: para acomodar la casa, para caminar apaciblemente por las calles, para (intentar) seducir a una muchacha, para reflexionar mirando el techo. “Celoso”, con su estribillo autorreferencial cantado a dúo con Dárgelos parece un chiste (“Vos sabés que no sé nada de mí aunque hablo de mí todo el tiempo”), pero es seriamente pegadiza. “Porque si” posee un laconismo cercano a la poesía. La letra dice:

“Que sea de una vez
Con rapidez
Sin reflexión
Que sea porque sí
Que sea inesperado
Sin palabra
Que sea porque sí
Que sean dignas las heridas
Que sean mías
Y aún en la sorpresa
Que todo continúe
Aunque sea por compasión
A mí
A mí”

En otros temas se nota la influencia babasónica (siempre desde el enfoque especial de Melero): “Tenés”, por ejemplo, parece una balada romántica de Infame (“Enamorarse es fácil/ Más complejo es vivir en amor”) y “Por la ventana”, una historia típica de Miami o Jessico. En definitiva: Melero lo hizo otra vez. Tenemos otro puñado de canciones estupendas para cantar secretamente, mientras las masas bailan Shakira y piden seguridad.

martes, 24 de noviembre de 2009

Autoayuda imperativa

Basta, por favor, de mirar a cámara, de vivir en pose, de ser careta.

No se preocupen de más por las cosas que tienen botones.

Córtenla con la recurrencia de autoproclamarse, denominarse, encasillarse cuando ni siquiera saben quiénes son.

Basta de hablar de sí mismos.

Todos se convirtieron en abominables máquinas del Yo.

Escuchen a alguien que tenga un corazón y sentimientos.

Es falso que eso no existe y nos debe causar gracia.

Es una mentira de la publicidad y de los licenciados en marketing y de la música horrible a todo volumen y del miedo a ser cursis.

Siéntanse identificados con el otro, reconózcanse.

Y probablemente sólo así sepan de qué están hechos y quiénes son y adónde van.

Y si no lo saben no importa porque tendrán a otro que está en la misma.

Y no todo se explica, hay cosas que se demuestran.

Y terminen con el onanismo soberbio de esta era impresentable donde vale más una imagen que una puta idea.

Y luchen contra su ego y el egoísmo.

Y el monólogo de sus mentes que les impide hacer y ser lo que en verdad quieren.

Y no se burlen de quienes están enamorados, de los que sufren, de los que están solos, de los que aún acompañados por miles no tienen a nadie.

Y que se termine ya mismo la obsesión imperdonable de capturar momentos que le roban la esencia a cualquier instante de mínima belleza.

Se convirtieron todos en policías.

Mi generación es conservadora, es fascista.

Y la anterior y la que viene, para variar, también.

Y dejen de creer que todo tiene que estar a un link de distancia y ser rápido y simple.

Las cosas son lentas, complejas.

En algunos casos, mortalmente aburridas.

Y tengan memoria, porque mirar hacia delante porque sí no tiene sentido, es triste y es deplorable.

Y contraproducente, en cualquier momento te explota en la cara algo que barriste bajo la alfombra.

Y basta de subestimar el poder de la verdadera poesía, de la pintura, de la música.

Y por favor basta de desconfiar de todo y de todos.

Y basta de ser formateados por carreras, personas, instituciones hasta el punto de no poder disfrutar de un segundo de libertad.

Y dejen de prestarle atención al envoltorio, por una vez vean lo que hay adentro.

Y basta de ser cínicos porque está de moda no creer en nada.

Como si eso fuera un orgullo.

Como si eso no fuera una vergüenza.

Y basta de vivir a través de pantallas.

Y córtenla con el concepto actual de belleza, de estética.

Inventen otro porque éste es vomitivo y enloquece a las personas.

Y no den más de cien pasos para lo que puedan hacer en uno.

Y no quieren hacer en un paso lo que se tiene que hacer en cien.

Porque hay lapsos cortos y otros interminables y cada uno sabe cuál es la etapa que le toca pasar.

Y es al revés: siempre que se pueda, hay que ser bueno.

Y si no hay posibilidad, recién ahí ser malo.

Pero antes de serlo, intentar ser bueno, porque la maldad, además de estar de moda, es una idiotez.

¿Para qué sirve la maldad? Para nada.

Vivimos en la era de la pérdida del sentido, de la pérdida del afecto, de la pérdida de los vínculos.

Los que te hablan escriben mensajes de texto, pasan canales con el control remoto.

La era de las miradas perdidas, de las frases dichas al viento.

Hay más horas para mirarse al espejo que para leer un libro o ver una película o escuchar una canción.

Y no siempre el aire debe estar contaminado con palabras, a veces hace falta callarse.

Ahora mismo dos personas solas en un lugar cualquiera no soportan el silencio durante más de un minuto, están convencidas de que eso es indefectiblemente una de las formas del tedio y no un modo de conocer al otro.

Y es mejor tocar una piel que un plástico.

Porque al fin de cuentas lo único que importa es el amor.

O la falta o la pérdida o la búsqueda de éste.

Y todo lo demás se esfuma.

Y dejen de preocuparse por lo que dicen, por lo que dirán.

Es irrespirable esta dictadura de las apariencias donde parecer es norma.

Tal vez siempre fue así.

Se ansía la fama, el estrellato.

Nada de concentración, nada de trabajo, nada de ingenio.

Todo esto no se puede cambiar, pero merece ser dicho.

Muchas gracias.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cualquier cosa funciona con Larry David

El hambre, la violencia, la estupidez, la traición, la guerra, el desamor, los blogs, María Laura Santillán, facebook, los discos de Catupecu Machu, Uribe, Chávez. ¿Qué duda cabe? La vida es horrible y no hay posibilidades de buen final. Para todo lo demás, existe Larry David. Luego del inolvidable furcio de Vicky Cristina Barcelona (capaz de perversiones tales como hacer ver a Scarlett Johansson como una rubia insípida), Woody Allen sólo podía recurrir a él para intentar algo parecido a una reivindicación. David es varias cosas: el mejor comediante vivo, el genio detrás de Seinfeld y el responsable de Curb Your Enthusiasm (No te entusiasmes tanto), la sitcom revolucionaria que durante la década de los ceros subvirtió el género, ofreciendo una perspectiva diferente al mezclar lo real con lo ficticio, eliminando las risas y pulsando las coordenadas de la improvisación. Su humor se inmiscuye en todos aquellos datos de la vida cotidiana que permiten advertir el sinsentido de la Humanidad. David es un Woddy Allen pasado de revoluciones, alejado de cualquier corrección política y que, con tal de irritar, no teme bajar la guillotina sobre negros, judíos, feministas, republicanos, enfermos de cáncer y una larga lista de etcéteras que lo incluyen a él en primer lugar. Este año, en la séptima temporada de su obra maestra, se dio el gusto de reunir nuevamente a los actores de Seinfeld. El noveno capítulo los muestra ensayando un nuevo episodio; en el mundo de la comedia algo así como espiar la grabación de un álbum de los Beatles. Whatever Works (Si la cosa funciona) es un invento del director de Zelig para que su sucesor natural se luzca a lo grande. En líneas generales, se trata de una comedia liviana, más inofensiva que un disco de Jack Johnson y hecha a trazos gruesos: los personajes entran, salen y cambian su personalidad de un momento a otro. No hay mucha continuidad entre los acontecimientos y los vínculos que relacionan a los protagonistas son a menudo inverosímiles. Cualquier film que cuente con estas características provocaría una andanada de vómitos, pero sólo basta que Larry diga dos o tres líneas de diálogo acertadas y efectúe un ligero movimiento de hombros para desactivar cualquier pretensión crítica. Este tipo tiene un don y si la película se salva del infierno, es gracias a él y su desempeño. La historia (abortada desde los 70’) es sencilla: Boris es un ex físico, separado, hipocondríaco (se levanta por las noches con ataques de pánico gritando, como el capitán Kurtz, “el horror, el horror”), misántropo, cínico, aislado del mundo (cualquier similitud con el mismo Woody y el personaje de Curb… no son pura coincidencia) que se pone en contacto con Melodie (interpretada con discreción por la bella Evan Rachel Wood), una adolescente provinciana pacata e idiota que escapó de la casa de sus padres para probar suerte en la gran ciudad. Los contrapuntos entre los dos son lo mejor de la película. Ella es pura ternura. Él la compara con Benjy, el retrasado mental de El sonido y la furia. Sin embargo, el amor se obstina. Boris (demasiado consciente de que todo lo sólido se desvanece en el aire) reprime su atracción por la muchacha hasta que cae en sus brazos y se enamora. Después, todo se vuelve borroso. Aparecen los padres de Melodie, un galán que la quiere conquistar, la comedia deja de girar en torno a Boris y comienza a declinar fuertemente. En el medio, las obsesiones de Allen: la infidelidad, la paradoja, el absurdo. Hacia el final, un llamado de atención al espectador (Boris le habla directamente a la cámara) sobre la condición azarosa de nuestra existencia y la necesidad de disfrutar el mínimo de amor, el mínimo de gracia si “la cosa funciona”. Y no mucho más, a excepción de la certeza del gran genio de Larry David.
PD: Aquí todas las temporadas de Curbs Your Enthusiasm (incluida la actual). Y en Mediafire. Su vida cambiará después de ver esto, yo sé lo que les digo. Después me agradecen.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Lo mejor de la década


