miércoles, 31 de diciembre de 2008

Happy New Year


Los dejo con un poema de Roberto Bolaño. Feliz año para los que leen el blog. Sayonara.


Los años, de Roberto Bolaño

Me parece verlo todavía, su rostro marcado a fuego
en el horizonte
Un muchacho hermoso y valiente
Un poeta latinoamericano
Un perdedor nada preocupado por el dinero
Un hijo de las clases medias
Un lector de Rimbaud y de Oquendo de Amat
Un lector de Cardenal y de Nicanor Parra
Un lector de Enrique Lihn
Un tipo que se enamora locamente
y que al cabo de dos años está solo
pero piensa que no puede ser
que es imposible no acabar reuniéndose
otra vez con ella
Un vagabundo
Un pasaporte arrugado y manoseado y un sueño
que atraviesa puestos fronterizos
hundido en el légamo de su propia pesadilla
Un trabajador de temporada
Un santo selvático
Un poeta latinoamericano lejos de los poetas
latinoamericanos
Un tipo que folla y ama y vive aventuras agradables
y desagradables cada vez más lejos
del punto de partida
Un cuerpo azotado por el viento
Un cuento o una historia que casi todos han olvidado
Un tipo obstinado probablemente de sangre india
criolla o gallega
Una estatua que a veces sueña con volver a encontrar
el amor en una hora inesperada y terrible
Un lector de poesía
Un extranjero en Europa
Un hombre que pierde el pelo y los dientes
pero no el valor
Como si el valor valiera algo
Como si el valor fuera a devolverle
aquellos lejanos días de México
la juventud perdida y el amor
(Bueno, dijo, pongamos que acepto perder México y la juventud, pero jamás el amor)
Un tipo con una extraña predisposición
a sobrevivir
Un poeta latinoamericano que al llegar la noche
se echa en su jergón y sueña
Un sueño maravilloso
que atraviesa países y años
Un sueño maravilloso
que atraviesa enfermedades y ausencias

miércoles, 24 de diciembre de 2008

I want to believe

Días atrás volví a ver uno de mis capítulos favoritos de Los expedientes secretos X. Se llama “Lo antinatural” y forma parte de la sexta temporada. El argumento es en absoluto disparatado pero sencillo de contar. El contexto de la trama se ubica en torno a la leyenda más conocida de la ufología: el accidente de un ovni en las afueras de Roswell en 1947. Fruto de ese desperfecto intergaláctico, un extraterrestre observa un partido de béisbol y se enamora locamente de él. Los norteamericanos tienen hacia este deporte una devoción similar a la que nosotros tenemos por el fútbol. Leyendo libros, observando películas, mirando series, podemos advertir que hay una constelación inabarcable de anécdotas, misticismos y pulsiones sociales que actúan al producirse ese juego “perfecto e inútil”, explica en una parte el extraterrestre del episodio, pero bello “como una rosa”. Para que su secreto no pueda ser descubierto por la prensa, toma el cuerpo de un negro, ya que en aquella época el racismo imperante (activado principalmente a través de la organización terrorista Ku Klux Klan) no permitía que éstos participaran en las Grandes Ligas. Mulder conoce tal historia una tarde soleada de sábado mientras lee, encerrado, viejos diarios en su oficina roñosa del FBI en tanto Scully lo insta a salir y hacer algo con la vida. Así es que se pone en contacto con el hermano de un viejo policía de Roswell (el distinguido Arthur Dales, creador de los "expedientes x") quien fuera encargado de cuidar al Extraterrestre/Jugador de béisbol negro de las garras de los racistas. El viejo está vivo pero temporalmente anclado en los tiempos pasados y, entre las muchas cosas que manifiesta (por ejemplo que los mejores jugadores de béisbol de la historia son extraterrestres), le pregunta a Mulder si él cree que el amor pueda cambiar a una persona. Mulder le responde que probablemente una mujer pueda cambiar a un hombre, a lo que el viejo contesta que no está hablando particularmente sobre las mujeres, sino sobre el amor en sí, el amor (esto ya no lo dice el viejo, lo elucubro yo) a ciertas cosas, sensaciones, el amor como una forma de obstinación genuina y admirable para que la vida se desarrolle en armonía. El viejo, entonces, cree que el amor (al béisbol y sí, por qué no, a una mujer) puede hacer mutar a un individuo (o un alienígena) y convertirlo en otra cosa mejor. La cuestión es que el ex policía advierte que el negro es un extraterrestre (su reflejo en el vidrio del micro es el de un alienígena, se desmaya y despierta hablando en un idioma desconocido, una pelota lo golpea en la cara y le sale una sustancia verde), pero no entiende qué es exactamente lo que está haciendo en ese lugar. A partir de allí, entabla una relación de gran amistad con el extraterrestre (que canta gospel a la perfección y es un tipo muy simpático), quien le explica su devoción por el béisbol y su estrategia para que el extraterrestre del Mal (ese tipo fornido y con cara musculosa que aparece a lo largo de toda la serie) no lo haga boleta. Pero claro, el extraterrestre del Mal siempre aparece y comienza a hacer de las suyas. A todo esto, el episodio tiene un par de imágenes poético-cósmicas muy sugestivas: un alien montando un caballo en pleno desierto, las pelotas de béisbol volando hacia el cielo estrellado de una noche perdida. Ese tipo de cosas que Werner Herzog definiría como metáforas de algo, no se sabe muy de qué, pero indudablemente metáforas importantes. Al final, el extraterrestre del Mal asesina al bueno. Le pide que por dignidad muera mostrando su verdadero rostro, pero el extraterrestre, llorando, le contesta que su verdadero rostro es ése, el del negro. El policía no llega a salvarlo pero lo consuela mientras muere. El amigo intergaláctico, entonces, le dice que se aleje porque su sangre extraterrestre es un ácido que incinera a los seres humanos. “Aléjate, mi sangre puede dañarte”, le dice. El policía no se aleja y comprueba que el extraterrestre no está perdiendo el líquido verde de otrora, sino sangre roja y humana, como la tuya, la mía, la de todos. Antes de morir, el extraterrestre cae en la cuenta de que su amor por el béisbol lo ha convertido en humano. Muere riendo.
Se trata de un capítulo hermoso. Narrado puede parecer cursi (es probable que lo sea), pero en realidad sólo es profundamente emotivo y tiene que ver con la obstinación, representada en la serie en la figura de Mulder: el tipo está convencido de lo que quiere, no le importa vivir en una oficina mugrosa, que lo quieran matar, que lo miren como un chiflado. Esa característica es la que más rescato de Los expedientes secretos X: la obstinación o, más bien, el temple de Mulder para seguir buscando a su hermana a través de los años y la personalidad de Scully para investigar actividades paranormales de las que “el gobierna niega tener conocimiento” sólo por querer a su compañero. En realidad los dos se aman y la tensión que exhala tal relación es uno de los condimentos que propulsa la serie. En la desapercibida segunda película (secuela del programa de TV), estrenada este año y titulada elocuentemente “Quiero creer”, Mulder aparece una década después. Está barbudo, ermitaño, un poco más loco, pero sigue buscando. El tema central del film, es justamente la ambivalencia entre el nihilismo de Scully y la creencia de Mulder de que algo, aún provocando incertidumbre y siendo indefinido (una religión, un amor, una pareja), puede hacer cambiar a las personas. Es que hay ciertas muestras de perduración en los sentimientos (algunos lo confundirán con obsesiones) que me parecen toda una clase de ética ante la vida. Como cuando Dylan dice, al final de “Tangled up in blue”:

De modo que ahora estoy volviendo otra vez
Tengo que encontrarla de algún modo
Toda la gente que solíamos tratar
Ahora me parece una ilusión
Unos son matemáticos
Otras son mujeres de carpinteros
No sé cómo empezó todo esto
No sé qué están haciendo con sus vidas
Pero yo, yo todavía estoy en la carretera
Dirigiéndome a otro cruce
Siempre hemos sentido lo mismo
Sólo que lo vemos
Desde un punto de vista diferente.


Me gusta pensar en ese tipo de inutilidades anacrónicas. En la fidelidad a ciertas identidades y ciertas personas. En las cosas que siguen intactas en nuestro corazón a pesar de que ya no existen. En los sentimientos que permanecen a través de los años. En las parejas que se aman más allá de que no encuentren el combustible adecuado para seguir juntos. En los extraterrestres que juegan al béisbol y, a través del amor, se convierten en seres humanos. En los que siguen en la carretera a pesar de que todo ha cambiado. En “los saltos de fe”, como le dice John Locke a Jack cuando el incrédulo no quiere apretar el botón de la escotilla, que permiten que la vida posea algún sentido en medio de tanta inestabilidad. Sayonara.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Triple post!

Miguel Russo y su equipo van en coche al muere

APUNTES SOBRE LA REEDICIÓN DE ODA, DE FABIÁN CASAS

EXCLUSIVO ILCORVINO: GOROSITO NO PERTENECERÍA AL RIÑÓN DE RIVER

Puede comentar aquí, si quiere. Muchas gracias.

APUNTES SOBRE LA REEDICIÓN DE ODA, DE FABIÁN CASAS

El factor central que activa los poemas de Oda parece ser el Desencanto, así, en mayúsculas. El desencanto melancólico que nace luego de advertir que el problema del futuro es que ya no es lo que era y que el tipo de material en que está sustentada esa construcción absurda que es la vida no es de fiar: la muerte, la pérdida de un amor, las decepciones políticas, la estupidez humana que inunda el Globo, los hits radiales. Ya lo dijo Dylan: cuesta mucho reírse, sólo hace falta un tren para llorar. Pero el horror, sabe Casas, a cierto grado de ebullición se transforma en risa. ¿No es un personaje de “El bosque pulenta” el que dice que un adulto es “alguien que comprende que la vida es un infierno y que no hay ninguna posibilidad de buen final”?. Ésa, entonces, es la certeza que destilan los textos de Kaspar Houses, ya sean ensayos, notas periodísticas, poemas o cuentos (a cada género logra imprimirle sus modos de operar). Y es ante esa cognición profunda sobre la inestabilidad total de las cosas que reacciona, enfocando su lente en la descripción de todo aquello que dejamos de lado para seguir adelante, lo que el cauce del mundo volvió transitorio para no incomodar demasiado en medio del ritual convencional de los días:

No debería perturbarte
el ruido que hace tu viejo con la boca
cuando come. Ni la ordalía de bolsillo
en las horas picos; o tu scrum privado
contra los malos pensamientos.
(“Doxa”)

Hay en estos poemas una conciencia pesimista formidable que, en ese hurgar continuo sobre el lado B de los acontecimientos cotidianos, termina constituyendo una forma de reflexión e incertidumbre cercana a la filosofía. En el poema que da título al libro, se lee:

El hombre de campo mira pasar el río.
El hombre de ciudad mira pasar el tren.
Ambos reflexionan sobre el pequeño mecanismo
de los acontecimientos.


En el ya clásico “Ezeiza” (fabulosa pieza para aproximarse a la mirada ambigua del poeta sobre el peronismo luego de una frase reciente que perturbó a unos cuantos: “Las Madres de Plaza de Mayo fueron infiltradas dos veces: una por Astiz, otra por Kirchner”):

A la gente le gusta pensar
que la vida cambia. Y muchos viven pendientes
de cosas que le van a suceder nunca.


Cómo hace “el Larkin de Boedo” (Pablo Schanton dixit en la estupenda contratapa) para inmiscuir en medio de una serie de versos libres, bifurcaciones ontológicas de ese tipo es una pregunta sin respuesta posible. La secuencia de imágenes que genera Casas (visiones desoladoras sobre los espacios urbanos, fotografías minimalistas que retratan las ceremonias secretas de los individuos perdidos) son postales, sí, pero alteradas, como cuando una persona sonríe (Pinky, por ejemplo) y detrás de ese gesto puede advertirse lo siniestro o la locura de las costumbres aceptadas:

Pensá en los que se sacan fotos
con el agua hasta las rodillas,
alzando entre sus brazos
un pescado plateado e inmenso.
(“Costumbres”)

Fulge mi cigarrillo,
en la oscuridad del departamento.
Las ventanas están abiertas hacia la noche calurosa
donde los colectivos espacean el recorrido
y las máquinas de aire acondicionado
drenan agua hacia las veredas
. (“Deseos”)

A este itinerario (que puede hallarse en otros libros del autor) se le suma, entre líneas, un eje temático sobre las relaciones de pareja. El esfuerzo de Casas para no abundar en lugares comunes sobre la cuestión le borra su costado cursi o melodramático, llega a buen puerto y engendra fragmentos de gran lucidez:

Ahora sabemos
que no se contaron chistes de realistas
ni fumaron opio
frente al mapa de la Confederación.
Hablaron –comiendo charqui, lustrándose las
Botas-
de lo difícil que es sostener una pareja,
de guerra en guerra,
a tanta distancia.
(“Reunión en Guayaquil”)

Si mi mujer no estuviera tan lejos,
le diría que no tenemos la culpa
de que algunas cosas funcionen
con un combustible caro y difícil de conseguir.
(“Deseos”)

Como sucede en todo lo que escribe Casas, Oda es un compendio de referencias e influencias metabolizadas que obligan a la extensión de nuestro panorama intelectual: Frank Zappa, Thomas Dylan, Gurdjieff, El Horla (legendario personaje de un cuento del chiflado genial de Guy de Maupassant que el poeta asimila para personificar ciertos fantasmas). Por otro lado, en las representaciones lacónicas y opacas de la ciudad, como en ningún otro texto de Casas, se puede advertir la sombra (llamativa, por cierto) del primer Borges (Fervor de Buenos Aires, etc.)