Scarlett Johansson

Lost

Crimen ferpecto (Alex de la Iglesia)

2666 (Roberto Bolaño)

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michael Gondry)

¡Oye Arnold! La película

The Strokes

Jack Black en School of Rock

God, the Devil and Bob

Curb your enthusiasm (Larry David)

Geraldine Lanteri (Muestras: Negocios cerrados, Arreglos de ropas)

Pez

Spinetta y las bandas eternas

Perdidos en Tokio (Sofía Coppola)

Casi famosos (Cameron Crowe)

Kafka en la orilla (Murakami)

La novela luminosa (Mario Levrero)

Ensayos bonsai (Fabián Casas)

Cristina…del Basso

A history of violence (David Cronenberg)

El pasado (Alan Pauls)

Little Miss Sunshine

Daniel Johnston

The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig)

Juan Román Riquelme

Elephant (White Stripes)

Alta Fidelidad (Stephen Frears)

Hermanos y detectives

Amy Winehouse

Blogs

Ciudad de dios (Fernando Meirelles)

Best of you, Foo Fighters

You Tube

María Julía Oliván

Pablo Aimar

Wristcutters: A love story (Goran Duckic)

V de Venganza (Andy & Larry Wachowski)

Pucca

El Salmón

Carla Conte

El núcleo del disturbio (Samanta Schweblin)

Columna Zoom (Juan José Becerra) en Revista Inrockputibles

Columnas de Gonzalo Garcés en Ñ

Napoleón Dynamite (Jared Hess)

Los simuladores

Okupas

Lago en el cielo, Gustavo Cerati

House

Historias extraordinarias (Mariano Llinás)

Unmade Beds (Alexis Dos Santos)

Rafael Bielsa

Regina Spektor

Filmoteca

Paradise now (Hany Abu-Assad)

Carreras solistas de Francisco Bochatón y Rosario Bléfari

No country for old men (Joel & Ethan Coen)

Zinedine Zidane

“Odio a la puta oligarquía”

American Splendor (Shari Springer Berman & Robert Pulcini)

Milenio Negro (James Ballard)

Match Point (Woody Allen)

Litto Nebbia y Ariel Minimal en Danza del corazón

Estelares

Flores Rotas (Jim Jarmusch)

Kate Winslet

Antes del atardecer (Richard Linklater)

Julie Delpie (en cualquiera de sus facetas, haciendo cualquier cosa)

Reinvención de Jorge Asís

Shrek 1 (Andrew Adamson)

El interpretador

Magnolia (Paul Thomas Anderson)

Películas de Bill Murray

“Piquetes de la abundancia”

Mediafire

Películas de Drew Barrymore

Marcelo Bielsa

Nunca quise, Intoxicados

Lindsay Lohan

Julieta Venegas
La crispación

Amores perros (Alejandro González Iñáturri)

Mars Volta

Gran Torino (Clint Eastwood)

Gustavo Sala

Peter Capusotto y sus videos
Juicios a genocidas y torturadores

Hijos del hombres (Alfonso Cuarón)

Arctic Monkeys
Big Fish (Tim Burton)

Banda de Turistas

King Kong (Peter Jackson)

Gabo Ferro

Alejo y Valentina

Amnesiac (Radiohead)

Te quiero, El robot bajo el agua

Liniers

“Cualquier boludo tiene un bloc”

Closer (Mike Nichols)

Nadie sabe amar, Daniel Melero

Ficco Assim sem Voce, Adriana Calcanhoto

Simona Halep

Dancer In The Dark (Lars Von Trier)

Vaselina de Ricardo Rojas

“¿Qué te pasa Clarín, por qué estás tan nervioso?”

Aimee Mann

Californication

Chica rutera, El mató a un policía motorizado

El amor primera parte (Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Juan Schnitman)

La aldea (Nitht Shyamalan)

Gol emotivo de Ortega a San Lorenzo bajo la lluvia (5/11/06) con relato de Atilio Costa Febre (“Hacelo y me muero. Me voy, basta para mi, te quiero hasta el final de nuestras vidas, te quiero, te amo futbolísticamente (…) Vos sabés que mi amor hacia vos es verdad”)

Ver para leer

Bárbara Lombardo

Me hice cargo de tu luz, Lisandro Aristimuño

Canal Encuentro

Vuelta de Soda Stereo

Cloverfield (Matt Reeves)

La vida de los otros (Florian Henckel Von Donnersmarck)

Ben Stiller

Imagen del 11/09

Chaos and Creation in the Backyard (Paul McCartney)

Ley de Medios

Peep Show (serie)

Sugar Rush (y Olivia Hallinan, su actriz protagónica)

La noble Ernestina (Pablo Llonto)

Flopa

Peronismo: filosofía de una obstinación argentina (José Pablo Feinmann)

Soldados de Salamina (Javier Cercas)

Kirsten Dunts

Reproductor de mp3

Huracán de Cappa

Robert Flores
Llily Allen

domingo, 15 de noviembre de 2009

De la Inseguridad, Sylvina Walger, D'Elía y otros demonios

Las repercusiones que ha tenido el enfrentamiento entre Luis D’Elía y Miguel Pichetto con parte del espectro mediático argentino son varias, en su mayoría lamentables. En primer lugar, es inadmisible que el gobierno (a través de las declaraciones del mencionado senador y algunas alusiones elípticas de la presidenta) responda desde áreas institucionales a estos formidables símbolos de la imbecilidad cultural que son Mirtha, Marcelo y Susana. No porque sea un acto contrario a los consejos de cualquier asesor de imagen (argumento deplorable enarbolado en los últimos días y coherente con el espíritu de los tiempos) sino porque es lo mismo que ponerse al nivel de ese condominio ideológico basado en el desprecio por los derechos humanos, el temor al “zurdaje” y el pedido de “represión”. Como estrategia política de confrontación (si es que existió) hubiese bastado con la verba inflamada de D’Elía (actualmente y con todos sus desatinos, el hecho maldito del país burgués; da gusto observar el pánico que causa en el medio pelo argentino). Por otro lado, se hace visible la inexistencia de la oposición: el gobierno ya ni la tiene en cuenta para apuntar sus dardos. “Creo que lo que ellos opinan es la expresión del ciudadano común”, declaró Gerardo Morales, quien extrañamente todavía no fue asesinado por Milagro Sala. Esta muestra de reverencia al ideario derechista más ramplón (ni siquiera apoya los dichos de Marcos Aguinis o Juan José Sebreli, ¡reivindica a Mirtha Legrand!) no debería pasarse por alto. Desde el conflicto con el campo, terminada la alianza implícita entre los K y Clarín, la verdadera oposición está en las pantallas. Así, los dirigentes que quieran congraciarse con el electorado deben rendir pleitesía a la fauna mediática. El mejor ejemplo es la escena ominosa del espejo, en la que Francisco De Narváez emuló a su imitador, mimetizando cada uno de sus movimientos con los del actor que lo personificaba. No es casualidad entonces que las tres figuras más emblemáticas de la farándula de los últimos 30 años, en bloque (arrastrando así a todo el lumpenaje de actores y conductores clase B que los sigue), sean las encargadas de llevar adelante la batalla por la “inseguridad” y se hagan eco de la “pobreza” poco tiempo después de la sanción de la ley de medios audiovisuales. El rostro sufriente y compasivo de Marcelo Tinelli mirando a cámara, intentando minimizar con diminutivos y apodos cariñosos (“Luisito”, “mi amor”) la estupefacción cargada de odio que le provocan las medidas de un gobierno heterodoxo (en todos los sentidos positivos y negativos de tal término), armado con una carga repulsiva de lugares comunes y prejuicios, es casi una violación al ser humano. La respuesta del establishment del periodismo gráfico tampoco se hizo esperar. El título de la columna dominical de Julio Blank en el diario Clarín merece un apartado especial:

Si te peleás a la vez con Mirtha, Susana y Tinelli, algo te falla

Say No More. A confesión de partes, relevo de pruebas.

La contratapa de Sylvina Walger en Crítica también es imperdible en su tendencia casi enternecedora a la tilinguería. “Pinceladas de un país vulgar” se titula. Tal vez para no contradecirse, el contenido del texto no desentona con el país. “Será que les gusta vivir así (a los presidentes Fernández-Kirchner), con el corazón en la boca, o que realmente estamos orillando el borde del abismo”, comienza, demostrando un manejo preciso del manual de “obviedades antikirchneristas”: la alusión al doble comando (“Jano bifronte”, diría Beatriz Sarlo, para que no se la confunda con la chusma) con su automática denigración de la investidura presidencial y la referencia a un supuesto estado caótico (“orillando el borde del abismo”) que superaría con creces al habitual estado caótico del país de 1810 a la fecha.

Walger continúa, escandalizada ya en el primer párrafo: “Me refiero a los dos temas que nos han tenido en vilo estos últimos días (…) Por un lado la inseguridad –a esta altura endémica–, por otro el bendito “clima destituyente” y sus marchas y contramarchas”. Las comillas marcan el compás de lo que pertenece a la realidad (la “inseguridad endémica” como hecho fáctico) y lo que sólo forma parte del cerebro atribulado de los locos que nos gobiernan (el “clima destituyente” como construcción ficticia). No hay prueba alguna que la periodista elabore para explicar sus consideraciones, se descarta que el lector mira la realidad a través del lente de TN o América 24.

“Respecto de la inseguridad”, prosigue Walger, casi a los gritos, “lo increíble es que en vez de acabar en un debate serio que genere políticas a largo plazo, el tema se ha diluido en un enfrentamiento entre las máximas figuras de la farándula argentina y Luis Chirola D’Elía”. ¡Qué barbaridad! “¿Alguien quiere pensar en los niños?”. D’Elía es bautizado “Chirola” por responder a las directivas del abominable Señor K (es muy interesante esta dinámica de endilgarle dichos a alguien por una suposición nunca constatada), pero Marcelo, Susana y Mirtha, tantas veces entreverados al gobierno de turno, no son vislumbrados siquiera como inconscientes predigitados de un poder que excede la política.

“Hay que amar la derrota para embestir contra Marcelo Tinelli, Susana Giménez y Mirtha Legrand, tres ídolos indiscutibles de los argentinos, pero también tres trabajadores incansables”, esclarece Walger. ¿Estará la ponderada analista utilizando un tipo especial de ironía que se me escapa? Porque eso de “ídolos”, lamentablemente no se discute, pero, valga la redundancia, lo de “indiscutidos” adosado a una señora reconocida por su pensamiento reaccionario, un presentador que hizo de la chabacanería su bandera y una “diva” especialmente reconocida por su idiotez supina para comentar cualquier cosa (por no hablar de casos de autos contrabandeados)... Para no ser menos que nadie en lugares comunes nunca demostrados (en este terreno advierto una competencia secreta y por momentos perversa con la columna de Nelson Castro) se asocia el trabajo a la honestidad (“trabajadores incansables”). Paréntesis: es hora de ponerse de pie, levantar la voz y afirmar que en este país cuando alguien denomina o se autodenomina “trabajador” (o en su defecto, contribuyente a través de la frase: “yo pago mis impuestos”) en determinado contexto de debate político, lo que se quiere decir exactamente es “No soy piquetero, no cobro 180 pesos por hijo, no soy un negro que come choripán y corta la 9 de Julio”. Muchas gracias. Pero Sylvina no tiene límites y sigue: “Quiero aclarar que salvo el programa de Mirtha Legrand (con la que me une un afecto sincero), muy ocasionalmente miro a Tinelli o a Susana. Y a la pregunta sobre “qué mierda han hecho por la Argentina” le contesto “entretener”, no robar”. Ok, no estaba siendo irónica, incluso es amiga de la señora. Es conmovedora la visión que tiene Walger sobre el trabajo de Tinelli y Cía., tanto que podemos repetirlo en letra de molde:

“Y a la pregunta sobre “qué mierda han hecho por la Argentina” le contesto “entretener”, no robar”

Dejando de lado el hecho de que hay mapuches que no opinan lo mismo: ¿a quién carajo entretienen Mirtha, Susana y Marcelo? A mí personalmente me entristecen. Otra vez Walger creyendo que el lector sintoniza su mismo canal. Y para profundizar: ¿a través de qué maniobras entretienen?, ¿descollando de creatividad desde sus respectivos espacios o apelando al golpe bajo, la demagogia, el lujo, la exaltación de un estatus de vida inalcanzable para sus adeptos? Ya sabemos que un fan de Ricardo Arjona dijo que sobre gustos no había nada escrito, pero ¿es indiscutiblemente admirable entretener de esa forma? “Para pensar, ¿no?”, diría Leuco. Las pinceladas de Walger no se detienen: luego de arremeter con furia sobre el enriquecimiento de los K y allegados (algo apreciable, mas no en tal alarde de frivolidad), se dedica a producir frases asertivas sin mucho sustento:

“A “los presidentes” lo que les ocurre es que en ellos puede más el resentimiento, la venganza y el odio que el pragmatismo que acompaña a los grandes estadistas. Y es lo que les pasó con Cobos, de tanto humillarlo en vez de borrarlo lo convirtieron en un temible candidato”.

En algo tiene razón: Cobos es “temible” y no por los números de su imagen positiva, sino por la maldad manifiesta de un ser que formando parte de un gobierno se opone a todo lo que éste propulsa en defensa de una postura de aparente “diálogo y consenso”. Más adelante, profetiza: “Es de esperar que estos tres Quijotes no sólo tengan sus cuentas en orden (porque el batallón de la AFIP que les va a caer va a superar con creces al de Clarín), sino sus vidas privadas. Nunca hay que olvidar que éste es un gobierno adicto al prontuario, como otros son adictos al chocolate”. Si la AFIP no les cae, ¿qué problema hay? El periodismo anti K está acostumbrado a predecir desastres y calamidades que nunca se concretan. Lo gracioso es que luego de desdeñar la recurrencia al prontuario de sus enemigos por parte del gobierno, cae en la misma trampa: “Personaje emblemático de la CTA, a D’Elía no le importa sentarse en el cuarto piso de la CGT y abrazarse con Juan Belén, el ladero de Moyano” (las cursivas son mías).

Las consideraciones sobre la inseguridad también brillan por su carácter antojadizo. Para Walger la conducción K no resolvió tal problema por estar “ocupado (…) en aumentar su clientela y en odiar a los medios”. La perspectiva sesgada, tendiente a vincular dos temas que no necesariamente se relacionan entre sí (Inseguridad = Odio a los medios y Clientelismo) perdura: “La Argentina tuvo una oportunidad única de revertir esta situación de abandono que viven los menores, pero la dejó pasar. Había cosas más interesantes, el tren bala por sólo nombrar una”. Ahora la fórmula de Walger es: (proyecto de) Tren Bala = Inseguridad.

“El otro tema, que oscila entre lo desopilante y lo angustiante”, manifiesta Walger, haciendo gala de una prosa “desopilante y angustiante”, “es la amenaza destituyente”. Yo creía que se hablaba de un “ánimo destituyente” fundado en las cartas de Elisa Carrió a las embajadas del mundo, declaraciones de Barrionuevo y Duhalde y una andanada de conflictos gremiales y cortes de calle que estallaron al mismo tiempo. Ahora bien, si lo que se teme es un “golpe”, según Walger, es imposible porque el gobierno “tiene el apoyo de las principales empresas del país”. Y con ese apoyo de convicciones monumentales, como todos sabemos, se garantiza la estabilidad democrática…

Pero lo peor para la ya desesperada y al borde de un ataque de nervios Walger, no es nada de esto, sino que “la Argentina como país ha dejado de interesar”. He aquí un curso intensivo de tilinguería automática. En cinco párrafos imperdibles, se menciona a:

-el ex diplomático, filósofo del derecho y politólogo Ernesto Garzón Valdés.
-Luisa Corradini, corresponsal de La Nación.
-el ex primer ministro francés, Edouard Balladur.
- Gregorio Morán, periodista de La Vanguardia.