Oda fue publicado originalmente en el año 2003 y se volvió a reeditar en estos días a través de la editorial Mansalva. Está dedicado a José Luis Mangeri, recientemente fallecido, alguien a quien Casas, en una entrevista del año pasado, definió como su “editor, padre, amigo y pastor”. Como bonus tracks se cuentan un breve anti-prólogo del propio autor y el discurso que ofreció al ganar el premio Anna Seghers 2007. El libro parece ubicarse en un cruce esencial en la obra de Casas: entre la plenitud del poeta (consagrado a través del reconocimiento masivo de El Salmón; hasta tipos complicados como Damián Tabarovsky y Sergio Bizzio lo ponderan) y el desarrollo literario de un narrador maduro (reflejado en la recopilación de cuentos de Los lemmings). Bueno, eso es todo.

EXCLUSIVO ILCORVINO: GOROSITO NO PERTENECERÍA AL RIÑÓN DE RIVER

Desde que se conoció la noticia de que Néstor Raúl Gorosito dirigirá a partir de la próxima temporada (en consonancia con la quinta de Lost, que empieza el 23 de enero; no creo que se trate de una coincidencia) al alguna vez equipo grande Club Atlético River Plate, cierto sector del periodismo (por no decir todo) comenzó a hilvanar la idea o el concepto o la sofisticada teoría de que la elección era acertada ya que el ex número 10 pertenecía al “Riñón de River Plate” (supuesto órgano vital que garantizaría el buen juego, el toque, la gambeta, la elegancia al andar, el éxito deportivo, etc.) Al oír tales manifestaciones mi primer sentimiento fue la duda. El segundo la absoluta estupefacción. El tercero la impavidez metafísica. El cuarto el peligro ante la inminencia de una revelación que pondría (nuevamente) en peligro al equipo de Eduardo “Goles Importantes” Tuzzio. Luego seguí dudando y así estuve dos o tres días oteando el horizonte mientras rascaba mi barbilla en señal de incertidumbre. Pasadas ya dos semanas, comencé una investigación profunda que me llevó al centro de la cuestión. Off the record, la mayoría de las fuentes (especialmente la de las Aguas Danzantes y la Peatonal San Martín) expusieron que Gorosito indudablemente hizo inferiores y jugó varios partidos entre 1983 y 1988 en el club millonario (111, para ser exactos), pero que a partir de la década del 90’ estaría habitando, muy cómodo, el riñón de otro equipo de la Argentina. Alguien del entorno cercano al entorno cercano del antiguo entorno semi-alejado de Gorosito (como se verá, poseo las mismas fuentes que Nelson Castro) aseveró: “Gorosito jugó en River, es cierto y nadie puede dudarlo, pero nunca se asentó en el equipo por lo que la gente lo recuerdo poco o nada”. Alguien que ronda la intimidad de un ex amigo del cuñado del nieto de Gorosito que no quiso dar su nombre y durante la entrevista se escondió debajo de un velo árabe por miedo a ser reconocido, me indicó que nadie, “en su sano juicio” puede decir que Gorosito pertenece al “riñón de River, más bien se lo podría situar en una amígdala perdida o el esófago”. Alguien irreconocible que reconoce que nadie lo reconocería pero que de igual modo no dio su nombre por considerarlo “feo”, llevó a mis manos la descripción que el Diccionario de Fútbol Olé ofrece sobre el paso de Gorosito por River: “Surgido del semillero millonario, apareció en la Primera de River pero nunca logró afianzarse como titular debido a la gran cantidad de jugadores que había en la entidad”. Mi obligación como periodista me indicó que, venciendo cualquier tipo de obstáculos, debería hacerme con el riñón de River Plate. Después de conseguir con facilidad el cuerpo entero de la Institución (a excepción de los testículos y valores espirituales como la dignidad), llegó a mis manos el famoso riñón. Una visión/ de su composición/ nos dará una expresión/ de su función. ¿La podemos ver? Si, por supuesto, cómo no:

Aquí podemos ver a la totalidad de los grandes ídolos de la Institución (Francescoli, Labruna, Paco Gerlo, García Aspe, Badía, Y Cía.) En la estratosfera “riñonal” se encuentran aquellos entes diametralmente opuestos a la historia del club (Giunta, Simeone). En ningún lugar aparece Gorosito. De esta forma comencé una investigación exhaustiva por los diversos riñones de los clubes argentinos hasta dar con el del Club Atlético San Lorenzo. He aquí su riñón:

Como sucede con el riñón de River, aquí podemos ver a los grandes ídolos de la Institución de Boedo (Veira, Scotta, Manusovich, la “Chancha” Mazzoni). En la estratosfera riñonal, encontramos a Saja, Ruggeri y un anónimo. Observando con detenimiento, podemos advertir que debajo de Romeo, Osvaldo Soriano y Netto, a la izquierda de Mazzoni, a la derecha de Sanfilippo y arriba de Ramón Díaz y Perro Arbarello, aparece la figura de Néstor Raúl Gorosito. Está todo dicho. Una vez más, hemos desarticulado una mentira del periodismo. Próximamente desentrañaremos más misterios que mantienen a la sociedad en vilo:
-¿Obama es negro?, ¿Riquelme se volvió fucking crazy?, ¿Cristina realmente está a favor de la distribución de la riqueza?, ¿Qué es de la vida de Ricardo Altamirano?, ¿Qué fucking cosa tiene que estar sucediendo para que todas las mujeres al mismo tiempo se pongan flores en la cabeza?
Sayonara.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Toda la vida tiene música hoy

COSAS SOBRE EL POP ARGENTINO Y EL NUEVO DISCO DE LUCAS MARTÍ

COSAS SOBRE LA MÚSICA ESPAÑOLA Y EL NUEVO DISCO DE ENRIQUE BUNBURY

Si a usted se le antoja, aquí puede comentar. Muchas gracias.