Todos tienen en común (además de una impecabilidad en sus afirmaciones tan excelsa que Walger ni siquiera se esfuerza en demostrar) la clara impresión de que Argentina ya no importa, no existe, se terminó el 25 de mayo del año 2003. Y cortémosla acá, puesto que no tiene sentido hablar, escribir, debatir sobre los sucesos de un país del que no se habla en los diarios de Europa...

viernes, 13 de noviembre de 2009

Un poco de Festival de Cine Mar del Plata 2009

Cold Souls (Sophie Barthes): Caso concreto en el que la idea de la película es mejor que la película misma. El actor Paul Giamatti (interpretado por Paul Giamatti) se encuentra parado en el medio de la vida pero no se siente muy bien, sino todo lo contrario. Para salir de la encrucijada existencial, decide someterse a una operación quirúrgica y extirparse el alma. El resto del film cuenta las peripecias que debe realizar para conseguirla nuevamente: un viaje a Moscú, el vínculo con una mujer rusa que transporta almas (una “mula”). La anécdota recuerda innumerables obras artísticas: desde el cine de Michael Gondry (Quieres ser John Malkovich, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) a Dormir al sol, la hermosa novela de Bioy Casares. Ciencia ficción metafísica que se queda a mitad de camino entre la comedia y el drama. Para ser lo primero, carece de un guión sólido y abundante en comicidad. Para lo segundo, el núcleo del disturbio es demasiado absurdo. Se destaca el trabajo del actor principal, algunos aciertos en la estructura narrativa del film (que el método de cirugía no sorprenda a nadie, que Giamatti vea su alma recién hacia el final) y, lamentablemente, cierta lentitud en los acontecimientos.

The house of the devil (Ti West): El título de la película sintetiza su argumento: en una casa vive un Diablo. ¿Por qué? No lo sé, llegué 40 minutos después de comenzada la función. A no ser que ese primer lapso haya sido una revelación cinematográfica de ribetes extraordinarios, la película (con un trabajo de fotografía estupendo) toma prestado cada uno de los elementos del terror clásico de los años 80’. La visión panorámica de la actriz principal, Jocelyn Donahue, justifica la existencia del film. Debería verlo entero para saber de qué se trata.

Kapanga Todoterreno (Farsa Producciones): He aquí uno de los momentos más oscuros de mi vida. No voy a revelar por qué asistí a la función de una película con los integrantes del grupo de cuarteto-rock Kapanga como protagonistas porque debería incinerar públicamente el prestigio de una persona. Echemos un manto de piedad. Un grupo de obreros se rebela contra su jefe, renuncia y quiere participar de un aparente concurso de bandas Beat. El film se plantea como una actualización bizarra (aquí el término gastado puede mencionarse en todo su esplendor) de aquellas comedias argentinas de la década del 70’ en las que cantantes populares (Sandro, Palito Ortega, Cacho Castaña) vivían algún tipo de aventura mientras se despachaban a propósito de nada con algunos de sus grandes hits. En fin, Kapanga Todoterreno se mueve entre el grotesco y la idiotez premeditada. En esa dinámica absurda, se aprecia como un error incluir canciones enteras, lo que provoca la estupefacción del espectador neutral. Cerca del final, Ricardo Iorio interpreta al “Dios del asado”, un papel memorable que podría haber sido aprovechado con más efectividad.

Unmade Beds (Alexis Dos Santos): Una película muy bella que reúne una constelación de aciertos: la banda sonora, la fotografía, el caudal poético de algunas imágenes, la firmeza de la mayoría de las actuaciones. Todos estos elementos hacen olvidar la fantasía (de ribetes crismoreneanos; en un contexto que tiende al realismo) de una comunidad de okupas hermosos, adinerados y sin más preocupación que vivir de fiesta. Ambientada en una Londres multiétnica, con un espíritu melanco-cool, Dos Santos mezcla los itinerarios de dos jóvenes que se encuentran en “el fondo del hecho consumado” (Fabián Casas/Grombowicz dixit): Alex (que busca a su padre) y Vera (que se separó de su pareja recientemente). Las dos historias son atrayentes, pero sobresale la segunda por la multiplicidad de avatares que circunda el romance entre Vera y otro chico del que se enamora. Algunas escenas entre los dos poseen una tensión erótica y/o dramática considerable, obteniéndose como resultado una sensación de intimidad que puede llegar a incomodar. Incluye final altamente emotivo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tercer Festival de Poesía, de acá

SÁBADO 21 DE NOVIEMBRE
17 hs. Mesa de lectura
Jorge Chiesa
Augusto Mónaco
Walter Viegas (Buenos Aires)
18 hs. Presentación del libro
Fuga,de Evangelina Aguilera
19 hs. Mesa de lectura
Eliana Belén
Charlie Serra
Valentino Cappelloni
20 hs. TRIPLE PRESENTACIÓN DE NUEVOS TÍTULOS DE DÁRSENA3
La dicha refinada, de Carlos Ríos.
Porfía, de Gastón Malgieri.
Maldita equis, de Fabián Iriarte.
21 hs. Cena Chesterton

DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE
17 hs. Mesa de lectura
Víctor Clementi
Jorge Núñez
Diego Romero
Joaquín Correa
18 hs. Mesa de lectura
Nicolás Pedretti
Diego Paieta
Pablo Salido
19 hs. Mesa de lectura
Emiliano Aldegani
Fernando Baldini
Demian Basualdo
20 hs. Mesa de cierre
Eva Murari (Bahía Blanca)
Marcelo Díaz (Bahía Blanca)
Carlos Battilana (Buenos Aires)
Mario Arteca (Buenos Aires)
Marina Yuszczuk (Bahía Blanca)
María Medrano (Buenos Aires)

Además, todos los días: venta de libros de editoriales independientes (dársena3, vox, gog y magog), revistas literarias, ediciones de autor y show de rayos láser.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Los mejores discos de la década en el rock argentino

Expreso de agua (2006), Edelmiro Molinari: Músico inclasificable, valuarte oculto del rock argentino más genuino, el legendario líder de Color Humano logró en Expreso de agua su disco más representativo y accesible. A través de la asociación de composiciones nuevas (“Teta de amor”, “Para Jidu”, “Late late chocolate”; todos clásicos en potencia) con el rescate de viejas gemas reformuladas (el inesperado tinte político que adquiere “Mestizo”, “Amantes solitarios”, “El vuelo 144”), el guitarrista, tan blusero como psicodélico, inunda de buenas vibraciones, erigiendo un discurso “hippie” ajeno a imposturas oportunistas y armonizando el amor (a la tierra, a la mujer, a un hijo, ¡a una teta!, a cualquier cosa que puede considerarse vital) con el delirio esencial de sus míticas letras (escuchar “Mañana por la noche” o “Sílbame oh cabeza”). Un disco que puede escucharse mil veces sin cansar.

FlopaManzaMinimal (2003), Flopa Manza Minimal: He aquí un disco que, indudablemente, marcó época y será recordado en el futuro como el puntapié inicial de toda una escena. Fruto del azar (fue apuntalado económicamente por un fan) y la comunión artística entre tres buenos amigos, FlopaManzaMinimal es un templo de la canción de fogón moderna. Si el mundo fuese justo, aunque sea la mitad de estos temas habrían sonado incansablemente en la radio. Originales a la hora de componer (cierta crítica, en un claro exceso de pereza intelectual y asociación automática, llegó a compararlos con ¡PorSuiGieco!), tendientes a matizar ánimos destrozados y días grises, los tres músicos compusieron algunas de las mejores canciones de sus carreras (lo que es mucho decir). “Debajo del álbum blanco” (Flopa), “El almaherida” (Minimal) y “No más” (Manza), entre otras, son muestra de ello.

Para las almas sensibles (2005), Pez: Durante la década de los ceros la mejor banda de rock del país repasó distintas facetas en cada nuevo disco: pop rock en El sol detrás del sol (2002), perspicacias progresivas en Convivencia Sagrada (2000) y Folklore (2003), síntesis cancionera en Hoy (2006), coqueteos con un enfoque más metalero en Los orfebres (2007), retorno al punk y el hard rock en El Porvenir (2009). El disco que mejor expone esta agradable esquizofrenia sonora es doble y en vivo. Allí se encuentran el profesionalismo de una banda que suena como una locomotora, la devoción de un público fiel y lo más importante: una cantidad inmensa de grandes canciones (“Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar”, “Para las almas sensibles”, “Vientodestino en vidamar”, “Buda”), “salvadores, llevadoras de emoción”.