COSAS SOBRE EL POP ARGENTINO Y EL NUEVO DISCO DE LUCAS MARTÍ

Antes de comenzar quiero aclarar que soy un reverendo prejuicioso. Me muevo en el terreno de la música (y probablemente también en la vida) en base a fundamentalismos indecibles y preconceptos sin argumento. Hasta determinado momento (que no sé precisar) le tendí mi mano al pop argentino en su totalidad. Leo García, Miranda, Babasónicos, Emmanuel Horvilleur me parecían agentes necesarios para descomprimir el Imperio monotemático (birra, porro, cerveza, sexo, fútbol, barrio) y demagógico (en tanto ofrecen lo que el público pide ajustándose a los límites de una fórmula musical probada: por un lado, rock de raíces stones; por el otro, una supuesta “libertad creativa” abocada a la pululación automática de cumbias, reggaes y candombes) de un rock masivo simbolizado en la imagen de un chico con flequillo maniobrand una V por debajo de su mentón. Los Piojos, la Bersuit Vergarabat 00’, Callejeros, La Vela Puerca y ahora Las pastillas del abuelo, bajo sus distintas orientaciones artísticas (y no tanto) son formas del mismo vacío compositivo. Pero ese pop salvador, finalmente, nunca estuvo a la altura de sus pretensiones: se pasó de una propuesta musical teóricamente más sofisticada a correr incansablemente detrás del Éxito. Por esta causa los discos de los exponentes mencionados son sucesiones de jingles publicitarios que basan toda su “subversión” en adherir a una estética que atrasa exactamente 25 años. Es decir que frente al rock encorsetado de “los del palo” se concibe la respuesta más obvia: una frivolidad premeditada que, en vez de molestar (como Virus en los 80’), espanta por el bajo nivel de imaginación. Esto sucede cuando las premisas relativistas que se desprenden de textos pertenecientes a autores denominados “posmodernos” invaden otros campos (en este caso, la música) sin contexto ni adaptación alguna. Lo único que queda entonces es que si no hay bien ni mal, ni derecha ni izquierda, ni autor ni sujeto, todo da lo mismo. Recuerdo escuchar a Bobby Flores pasando una canción conformada por una sucesión de eructos sobre una base electrónica… Pero ese es otro tema. La cuestión es que toda la estantería fascistoide (lo acepto) se me cayó al piso cuando escuche los estremecedores acordes de guitarra del riff vintage (más el coro tarareado) de “Date y dame”, el primer (y quizás único) corte de Pon en práctica tu ley, el nuevo disco de Lucas Martí, hermano de Emmanuel Horvilleur, recurrente colaborador de Migue García, dueño del rostro que fue objetivo de una legendaria piña de Norberto Pappo Nappolitano, ex líder de ese proyecto de pop barroco, incomprensible y deconstructor llamado A-Tirador Láser. En realidad el pegadizo y bailable placer culpable de “Date y dame” (¿cuánto hace que no aparecía un tema de ese tipo en el rock argentino?) es el principal eje de resonancias de un disco heterodoxo, con altibajos y que, por momentos, parece ser una reversión de Privé (1986, Spinetta) interpretada por un avatar de Federico Moura. El disco permanece en el territorio en que se entrecruzan estas dos conocidas (y distantes) variantes del pop argento inteligente. Tal vez ésa fue la impresión en el receptor deseada por Martí, quien, según las reseñas, sólo utilizó instrumentos fabricados en la primera mitad de los años 80’. Ya establecido un patrón musical general, lo significativo de muchas canciones es el texto: en la melodía naif de “Inglés” se refleja el itinerario de una boluda posmoderna (“Paso por francés/ La busco a ella y sus palabras/ Cree que un idioma la puede hacer pertenecer (…) Siempre sos extra en su pantalla”); en la notable “Propagandas” se atribuye el fin de una pareja a la irrupción de la televisión en la vida cotidiana (“Nos ganó lo material/ Lo palpable, lo insustancial/ La ilusión sobre la acción (…) Pude ver ESPN/ Pude hacerlo y no intenté/ Nos ganó la dirección/ Y el no correr el riesgo de estar junto a vos”); en “No dejes de cantarle al amor” (que comienza en forma extraordinaria y se bifurca en un estribillo errático más propio de un tema de Cris Morena) se agrega al swing ochentoso un toque “abrasilerado” en el fraseo de la voz (otro rasgo de aquella época). Otro momento logrado es “Bocón”, una balada romántica con añejas máquinas de ritmo y sonidos de teclados que remiten directamente a las manos de un tecladista maquillado de 1985 (y a ese disco totalmente olvidado de 1988: Don Lucero). Tal vez porque la apuesta por un sonido originario es explícita, el resultado final del disco (dejando de lado algunos tracks desechables), más que un ejercicio “retro a la moda”, es toda una declaración de principios y una metáfora de estos tiempos. ¿Metáfora de qué? Bueno, cada tanto, como ahora, viene bien hacerse el posmoderno y dejar las interpretaciones taxativas en plena incertidumbre. Sayonara.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Nuevas redundancias sobre la inseguridad