Tic Tac (2007), Francisco Bochatón: A excepción del tenor espeso de Hasta decir palabra (2003), los discos de este muchacho de La Plata (incluidos los estupendos ep’s reunidos en Completo) siempre garantizan un mínimo de buen gusto y bienestar musical. Ya sea por la madurez alcanzada como letrista o por la facilidad a la hora de hallar la melodía perfecta para pasar un otoño indie, ni el fan más fundamentalista de su omnipresente ex banda puede negar la superioridad artística del itinerario solista de Bochatón. Conformado por canciones mínimas, Tic Tac ofrece las dos perspectivas fundamentales del artista: el rockero, que remite inexcusablemente a su viejo costado “sónico” (“Elemento enigmático”, “Rayo al trueno”) y el de las canciones melanco-acústicas capaces de conmover (“Se irá con vos” o “Piensa en mí”). Larga vida al imprescindible “Bocha”.

Estaciones (2004), Rosario Bléfari: El caso de la marplatense se asemeja muchísimo al de Francisco Bochatón. Exponente primordial de un grupo de vanguardia durante los 90’ (Suárez), Bléfari ha evolucionado notablemente en sus discos solistas. Dueña de dos voces singulares (la que compone sus temas y la que los canta), suave al borde de lo naif pero con la versatilidad necesaria para volverse agresiva y rockear, esta verdadera artista integral (además de escritora y cantante es actriz y periodista) tiene la sana costumbre de editar un disco mejor que otro. O por lo menos lo bastante buenos para que sus oyentes se lo crean. De todos ellos (Calendario, Misterio Relámpago), Estaciones es probablemente el más perfecto. Pop rock refinado con la capacidad suficiente para esquivar las recetas probadas del género (a las que Miranda, Leo García y Emmanuel Horvilleur son tan afectos; verbigracia: la exaltación de la frivolidad como supuesto gesto subversivo). “Vidrieras”, “Estaciones”, “Exacto” son temas sencillamente hermosos que explotan su costado más dulce. ¿Qué más se puede pedir?

Pan (2006), Luis Alberto Spinetta: Luego de trabajos interesantes pero algo densos como Silver Sorgo (2001) o Para los árboles (2003), Luis Alberto Spinetta siguió con su actual tendencia musical (un sonido cercano al jazz y a un rock netamente anticomercial) aunque subiendo un tanto la intensidad. Un mañana también puede considerarse un punto alto, pero no tiene “Bolsodios”, un tema sublime, en el que el ex Almendra demuestra que aún hoy, con cuatro décadas de carrera, puede exprimir la mente de sus oyentes con frases como: “Todo las cosas que perdemos las tiene en un bolso Dios” o “Nadie se escribe el destino”. El resto del disco no desentona, destacándose la tonada algo telúrica de “La flor de Santo Tomé”, “Atado a tu frontera” (deja vú de Los Socios del Desierto) el poptimismo de “Dale luz al instante” y el clásico delirio spinetteano de “Espuma mística”.

Canciones que un hombre no debería cantar (2005), Gabo Ferro: La sorpresiva aparición de Gabo Ferro en el panorama del rock argentino (su tardío retorno luego de la aventura hard core de Porco) puede compararse al de esas escenas de cine norteamericano en las que una nave extraterrestre aterriza en medio de Nueva York. Cantautor de una sensibilidad desbordante (no apta para distraídos), poeta contundente, Gabo usa distintos géneros (la chacarera, la música de salón, el folk más campestre) para expresar un imaginario íntimo y muy personal, que puede contar desde historias con ribetes antológicos (“El amigo de mi padre”) hasta reflexiones marxistas sobre el uso del vocabulario aplicado al sexo (“El amor no se hace”). Al terminar de escuchar su primer álbum, sobrevuela una pregunta: “¿De qué planeta viniste?”.

El palacio de las flores (2006), Andrés Calamaro: Tras un periodo extenso de auto exilio, el Salmón volvió al ruedo con una serie de discos que lo catapultaron al centro del mainstrein argentino. De esta etapa, El palacio de las flores es su material más feliz. Hecho a dos manos con Litto Nebbia (a quien canoniza en vida al mismo tiempo que Páez, revalorizando aún más la obra del autor de Melopea) rescata, principalmente, material inédito de sus años de desborde prolífico. El resultado es óptimo y contiene algunos momentos supremos, que exceden la categoría rock e ingresan en un terreno cercano a la música popular. La milonga autobiográfica que le dá nombre al trabajo, el insólito toque disco de “La apuesta”, la sensatez (y el sentimiento) que transmite “Mi bandera” y la oda en forma de vals “Tengo una orquídea” merecen su reconocimiento. Un encuentro inesperado que rindió buenos frutos. O flores. Concluida la aventura, los compositores hicieron de todo, menos detenerse, claro.

Mágico Corazón Radiofónico (2008), Banda de Turistas: Con la segunda mitad de la década avanzada, el viejo truco de haber escuchado todo y no sonar como nadie tuvo su mejor representante en los adolescentes de Banda de Turistas. Una estética de avanzada, imaginación y riesgo para componer (chequear alucinaciones como “Un verdadero cajón de madera” o “Sueño O”), swing de los 00’, beat de los 60’, climas enrarecidos, arrogancia teeneger. Todo eso y más es Mágico Corazón Radiofónico. La cúspide de esta dinámica musical de lo impensado llega con “Todo mío el otoño”, una clase de pop de laboratorio que cuenta con el mejor estribillo de la década: “Yo creo que necesitás alguien que te aterrice el vuelo”. El retorno (su reciente segundo disco) los muestra en notable ascenso.

Un millón de euros (2006), El mató a un policía motorizado: El tercer disco de esta banda platense (cuando no), pionera en el virus OO’ de los nombres largos y raros, en realidad es un ep de 7 temas. Pero tranquilamente puede pasar por una obra de sustento. La concentración de potencia y el vínculo musical que une a los temas así lo indican. Ahora bien, el problema es discernir qué tipo de música hacen los El Mató. Digamos que por momentos se acercan al grunge, en otros al noise o al indie rock más ilustre pero nunca terminan asemejándose a algo con exactitud. Bien por ellos. Los estribillos se repiten como mantras sagrados y acaban por imantarse al inconsciente colectivo de sus escuchas. La nostalgia on the road que exuda “Chica rutera” y “Amigo piedra” ya son piezas originarias de la vertiente más atrayente y nueva del rock argentino.

La óptica espacial desde el corazón (2003), El robot bajo el agua: El proyecto de Nicolás Kramer suprimió la distorsión congénita de su ex grupo (Jaime sin Tierra, banda de sonido generacional de los niños ricos con tristeza del menemismo) y ganó en canciones amenas aptas para (casi) todo el público. Predominantemente acústico, el debut de este robot acuático (y sensiblero) se afianza en el vínculo estrecho que une el ingenio de las letras con las melodías que surgen a medida que avanza el continuo sonoro. El cuarto tema, “Te quiero”, justifica la elección del disco en esta lista (y casi cualquier otra). “Somos todos” y “Marta y Néstor” tampoco se quedan atrás.

Sistema nervioso central (2006), Estelares: Justo cuando comenzábamos a echar de menos la existencia de una banda con buenos estribillos, melodías pegadizas y espíritu rockero, resurgió Estelares. Primero con Ardimos (2003), un disco que ya los mostraba en buena forma y con ánimo de revancha luego de años de ostracismo. Sistema Nervioso Central es, directamente, un volcán de erupciones power pop, un “mundo de sensaciones” donde el amor perdido, el sexo y la tristeza se convierten en la mejor excusa para festejar. En el costado menos transitado del disco brillan las resonancias poéticas de “Campanas” y “El corazón sobre todo” (reversión de un viejo tema que contiene una línea memorable: “Me quedan pocas cosas/ Si las enumero son demasiadas pocas cosas”). Hits masivos como “Un día perfecto”, “Aire” o “Ella dijo” otorgaron a la banda un merecido reconocimiento comprobado luego con la edición de su siguiente disco (el también recomendable Una temporada en el amor).

Kill Gil (2007), Charly García: El disco maldito que dejó en nocaut cerebral a García y que (signo de los tiempos cibernéticos) finalmente nunca se editó, es lo mejor que el bicolor grabó en años. Especie de lado B deforme de Clics Modernos, Kill Gil refleja la búsqueda incesante de un genio en decadencia. ¿Qué buscaba? Nadie lo sabe. Entre el cinismo de “No importa”, la cumbre de la incorrección rockera de “Corazón de hormigón” (con Palito Ortega) y la pulsión romántica de “La rehén o la novia (King Kong)”, Kill Gil es un disco que destila una rara melancolía (“Y nadie es feliz”, repite hacia el final de “Los Fantasmas”, uno de esos hits instantáneos e inimputables al estilo “Chipi Chipi” o “El día que apagaron la luz”). Se destaca la nueva versión (otra) de “Telepáticamente” (probablemente su mejor tema en años) y el sorprendente rock and roll “Break it up”. La anarquía Say No More (etapa en la cual Charly se dedicó, con admirable minucia, a destruir su propia obra) tenía los días contados. Lo demás es historia reciente.

Jessico (2001), Babasónicos: Antes de convertirse en una máquina serial de hacer hits para quinceañeras excitadas, Babasónicos fue una banda inestable, de pop barroco y algo infranqueable. La edición de Jessico (en plena crisis económica) significó un espaldarazo monumental para la banda. Sus temas se volvieron tarareables (incluso una propaganda de Quilmes cerraba con un coro de gente cantando el estribillo de “Los calientes”, algo impensado un par de años atrás) aunque todavía no habían dejado los discursos herméticos y la preferencia por las temáticas más inadmisibles (la tapa del álbum y el video de “Rubí” así lo confirmaban). Como en toda su discografía, Dárgelos reflexiona ácidamente sobre el mundillo al que pertenece. “Soy rock” explicitaba los manejos turbios entre el poder y las bandas. “Camarín”, un tanto más sutil, probablemente el mejor tema del disco, proyectaba la pesadilla de toda estrella de rock: “Desperté con odio y resquemor/ la sombra de la frustración/ se cierne sobre mi cara/ resentido y agrio sin por qué/ fui recordando el drama que soñé/ soñé ser critico de rock”.

Otro día en el planeta tierra (2005), Intoxicados: Tal vez este disco sea más significativo que bueno. O no, quién lo sabe. Representa el encomiable esfuerzo de un músico proveniente de una escena basada en su apego a formulismos (el denominado “rock stone”) por desarrollar otros géneros musicales y expandir su creatividad. Fuera de algunos alegatos infantiles (“Señor kiosquero”, “Reggae para Mirta”), por lo pronto, hay buenas canciones: la emotiva “Nunca quise” (tal vez la mejor “canción de amor” de la década), el brillante dúo con Andrés Calamaro (“Fuego”) y “Una señal”, un funk angustiosamente existencial. Después Pity devino en mediático y fue cooptado por la Matrix. Qué pena.

Nota: el orden de los discos no tiene significado mayor que el del azar.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Al gran Jerome David, salud

¿Por qué el libro es tan famoso? Pero cómo no va a ser famosa la historia de un chico que pregunta dónde se van los patos cuando el lago se hiela. Cómo no va a ser famosa la historia de un chico que imagina un juego de salvación para todos los chicos del mundo. Cómo acaso no va a ser famosa la historia de un chico que llora ante la felicidad de una hermana girando en un carrousel. Termino: Cómo mierda no va a ser famosa una historia que empieza como se le antoja al personaje y termina cuando esperamos el resto - Hernán Galli
Desde que tengo conciencia lectora, este debe ser el año que menos leí. Como mucho (incluyendo libros de orden facultativo) habré leído quince. Y de ésos, sólo dos pueden considerarse parteaguas cerebrales: Lolita y La novela luminosa. Durante el verano arremetí con Nabokov (lo intercalé con Adiós a las armas) y al llegar marzo comencé con Levrero. Cuando terminé de leer la obra maestra del uruguayo, tuve un crack emocional de ribetes tragicómicos que me dejó medio groggy bastante tiempo. Y pasé por mi tercer o cuarto periodo “hikikomoris”. ¿Saben quiénes son los “hikikomoris”? Si no lo saben es porque nunca leyeron una entrevista a Vila Matas, que los nombra cada vuelo de mosca. Los “hikikomoris” son jóvenes japoneses que pasan horas encerrados en sus piezas mirando televisión a oscuras. En ese estado parasitario (en mi caso, afortunadamente obstaculizado porque tenía que hacer cosas), leer un libro es una empresa inalcanzable. Todo autor aburre ya que gracias a la acción del ego (el verdadero enemigo en esta cruzada) lo único que te interesa es tu historia personal. Muy bien, esa etapa quedó atrás pero las ganas de leer no volvieron rápidamente. Hasta hace unos días. Mi hermana se fue de viaje una semana y tuve que quedarme en su depto a cuidarle una mascota, un gato inteligentísimo y amarillo que pasa la mayor parte del tiempo escondido en un cajón o subido a una alacena contemplándolo todo desde las alturas como el cuervo de Poe (ahora que lo pienso él también es “hikikomoris”). Como tenía que leer mucho para la facultad, cargué mi mochila y metí adentro varios libros. Así estuve unos días hasta que me fui. Había amontonado los libros arriba de una mesa (ni siquiera los toqué) y, sin prestar atención, me llevé uno que estaba allí antes de mi estadía en la casa. Era El guardián entre el centeno. Esta edición me pertenecía, yo mismo se la había prestado a mi hermana hacía un par de meses. Me lo había comprado en abril o mayo, cuando todavía trabajaba en la librería (en plena crisis), pero, aunque de Salinger tenía las mejores referencias y el recuerdo intacto de sus maravillosos Nueve Cuentos, no había podido pasar las primeras páginas. No sólo por mi ineptitud coyuntural. La razón puede entreverse al leer las primeras líneas de la traducción al castellano:

“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”

Yo tenía en mente una frase de Fabián Casas sobre por qué el escritor invisible fascinaba a sus lectores: “Sencillamente, porque a veces escribe muy bien”. Pero, ¿cómo saberlo si su versión en castellano parece hecha por Pepe Muleiro? (Mis respetos a Carmen Criado). En conclusión, abandoné antes de comenzar la carrera e hice algo que jamás imaginé: prestar un libro antes de leerlo. Algo más parecido a una herejía no se me ocurre, tal vez intentar seducir a la novia de un amigo o cambiar de equipo. Los días pasaron, transcurrió el crack, el periodo “hikikomoris”, la redención y finalmente me encuentro con que me había traído The Catcher in the Rye equivocado. A veces (no siempre, por suerte) sucede que uno no sabe lo mucho que ama a una persona hasta que la pierde. Lo mismo con los libros. ¿Quién no prestó un día Bestiario (por poner un ejemplo) y a la misma noche sintió que lo único que necesitaba era leer, una vez más, por que sí, “Las puertas del cielo”? Ok. Para despejar la mente, me preparé un fernet, tomé el famoso Catcher entre mis manos, con poco esfuerzo pasé el filtro de modismos repelentes y me sumergí en una historia que me rompió la cabeza. Qué hermoso. Cuánto hacía que no sentía esa sensación desbordante de tener que informar a propósito de nada, señoras y señoras, aunque sé que no les importa un pito, que acabo de leer un libro y me siento una mejor persona. Más inteligente o más perceptivo. O feliz. Por un momento creí que no volvería a apreciar la bella sensación de estar alcanzando un horizonte nuevo por concentrarme en un atado de hojas manchadas con tinta. Genuina epifanía de la vida cotidiana (quizás ininteligible) hallar nuevamente el placer en la lectura. Y todo gracias a un ermitaño del carajo que ni sospecha de la existencia de un flaco (uno más entre millones) que al otro lado del Planeta acaba de leer el itinerario existencial de Holden Caulfield, un adolescente trastornado que luego de ser expulsado, escapa antes de tiempo de su escuela (Pencey) y vive un par de días “sin timón y en el delirio” en New York hasta volver a su casa.

Es interesante advertir que todo lo que sabemos de El guardián entre el centeno antes de leerlo (el libro prohibido, el libro de los homicidas, el libro de iniciación adolescente por excelencia, el libro de las claves secretas y los enigmas) no dice nada sobre la que hay allí. Hay libros (se me ocurre Zama) a los que sólo es posible leerlos, exceden simplificaciones, hablar o escribir sobre ellos es una pérdida de tiempo porque nadie entenderá la verdad de la milanesa. Incluso es tan grande lo que escribe Salinger que uno puede pasar de largo la apestosa traducción (antigua, parece ser que hace unos años la misma Criado la actualizó no quiero saber con qué resultados) depositando la parte mayor del valor de la obra en las extraordinarias imágenes que proyecta el monólogo de Holden. Como sucede con los recuerdos más importantes, el imaginario que proyecta J.D. queda flotando en nuestro inconsciente y cada tanto activa un video clip cerebral de postales imborrables. Son imágenes constitutivas, que no existían antes de ser recavadas por la pluma de Salinger o que quizás estaban esperando en el éter a que una mente sensible las vuelque al papel. Lo que se percibe es algo parecido a un shock poético. (Parece que estoy explicando el efecto de una droga). Esta dinámica de escritura (utilizada por muchísimos narradores-poetas; los cuentos de Carver o el mismo Bolaño son buenos ejemplos) aparenta ser prosa pero, en su esencia, trafica poesía. La incertidumbre que generan los textos de Salinger se puede comparar con la frase del koan zen que elige como prefacio a Los nueve cuentos:

“Conocemos el sonido de la palmada
de dos manos, pero ¿cuál es el sonido
de la palmada de una sola mano?”