Desde hace ya mucho tiempo la metáfora “inseguridad” (que los amigos Lakoff y Johnson denominarían “ontológica” porque otorga una entidad a un acontecimiento de nuestra experiencia) se ha instalado como temática recurrente de la opinión pública. Es muy difícil asistir a una reunión, mirar televisión, viajar en un taxi o simplemente caminar por la calle sin oír o ser incitado a conversar (si es posible denotando indignación) sobre robos, asesinatos, jueces garantistas, delincuencia, menores, “desprotección”, necesidad urgente de un Estado como organismo rector, alusiones a una operatoria sesgada en las políticas de derechos humanos, desesperación, ausencia de castigo para los culpables, la existencia de una especie de individuos que se oponen a la norma (familia, buenos modales, Iglesia) y salen a robar, etc. El sujeto de clase media-alta (y en menor medida el de clase baja, que desea formar parte del mismo nivel económico de la clase dominante e imita alguna de sus características) tiende a reconocerse en el otro a través de la ostentación de bienes. Es usual entonces que la mayoría de las conversaciones casuales en lugares públicos (la cola de un banco, por ejemplo) se inicie a través de la descripción de pormenores personales que explicitan un estatus determinado: el empleo, la zona de residencia, el tipo de automóvil, la asistencia a ciertos lugares que requieren pertenecer a una escala social específica (restaurantes de moda, espectáculos, clubes), etc. A esa dinámica mutua de la auto-exaltación burguesa (que esconde, por supuesto, una competencia implícita por averiguar quién cuenta con más riquezas) se le agrega la preocupación por la Inseguridad. El tópico surge intempestivamente (casi por la inercia de contraponer un conjunto “positivo” a otro “negativo”) y sin necesidad de una causa anterior que lo justifique: está aceptado en la convención (luego del reconocimiento inicial y la dinámica relatada) referirse, de un momento a otro, sobre los “males” que aquejan al país: los políticos, los inmigrantes ilegales, los villeros, los piqueteros. Este momento de catarsis es esperado por los emisores ya que no hay nada que más quiera el sujeto de clase media-alta que “hacerse escuchar”. No importa si lo que tiene para decir es una serie de lugares comunes basados en el prejuicio y la ignorancia, lo importante es “hablar en voz alta”. La inseguridad, (“un mal que nos afecta a todos”, “un flagelo” en el cual todos estamos en “la lista de espera” (dixit bajada de un titular del Canal 26 que llevaba por título: “Horror en el país”), que “ya excede cuestiones ideológicas”, es “lo que más preocupa a la gente” y "el próximo podés ser vos"), es el suceso ominoso que los une y congrega, concibiéndose de esa forma una complicidad fugaz en medio del entramado complejo de diferencias de la jungla urbana. Como el novio paranoico que cela a su pareja a causa de las fantasías que elabora su mente, el sujeto que posee una situación económica estable y disfruta ser parte de un grupo acomodado teme, principalmente, ser despojado de sus beneficios. Lo que ha “logrado” (casa, auto, familia, viajes, bienestar) es “fruto del trabajo”. Paga sus impuestos “religiosamente” (no en vano con frecuencia se añade este adverbio). Nunca se metió “en nada raro” (es decir que nunca robó, ni tomó drogas, ni es homosexual, etc.) Es, en suma, una “persona honesta” que no comprende por qué “no puede salir a la calle”. Jamás se detiene un instante a pensar que la sola existencia de personas como él (en un sistema macro-estructural basado en el flujo de dinero) garantiza la de otras en una situación social diametralmente opuesta. Que las “reglas del juego” que tanto defiende y a él le permitieron triunfar, también disponen (mientras siga aumentando la desigualdad social) la sucesión continua de segmentos marginados (discriminados, oprimidos, sin educación) que quieren sacarle a él lo que tiene.
Mientras tanto, desde los medios, se ha generalizado la búsqueda diaria de un crimen cometido por la “Inseguridad”. Y en un país con millones de personas sabemos que el que busca siempre encuentra. También se podrían contar en los titulares de Crónica o TN o América 24 las muertes por aborto o inanición, pero claramente estos dramas no afectan directamente a la clase media-alta (en caso de que el primero de estos dos ejemplos de muertes se dé, se hará todo lo posible por acallarlo). La exposición de crímenes relacionados con la “Inseguridad” se ha multiplicado de tal manera que la noticia tiene una dinámica especial que la diferencia de cualquier otro suceso policial. El impacto (suma de morbo y comentarios tendenciosos que terminan convirtiendo un hecho trágico en un espectáculo del sufrimiento ajeno) aumenta si los crímenes cuentan con ciertas características:
-el asesinato en frente de seres queridos.
-si la víctima es un padre de familia con niños pequeños.
-si los delincuentes son menores de edad (inclusive aunque todavía no se sepa nada del crimen, siempre “se especula con que podrían haber sido menores de edad”).
-si la víctima volvía del trabajo.
-si la víctima contaba con una profesión u oficio identificable para el resto de la sociedad (de ahí que el asesinato, más que de una persona con nombre y apellido, sea del “ingeniero” o el “profesor”: esto asegura una empatía inmediata y más genuina entre las clases que producen su dinero).
-si los delincuentes asesinan a la víctima para llevarse un bien material de escaso valor (o no se llevan nada).
-si la víctima no se defendió y aún así fue ultimada.
-si la víctima había tenido o iba a tener un suceso importante en su vida (la culminación de una carrera, un casamiento, un viaje).
-si la víctima contaba con un grupo de personas cercanas y localizables para la prensa (esto asegura la aparición en los medios de familiares, amigos o parejas exponiendo las características generales de la vida de la víctima; casi nunca se le da mayor dimensión a un asesinado que no cuente con personas propensas a aparecer en la televisión, por ejemplo).
Algunos de estos detalles pueden ser requeridos para un proceso judicial, pero en el marco de los medios de comunicación se convierten en un conglomerado discursivo con objetivos básicos: estimular emocionalmente a quien se refiere a la víctima para así provocar un dolor más incisivo en el receptor. Inclusive la lista anterior surge naturalmente de las preguntas que hacen los periodistas:
-“Contame, ¿cómo era X?”.
-“¿Lo asesinaron en frente de sus hijos?”.
-“¿Qué estaba haciendo cuando ocurrió el hecho?”.
-“¿Estaba por recibirse?”.
-“¿Los asaltantes eran menores de edad?”.
-“¿X se defendió del robo?”.
De esta forma, se instituye un ambiente de pánico o terror: el sujeto (“el trabajador”, “el laburante”, “el profesional”, en fin, “el hombre de bien”) no puede salir a la calle, debe mirar a los cuatro costados al ingresar su automóvil al garaje, no debe olvidarse de cerrar las puertas, debe levantar rejas, debe comprarle un celular costoso a cada uno de sus hijos para saber donde se encuentran, debe contratar seguridad privada (la policía no tiene los recursos para brindar seguridad), cruzarse de vereda cuando advierte la presencia de un extraño en dirección contraria. Es toda una disposición argumental que saca del foco la cuestión de la desigualdad social (si se la menciona es para tratarla a “largo plazo”, lo que se necesitan ahora son “medidas rápidas” porque mientras “nos matan como moscas/perros/etc.”) y puntualiza en el delincuente (el paradigma actual de éste es menor, agresivo, drogado, inclemente, de una condición sobrenatural y monstruosa) la causa principal y no el resultado final de una serie de consecuencias.
Es notable que en estos días, el libro de mayor actualidad para comprender la realidad argentina sea uno escrito en 1975 por un francés llamado Michel Foucault: Vigilar y Castigar. Allí, el coloso del estructuralismo (por la extraordinaria capacidad para articular contenidos y llegar a observaciones novedosas) parte de la época clásica para explicar los métodos de los mecanismos de control de los últimos siglos (que van desde el tormento hasta las estructuras carcelarias), de qué forma y por qué la sociedad moderna asimila la prisión como algo natural en el interior de su funcionamiento. Las conclusiones a las que llega son inquietantes. La prisión, en cierto modo, basa su funcionamiento en el panoptismo (“sistema de documentación individualizante y permanente”), pero a diferencia de éste (usualmente rechazado) es aceptada como “la forma más inmediata y más civilizada de todas las penas”. Sin embargo, los objetivos de tal institución (la conversión del comportamiento de los individuos, etc.) fracasan constantemente desde su creación e incluso incitan al delincuente a reincidir. Según Foucault, la razón del mantenimiento de este sistema radica en el hecho de que la prisión y los castigos “no están destinados a suprimir las infracciones; sino más bien a distinguirlas, a distribuirlas, a utilizarlas”. A partir de tal mecanismo, el delincuente es controlable (por su señalación social), utilizado políticamente y sirve a determinados fines, por ejemplo, a los ilegalismos de las clases dominantes (tráfico de drogas o armas). Los dejo con una reflexión del autor que me parece adecuada para terminar el texto: “La crónica de sucesos criminales, por su redundancia cotidiana, vuelve aceptable el conjunto de los controles judiciales y policíacos que reticulan la sociedad; refiere cada día una especie de batalla interior contra el enemigo sin rostro, y en esta guerra, constituye el boletín cotidiano de alarma o de victoria”. Sayonara.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Antológico Lennon