¿Y cómo podría siquiera sospecharlo?, es lo que habitualmente contesta uno, abrumado. Lo mismo sucede con esas observaciones heterodoxas que hace el inestable Holden (hoy lo llamarían bipolar) a medida que avanza su historia. Su obsesión porque Jane (de la que está enamorado) nunca mueve la última fila de las damas o su pregunta absurda a los taxistas: ¿adónde van los patos cuando llega el invierno?:

“¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?”.

Todas estas digresiones (que en un principio pueden hacer llorar de la risa) poseen un trasfondo ontológico que se acrecienta a medida que avanza el libro hasta llegar a un nivel de dramatismo que sólo pudo haber sido pergeñado por una mente brillante (y atenta a los detalles más mínimos que hacen de una situación un punto de quiebre) como la de Salinger. Por ejemplo, cuando su hermanita Phoebe (un personaje diseñado a la perfección, soberbio) le ofrece todos sus ahorros mientras él llora. O cuando Holden, borracho, camina creyendo que morirá y habla con Allie, su hermano muerto. ¡O cuando Jane llora sobre el tablero de ajedrez y borra su lágrima con el dedo! O cuando el profesor Antolini (1) le acaricia la nuca mientras duerme. (La mayoría de las interacciones de Holden inquietan porque rebasan de tensión sexual, incluso con su hermana). O cuando explica que lo único que quiere ser es un guardián entre el centeno, el cazador oculto que impide que los niños caigan por el precipicio (¿de la madurez, de la condena que significa ser adulto?). Como diría Holden: ¡Jo! ¿Cómo procesar tal cantidad de datos? Son todas imágenes de una sensibilidad estremecedora y ajenas a cualquier golpe bajo, demasiado parecidas a la vida. Larga vida a Jerome David.

(1): Antolini es quien le dice a Holden la frase de señalador perteneciente a Wilhelm Stekel: “Lo que distingue a un hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella”.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Telenoche avergüenza

Todo niño sensible sabrá lo que hablamos: desde hace un tiempo, Telenoche no investiga, avergüenza. La disputa con el gobierno profundizó esta tendencia, de modo tal que hoy resulta difícil no pensar que el noticiero es producido desde las sombras por Chiche Gelblung (no por nada cara visible de Mitre y Canal 13). Informes de neto corte amarillista se funden con noticias superficiales e inocuas y un predominio visible de la crónica policial. La neutralidad brilla por su ausencia y cada suceso es representado a través del filtro de lo atroz, como si la “realidad” estuviese siendo narrada por un Ernesto Sábato pasado de revoluciones. Fuera de las notas de color, todo es tragedia o catástrofe. La diferencia con ejemplares tradicionalmente precarios del mismo género (el noticiero de América) ya es inexistente. Como si fuera poco, todo es acompañado por los pesados sermones y los gestos adustos de María Laura Santillán y Santo Biasatti, dos campeones de la solemnidad de cotillón que día a día se superan, como si compitieran entre sí por ver quién es mejor empleado de Ernestina. Ni Pepe Eliaschev (emocionado luego del coloquio de IDEA de Duhalde y Terragno) podría hacerlo mejor. Es por lo menos gracioso que la editorial televisiva de Clarín (con el manejo discrecional de la información desenmascarado luego del debate de la ley de medios) todavía crea representar algo así como el reservorio moral de la Argentina. El último eslabón de esta cadena de desatinos es un informe titulado “Una revolución al otro lado del río”, que cuenta, con la conmoción pertinente, que en Uruguay todo alumno posee una computadora. Más que a la admiración, el informe incita a infundir de envidia a los espectadores y apunta (cuándo no) a explicar cómo naufragamos en el mar farragoso del insólito kirchnerismo mientras nuestros países vecinos se ríen de Janeiro. No importa que narcotraficantes tiren abajo un helicóptero, se reprima y mate a individuos durante una protesta o la sociedad prefiera no juzgar a los representantes de la última dictadura militar, Brasil, Chile y Uruguay nos pasan el trapo absolutamente en todo. Eso (no se sabe muy bien por qué, tal vez porque el argentino medio aún se considera a sí mismo como una especie invalorable para la Humanidad) es inaudito y debe hacernos maldecir a Cristina 75 veces por segundo. Este discurso (propagado por luminarias del pensamiento argentino como Alfredo De Ángeli) que postula que el país no avanza por la decisión de una sola persona (K) y no por la ineptitud del conjunto que lo integra, puede ser apto para menores de 8 años, mas no para cualquiera que intenta analizar las cosas en contexto. El informe (verdaderamente imperdible) se erige como la contracara de la “asignación universal por niño” también calificada como “revolucionaria” por el canal estatal. Es decir: de un lado el progreso tecnológico vinculado a la educación, del otro, el asistencialismo clientelista que, encima, le roba los fondos a los pobres jubilados. Más allá de que la tenencia de una PC y el acceso a Wikipedia no soluciona el problema educativo de ningún país (aunque usted no lo crea, ése es el concepto que parece plantear la investigación), es en verdad penoso asistir al modo en que se utiliza a los niños uruguayos para tensionar las coordenadas de los conflictos locales, mostrando, por ejemplo, cómo uno grabó el parto de una vaca porque es parte de un pueblo tambero (no lo soñé). Pero Telenoche no se limita a confrontar la lámina de papel madera con el monitor, sino que (a través de un paralelismo entre una escuela rural de uno y otro “lado del río”) compara (en forma tan odiosa que es difícil no ceder al insulto) a un humilde alumno argentino con un “botija” que reflexiona sobre las pinturas de Vincent van Gogh que conoció gracias a las bondades cibernéticas. En fin… Por supuesto, el registro utilizado para exponer las buenas nuevas del país limítrofe se apoya en ese insoportable paternalismo argentino que considera a los orientales, más que hermanos, hijos medios bobos. Se destaca la creencia general de Uruguay como país apacible donde todos son como Jorge Drexler, cantan bajito y, a lo sumo, discuten acaloradamente… porque el mate está aguado (1). Cambio y fuera.

(1): Anacronismo comparable al de “Mar del Plata, ciudad feliz”.

martes, 3 de noviembre de 2009

Also sprach un fanático de Spinetta

No esperen objetividad ni ideas claras ni originalidad ni nada en mi repaso arbitrario por los temas de Almendra, Pescado Rabioso e Invisible que no deberían faltar el próximo 4 de diciembre, día internacional de la prosperidad musical argentina.
Almendra:
Almendra (1969): Imposible hacer una selección adecuada: todos los temas son clásicos y ningún spinetteano podría descartar alguno sin sentir que está cometiendo un crimen de lesa humanidad. Incluyo en esta consideración también a los simples de la primera y segunda época (nada menos que “Hoy todo el hielo en la ciudad”, “El mundo entre las manos”, “Gabinetes espaciales”, “Hermano perro” y demás). Sin ánimo concluyente, atisbo que no pueden faltar “Color Humano” (legendaria zapada a cargo de Edelmiro Molinari que registra la frase apoteósica: “Somos seres humanos, sin saber lo que es hoy un ser humano), “A estos hombres tristes” y “Figuración” (balada deforme con supuestos coros de Pappo cantando: “Si vas a perder tu amor/ Alguien te ha dicho ya/ Aunque no eres real vas a perder tu amor”). No hay nada que decir sobre este álbum que no se haya dicho: es hermoso de principio a fin y está a la altura de lo que sonaba en Inglaterra y Estados Unidos en esos mismos años.