Como a la mayoría de los fanáticos insufribles de los Beatles, durante algún tiempo, la carrera solista de John Lennon me incomodó. Mi admiración desmedida por su personalidad (en contradicción permanente con su lema “No sigan líderes ni ídolos”) se resentía al oír placas endebles. Plastic Ono Band (1970) es un disco ciertamente extraordinario, basado en la terapia del “grito primal” (de allí los aullidos que ponen la piel de gallina al final de “Mother”, uno de los temas más dolorosos jamás grabados: “Mamá, no te vayas/ Papá, volvé a casa”), un duro revés al imaginario beatle, plagado de canciones catárticas (“God”, “Well, Well, Well”) o tristes (“Isolation”) o incisivas (“Working Class Hero”) o que poseen el resplandor de una mañana soleada (“Hold on”) que, sin más, anunciaban lo que todos ya sabían y nadie se animaba a expresar: “The dream is over” (“El sueño terminó”). Si se hubiese incluido el single “Instant Karma” desde el principio sería todavía mejor. En Imagine (1971) comienza a asomar la inconsistencia de los años siguiente en tracks desechables (“It’s So Hard”, “Crippled Incide”, “I Don’t Wanna Be A Soldier Mama”) y cierta tendencia a edulcorar en exceso cada melodía; sin embargo, el resto es talento en estado puro: el clásico homónimo, la bellísima balada “Jealous Guy”, ese himno a la vacilación llamado “How”, la prédica rabiosa de “Gimme Some Truth” (“Dame alguna verdad”), el alegato anti Paul McCartney de “¿How Do You Sleep” (“Aquellos freaks tenían razón cuando dijeron que habías muerto (…) Lo único que hiciste fue “Yesterdey”). Después se hace difícil hallarlo ofreciendo aquellas obras maestras a las que nos tenía acostumbrado. A pesar de que hay discos irregulares como Rock’ N’ Roll (1975) y decididamente aburridos como Some in New York (1972), en Mind Games (1973) y Walls & Bridges (1974) la calidad de algunos temas se bifurca por la pasteurización a la que son sometidos (cuerdas, coros apacibles, teclados, arreglos de más). Aunque tengo algunas reservas contra el pop inofensivo de “Dear Yoko”, los 7 temas que Lennon (harto pop y apto para todo público, lo sé) compuso para Double Fantasy (1980) me parecen acertados, pero los quejidos avant-garde del repertorio de Yoko, además de producirme primero una sonrisa y luego un ligero malestar auditivo, enturbian el resultado del material. Todo esto me sucedió hasta que escuché Anthology, la caja de 4 discos editada hace exactos 10 años, a fines de 1998. Allí se puede recorrer cada periodo solista del ex beatle (su etapa de honestidad brutal post beatle, su acercamiento a la nueva izquierda norteamericana, su “lost weekend” alejado de Yoko Ono y su final como “león herbívoro”, maduro padre de familia “mirando las ruedas” de un tren que ya ha dejado pasar) accediendo a grabaciones descartadas, diálogos de estudio, maquetas de temas y versiones diametralmente distintas a las que luego se hicieron conocidas (o no, porque tampoco tuvo tantos hits). Al ser tomas de considerable crudeza, se puede advertir en toda su inmensidad el maravilloso caudal de la voz de Lennon, un instrumento en sí, capaz de entonar estridentes rock and rolles de los 50’, baladas tiernas y sofisticadas composiciones al piano sin perder esa expresividad inaudita por la que terminó siendo un cantante fenomenal a pesar de que, sin dudas, no era lo que la doxa usualmente juzga como “Un Gran Cantante” (preguntar por Mercury, Freddie). Hasta los temas buenos parecen mejores. En la interpretación de “God” deja el piano por la guitarra acústica y, con un poco más de prolijidad, hasta se podría asegurar que supera a la original. “Jealous Guy” se revela en toda su belleza despojada de las cuerdas, aunque sin el silbido del medio pierde algo de su emotividad. En “Remember” desafina, se olvida la letra y termina haciendo bromas. En “Mother” asoma una guitarra eléctrica. Lo desconocido empieza a escucharse en “New York City” (CD 2), cronológicamente (1973- 1975) el momento en que John vaga “sin timón y en el delirio”, alejado de Yoko, con su secretaría May Pang y de exceso en exceso. El canto desganado de “One Day At A Time”, que en Mind Games poseía la patética suavidad del peor McCartney, susurrada y con una instrumentación mínima, gana en intimidad y se convierte en un tema precioso. “Real Love” (que saldría a mediados de los 90’ en el Anthology de los fabs four) aparece en una versión de piano y voz que justifica el nombre de la caja. En “The Lost Weekend” (CD 3) tal vez sea donde más sorpresas agradables se encuentran. Los temas de Walls & Bridges pasan a tener un nivel de tensión y densidad artística que pocos deben encontrar en el material publicado: la deslumbrante “Scared”, la rabia que destila “Still and Glass” y “Nobody Loves You When You’re Down And Out” (“Nadie te ama cuando estás mal”; otra vez Lennon implorándole a Yoko que le de una nueva oportunidad), son tres temas que justifican la edición del box-set. Covers como “Be Bop A Lula” o “Peggy Sue” o “Rit It Up/ Ready Teddy” son enlaces directos al periodo desenfrenado de Lennon, pero mantienen una frescura impensada. Los diálogos con Phil Spector reflejan el estado mental (y etílico) de las grabaciones de Rock and Roll. Según la leyenda (en este caso obtengo la información de una vieja nota de Paul Du Noyer en la revista Los inrockuptible de diciembre 2005, pero está contada de mil formas diferentes en otros mil espacios distintos), el productor llegó a efectuar un disparo con su revólver en pleno estudio, a lo que Lennon respondió: “¡Phil, si querés matarme, hacelo ahora! ¡Pero no me revientes los oídos!”. Este tipo de relación enfermiza puede hallarse también entre otros dos grandes personajes de la época: Klauss Kinski y Werner Herzog. En el fabuloso documental “Mi mejor enemigo”, el director alemán cuenta cómo llegó a amenazar al trastornado actor con volarle los sesos si se iba del rodaje de “Fitzcarraldo”. “Stranger’s Room” es un anticipo casero de “I’m Losing You” (sin el estribillo) con Lennon desgranando su desesperación solo al piano. “Dakota” abre con una versión punk de ese mismo tema. Sería tan buena como la original si tuviera el amargo “So long ago” del final y los recurrentes “well, well, well” a los que Lennon era tan afecto cuando se hartaba de algo. Debe haber pocas canciones que plasmen en modo más perfecto la serie de remordimientos y incertidumbres que supone el fin de una pareja: “De algún modo los cables se cruzaron/ La comunicación se perdió/ Ni siquiera puedo tenerte en el teléfono/ Sólo tengo que gritar sobre esto/ Te estoy perdiendo/ Bueno, aquí en el valle de la indecisión/ No se que hacer/ Siento que huyes/ Siento que huyes/ Te estoy perdiendo”. Nadie mejor que Lennon para describir la ira, el desconsuelo y el arrepentimiento. Se incluye una trilogía (“Satire I, II y III”) de burlas sobre Bob Dylan en las que Lennon imita la voz gastada del cantante como lo hiciera uno de los músicos de Frank Zappa en la corrosiva “Flakes”, de Sheik Yerbouti. Otros chascarrillos son una parodia de “Yesterday”, canturreada con gran impostación, la desopilante “Ain’t She Sweet” y el pequeño Sean cantando algunos clásicos de Sgt. Peppers. La toma de “Beautiful Boy” (con su frase especial para señaladores de libros: “La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otro plan”) pierde liviandad al poner al frente las guitarras acústicas y el bajo. Lo mismo sucede en la delicada oda al amor eterno de “Woman” y la declaración de principios de “Watching The Wheels”, pero con resultados dispares. Siempre escucho a Lennon, pero especialmente lo hago cuando afronto una situación problemática. No creo ser el único. Sus temas tienen la particularidad de expresar conceptos claros y universales, capaces de arrojar un haz de luz en espacios donde sólo hay oscuridad. Parafraseando su reflexión sobre Dios: La música de Lennon es un concepto a través del cual mido mi dolor. Oídos con atención, los discos que conforman Anthology poseen la proeza de construir una nueva configuración musical sobre la figura John Lennon. Una ajena a las idealizaciones y el marketing iconográfico (recordemos el escalofrío que nos causó el año pasado escuchar “Power To The People” en la publicidad de una empresa multinacional), superior a la que ya teníamos. Y eso es demasiado. Sayonara.
Bonus track:

10 frases de Lennon en la entrevista histórica publicada el 8 de diciembre de 1970 en la revista Rolling Stone:

Sobre Dylan. Dylan es un invento. El se llama Zimmerman. Sabés, en ese sentido, yo no creo en Dylan, y no creo en Tom Jones. El nombre de Bob es Zimmerman. Yo no me llamo John Beatle. Soy John Lennon. Así nomás.
Sobre All Things Must Pass, el disco de Harrison. No sé… Creo que está bien. Personalmente, en casa, no pondría ese tipo de música. No quiero ofender a George; no sé qué decir del álbum. Creo que es mejor que el de Paul.
Sobre McCartney, el disco de Paul. Pensé que era basura. Creo que hará uno mejor cuando le agarré el miedo y se vea obligado. Pero pensé que ese primero era un montón de… ¿Te acordás de lo que dije cuando salió? “Liviano y fácil”.
Sobre New Morning, el disco de Dylan. No me pareció gran cosa, porque esperaba más. Quizás espero demasiado de la gente, pero siempre espero más. No lo sigo a Dylan desde que dejó de hacer rock. Me gustó “Rolling Stone” y alguna cosas que hizo entonces; me gustan algunas cosas que hizo en las primeras épocas. El resto es como Lennon/McCartney, o algo asó. No hay diferencia, es un mito.
Sobre su forma de tocar la guitarra. No soy malo. Tampoco soy bueno, técnicamente, pero la puedo hacer aullar y moverse. Yo era guitarrista rítmico. Es una tarea importante. Puedo hacer andar una banda. (George) es bastante bueno. Me prefiero a mí mismo, para ser honesto. En realidad, me da vergüenza, por un lado, por lo mal que toco la guitarra.
Sobre su solo de guitarra slide en “Get Back”. Ahí toqué la parte solista. ¡Cuando Paul se sentía generoso me daba un solo! Quizás si se sentía culpable -porque tenía casi todo el lado A o algo así-me concedía un solo.
Sobre la creación de los Beatles. Mirá, un montón de gente, como los Dick James, los Derek Taylor, los Peter Brown, y Neil (Espinal) y todos ellos, piensan que son los Beatles. Bueno, yo les digo: que se vayan a cagar, porque después de trabajar con genios durante diez, quince años, ellos empiezan a pensar que son genios. No lo son.
Sobre su genialidad. Si existe tal cosa, yo soy un genio (…) Yo pensaba que debía ser un genio pero que nadie se había dado cuenta.
Sobre la reacción de los Beatles ante Yoko. (Paul) Al principio odiaba a Yoko y después le empezó a gustar. Pero es demasiado tarde para mí. Yo estoy al lado de Yoko. ¿Por qué tiene que recibir toda esa mierda de esa gente? Escribieron lo infeliz que se la veía en la película Let It Be, pero vos aguantate sesenta ensayos de los tipos más agrandados y engreídos de la Tierra y vas a ver cómo te sentís (…) Ringo estuvo bien, también Maureen, pero los otros dos nos dieron con todo. Nunca los voy a perdonar, me importan un carajo Hare Krishna y Dios y Paul y su “Bueno, cambié de opinión”. No los puedo perdonar por eso, realmente. Aunque tampoco puedo evitar seguir queriéndolos.
Sobre Mick Jagger y los Rolling Stone. Me gusta “Honky Tonk Women”, pero creo que Mick hace el ridículo con todo ese bailoteo de marica. Siempre lo pensé (…) Nos veíamos un poco por ahí cuando empezó a venir Allen. Me parece que entonces que Mick se puso celoso. Yo siempre fui muy respetuoso con Mick y los Stones, pero él dijo muchas cosas desagradables sobre los Beatles, cosas que me lastimaron, porque yo puedo criticar a los Beatles, pero que no los critique Mick Jagger. Me gustaría hacer una lista de lo que hicimos nosotros y de los hicieron los Stones dos meses después de cada uno de nuestros putos álbumes. Mick imitaba cada cosa que hacíamos, hacía exactamente lo mismo. Y me gustaría que alguno de ustedes, maldita gente del underground, se lo señalaran: Satanic Majesties es Pepper; “We Love You” es un bolazo total: lo copiaron de “All You Need Is Love” (…) Es obvio que Mick está muy caliente por lo grandes que son los Beatles en comparación con él; nunca lo pudo superar. Ahora ya está entrando en la vejez, y empieza criticarnos. A mí me da bronca porque, incluso su segundo maldito disco, se lo compusimos nosotros. Mick dijo: “Con la paz se gana dinero”. Nosotros no ganamos ningún dinero con la paz.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La otra guerra de los mundos