Almendra II (1970): Al ser un álbum doble con muchos temas (algunos de ellos absolutas locuras inspiradas en trips de LSD), la elección se hace un tanto más fácil. Con la sana excepción de Pez, en la actualidad estamos acostumbrados a que las bandas repitan un estilo musical hasta el infinito y todos los discos sean iguales. Sorprende advertir lo mucho que cambió Almendra de un año a otro (y Spinetta en relación con sus distintas bandas). Algo raro sucedía en esos años: uno escucha el primer disco de Manal y se convence de que “Porque hoy nací” fue grabado por un monje tibetano de 80 años, cuando en realidad es Javier Martínez a los 20. En fin, se trata de un disco complejo, con casi total ausencia de estribillos, con solos de guitarra (Edelmiro Molinari descolla) que obturan las estructuras rítmicas. Algo mucho más rockero y volado. En su línea de ruptura puede vincularse con Rock de la mujer perdida, Instituciones, Dynamo o Último bondi a Finisterre, discos en que los grupos pegan un volantazo desorientando a sus fans. El único hit reconocible es “Rutas argentinas”. “No tengo idea”, “Aire de amor” y “Mestizo” deberían ser tocados. No creo que se incluyan los tres dado que se celebra a Spinetta y no a Molinari, pero son joyas imperdibles del rock. Molinari es un emblema oculto del rock argentino y su banda histórica (Color Humano) debe ser una de las cosas más agradablemente raras que sonó en estos lugares del mundo. “Para ir” es la continuación de “Muchacha” y la supera largamente. Uno de los temas más conmovedores que escuché en mi vida, con una letra que dice, entre otras cosas: “Hay tanta gloria ya/ Que al final/ Nadie tiene un sueño sin laureles”. Spinetta dejó atrás esa vertiente pseudo-surrealista que lo condenaba a la propagación de metáforas adolescentes, maduró y puede considerarse un poeta, algo que también se atisba en “Los elefantes”. Se destacan “Parvas” y “Leves instrucciones”. Esta última encadena palabras que no se relacionan sintácticamente entre sí, fórmula que se repetirá en “Por”, uno de sus temas de culto. “En las cúpulas” o “Agnus dei” son de mi predilección pero me resulta imposible que las elijan: ¿cómo se tocan esas gemas deformes en vivo?

Pescado Rabioso:

Desatormentándonos (1972): Otro disco plagado de éxitos. En realidad, en el periodo sagrado de Spinetta (1969-1976) todos los discos rebasan de hitos insoslayables. De las influencias beatleras y acústicas que predominaban en Almendra, ahora el eje se centra en artistas de hard rock clásico con reminiscencias bluseras como Led Zeppelin o Jimi Hendrix. El resultado no puede ser mejor. Exceptuando “El jardinero (temprano amaneció)” y la simpleza (casi chabona) de “Me gusta ese tajo”, todos los temas son geniales, incluyendo “Serpiente (viaja por la sal)” que anticipa la contorsión sinfónica de Pescado 2. Elijo, entonces, “Algo flota en la laguna”, “Blues de Cris”, “Despiértate nena”, “Dulce 3 nocturno” (un tema acústico bellísimo que Spinetta canta con “Bocón” Frascino: “Deja tu miedo atrás/ Alguien te sonreirá/ Piensa: abre tu mente al sol/ Todo irá mejor”) y “Post Crucifixión” (el público entrará en trance con ese riff inicial y el misticismo del texto: “Abrázame, madre del dolor/ Nunca estuve tan solo en este mundo/ Abrázame, amanece y hay resignación”; una cumbre del rock pesado en la Argentina).

Pescado 2 (1973): He aquí uno de los discos más perfectos del rock argentino, que propaga un bienestar sonoro desde su espíritu de libertad, paz y amor. El ingreso de Lebón (en bajo) y Cutaia (en órgano y piano) amplifica el sonido y el estilo de la banda. Uno puede volar al espacio exterior si escucha este disco fumándose un porro y con auriculares. Lebón aporta “Hola dulce viento (Mañana o pasado)”, un temita folk verdaderamente celestial. Creo que es su primera composición (el mismo año editó su excelente primer disco solista que incluye “Dos edificios dorados”, “Hombre de mala sangre” y “Tema de Luis”). Si lo tocan seré feliz de aquí a diez años. El disco comienza con un delirio de sonidos onomatopéyicos (“Panadero ensoñado”) y sigue, como si nada con: “Iniciado del alba”, “Poseído del alba”, “Como el viento voy a ver” y “Viajero naciendo”. Chupate esa mandarina. Pero lo increíble es que hay trece canciones más, algunas de ellas de gran valor como la interminable “Peteribí” (Los Natas realizaron una versión años atrás). Hay dos joyas acústicas de neto corte spinetteano: “Credulidad” y “Mi espíritu se fue” (“Hay un perro que me ladra y está fuera desde aquí”: ¿está hablando del faso?). Cierra “Crisálida”, también conocida como “Aguas claras de Olimpo”, monumental suite con distintas partes melódicas que algunos consideran la cúspide de Spinetta.

Artaud (1973): No hay nada que decir sobre este disco que no se haya dicho, fuera de “Superchería” (nunca me gustó demasiado), Spinetta debería tocar cada uno de los temas y el público, en señal de agradecimiento, llorar durante dos años seguidos. Me inquieta pensar que Spinetta tocará “Cantata de puentes amarillos”. Si es una celebración de sus 40 años con la música no puede faltar, valga la redundancia, su tema más celebrado. ¿Qué pasará cuando practique esos primeros acordes? ¿Habrá Planeta Tierra después o explotará todo (como debería ocurrir)?

Invisible:

Invisible (1974): De este disco tampoco puedo decir nada medianamente inteligente porque me invade un entusiasmo enceguecedor. Es, a mi gusto, el mejor disco de la mejor banda de la historia del rock argentino. Invisible es la cumbre de lo spinetteano: letras que proyectan un efecto de extrañamiento, músicas heterodoxas (acordes raros, poliritmia) que sin embargo conllevan un sabor pop, instrumentistas de lujo (Machi y Pomo, recién salidos de Pappo’s Blues). Además, tiene los mejores simples: “Elementales leches” (mi canción favorita), “Lo que nos ocupa es esa abuela la conciencia que regula el mundo” (inclasificable), “La llave del mándala” (heavy), “Oso del sueño” (con su estribillo onírico que se repite cual mantra), la melancolía exquisita de “Viejos ratones del tiempo”. Creo que de estas primeras tres bandas, Invisible es la que más gusta a los jóvenes, tal vez por su sonido atemporal. Algunos de sus temas podrían haber sido compuestos por Radiohead, ¡pero los hizo Spinetta 30 años antes en el Bajo Belgrano o dónde sea que viviese! La influencia de Invisible se puede rastrear tanto en Cerati como en Divididos o Pez. No conozco a nadie que no guste de la música de Invisible. Fuera de “Irregular” deberían tocar todos los temas (algo que, obviamente, no van a hacer).

Durazno sangrando (1975): Este disco comienza con “Encadenado al ánima”, un tema de 15 minutos de duración que hilvana distintos pasajes melódicos con una letra de excepción. En total son cinco temas, uno mejor y más insólito que el otro. Brilla “Dios de la adolescencia”, un tema cortísimo (en su contexto) un tanto jazzero con una letra sublime:

Ella solo intenta ser feliz
Tropezando está
Nadan hoy sus ojos entre el rimel
Su mentira, ya se hundió
En la hiedra
Ves, en su abismo
Con sus enaguas quiere escapar
De la bruma
Tan apurada está
Que atropella el viento en la avenida
Hoy su inútil pétalo secó
Por su soledad
Y con las campanas se divierte
Pensando que son de aquí
La muerte
Ah, si pudiera
Si ella quisiera abrirse del ser
Y la nada
Tal vez podría ver
Que su Dios está en la adolescencia
Correrás al fin con frenesí
Por tu libertad
Pero ni bien una lagrima caiga
mil estrellas juzgaran que es en vano
Ya que Dios es un mundo
En el que amar es la eternidad
Que uno busca
Y no lo pienses mas
Que tu mueca esta tan despintada

“Dios es un mundo en el que amar es la eternidad que uno busca”. ¿Ustedes leyeron lo mismo que yo? Say no more.

El jardín de los presentes (1976): Evidentemente este repaso por mis elegidos para el 4 de diciembre fue un fracaso por consecuencia de que me gustan todas las canciones. ¿Cómo elegir temas de un disco como El jardín de los presentes? Todos son buenos. Se supone que estarán “El anillo del capitán Beto”, “Que ves el cielo” y “Los libros de la buena memoria”, pero ¿cómo dejar afuera “Doscientos años”, “Niño condenado”, “Ruido de magia”? Por suerte, no tengo ese problema, simplemente lo disfrutaré moviendo mi cuerpo corvinamente en una lejana playa del animus. Perdón, en el campo del Estadio José Amalfitani.