Hay una clase de películas malas que me gusta observar una y otra vez. Ésas en las que un avatar del mal (extraterrestres, inundaciones, tornados, un monstruo marino de grandes dimensiones, un virus) invade USA provocando terror y muerte hasta que un grupo de norteamericanos lindos e ingeniosos dispuestos a dar su vida por el porvenir del Mundo, terminan interviniendo para regocijo de la Humanidad. Me interesa ver escenas de desamparo contra la inmensidad de la naturaleza o lo desconocido, rascacielos destrozados, gente desesperada corriendo por una Avenida neoyorquina. Indudablemente, tales películas están hechas para entretener, facturar millones y demostrar al mundo quién es el Jefe, quien la tiene más grande en este vasto condominio que denominamos Planeta Tierra. Recordemos, por ejemplo, la inverosímil secuencia de El día de la independencia en la que el mismísimo presidente se sube a un helicóptero para darle duro a una kilométrica nave gris que amenaza con demoler todo a su paso. De todas estas proyecciones abyectas sobre la grandeza y el patriotismo norteamericano, hay una que me parece bastante lograda. Se trata de la remake de La Guerra de los Mundos que dirigió Steven Spielberg hace un par de años, no recuerdo si antes o después de esa sucesión de aburrimientos supremos que fue Munich. A pesar de poseer un final notablemente errático (algo a lo que el último Spielberg nos tiene acostumbrados, verbigracia: Inteligencia Artificial y la última de Indiana Jones), tal vez por el sonido ominoso que producen las maquinarias alienígenas, tal vez por la gran actuación de Tom Cruise (que cuando no se está morfando la placenta de sus bebitos es un buen actor, ¿remember Magnolia?), tal vez por el testimonio atinado de la relación padre e hijo (reconocida obsesión temática del director), tal vez por esa pequeña genia llamada Dakota Fanning, la nueva revisión de la novela de Wells no termina de defraudar. Sin embargo, teniendo en cuenta que el propio Spielberg explicitó que el film era una reflexión sobre el Atentando del 11/9 (inclusive son considerables los paralelismos en la imagen de una cortina de cenizas avanzando por la ciudad), no se puede negar que estamos ante una obra particularmente retrógrada, es decir, una reacción (en la acepción que a tal término le daban en la década del 70’) prejuiciosa y sesgada sobre el accionar terrorista: en ningún momento los personajes sospechan entender por qué están siendo atacados, la única respuesta posible (y deseada) es la operación militar. Así, el planteo ideológico general que elabora La guerra de los mundos es que lo ocurrido aquel 11 de septiembre es un acontecimiento que excede cualquier origen procedente (una de las tantas intervenciones militares, por ejemplo). De esta forma, lo que se pretende es borrar de un plumazo años de sumisión mundial (consentida o no) al beneficio de los intereses de EE.UU. El personaje de Tim Robbins, un fundamentalista perturbado escondido en su refugio, atenúa el tinte belicoso, pero no lo suprime del todo. Esta postura podría ser malinterpretada: no se afirma que la agresión (que un avión de pasajeros ingresando como una bala por un torre urbana, que la muerte y el dolor) esté justificada y sea un acto coyuntural lógico (posición borrosa y cínica en la que cierto progresismo argentino se asentó junto al peor emergente nazionalista), sino que, echando un vistazo a la historia o a los noticieros o a los periódicos de los últimos tiempos era esperable. Ya sabemos lo que pasa cuando te querés comer al caníbal. Recordé esta película mientras intentaba advertir (más allá de las razones ideológicas pertinentes) por qué me causan tanto rechazo las marchas contra la Inseguridad, el pedido masivo que una y otra vez hace retumbar la sociedad argentina. Y encontré la respuesta correcta: porque son exactamente idénticos a los nacionalistas norteamericanos que no entienden por qué les derribaron 2 Torres en pleno Manhattan. En ningún momento hacen el esfuerzo de preguntarse por qué e inmediatamente piden escarmiento autocalificándose como una especie diferente a la de los que roban o matan o secuestran. Una carta del diario La Nación publicada el 22/11/08 y titulada “Inhumanos” es clara en este aspecto: “Definición de humano: personas que siente, compasiva, generosa, bondadosa, caritativa (…); éstas son cualidades que no poseen los delincuentes, asesinos (…); por lo tanto propongo que cada vez que se busque una excusa para defenderlos de ahora en más se habla de derechos inhumanos, ya que considero que otorgarle la palabra humano a esta gente es una falta de respeto a las personas humanas que trabajamos, estudiamos y lo único que queremos es vivir mejor y más tranquilos cada día”. La alusión a seres ubicados en “la otra vereda”, un territorio opuesto al de los trabajadores es uno de los lemas recurrentes. Para una gran mayoría de personas el trabajo asegura honradez, por lo tanto (dueños de su vivienda y poseedores de un oficio o una profesión), a través de este silogismo básico (probablemente originado en la frase hecha “El trabajo dignifica”) se “autoresguardan” de ser acusados de incurrir en cualquier clase de delito. “Yo pago mis impuestos” o “Yo trabajé toda mi vida” son consignas usuales que los damnificados utilizan como escudo protector contra la “inmoralidad”. La verdad es que expresiones de ese tipo hablan más del carácter productivo o lucrativo de una persona que de sus cualidades como ser humano. Este pensamiento se relaciona intrínsecamente con el horror que provoca en la clase media-alta “mantener a los presos”, como si las cárceles argentinas fueran palacios lujosos a los que se les asignan presupuestos astronómicos. La vereda opuesta, entonces, estaría conformada por los “vagos”, los “negros”, los “villeros”, los que, como repite hasta el cansancio el jubilado conservador: “No quieren trabajar”. La conmiseración general por el lamentable asesinato de Barrenechea, no se debió a un profundo apego por la vida de parte de los ciudadanos, sino, más bien, a su condición de Ingeniero. La delectación con la que los comunicadores sociales remarcaron este aspecto no deja lugar a dudas. Es pertinente recordar (aunque suene harto demagógico) que en la misma semana un cartonero fue asesinado y nadie pareció alarmarse por el rumbo del país. El sujeto obsesionado por la Inseguridad suele manifestar que no entiende por qué razón los “marginales” (raramente los denominarán “marginados”, ya que, de hacerlo, estarían reconociendo cierta responsabilidad civil ante el “flagelo”) se dedican a robar y matar. El especial énfasis con que lo dicen pareciera advertir que conciben la escalada del delito de la última década como una elección de índole romántica por parte de los “victimarios”, una forma de vida (como ser bohemio o extravagante) y no la consecuencia de ciertas carencias socioculturales, un contexto inestable y un sistema de vida trastornado. A su vez, a través de los estandartes propios que utilizan como antítesis y para diferenciarse de la delincuencia (la familia en su formato más represivo, la Iglesia, el patriotismo y la preocupación por “el futuro de nuestros hijos”, el rechazo a los derechos humanos como una postura respetable y absolutamente entendible) proyectan un modo de vivir que, a sus ojos, es juzgado como el único posible y el más ejemplar. Si la vida fuese eso, se aseguraría aquella sentencia de Shakespeare en Macbeth (a la que Faulkner prestó mucha atención) en su sentido literal: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, que no significa nada”. En algunos casos, enterados de que sus expresiones contienen rasgos de inequívoco primitivismo, reconocen su intención de integrar a los delincuentes. Esta “integración” (a todas luces abstracta e internamente aborrecida) es más una imposición de códigos de la “civilización” (los indígenas evangelizados en la colonización) que un plan de adaptación más o menos pensado. Por otro lado, el robo y el asesinato son los focos de violencia más explícitos y vulgares de una sociedad (aunque no menos dolorosos). Los automóviles que pasan los semáforos en rojo, la tensión acumulada que se respira en las calles de las grandes urbes, el desdén mutuo entre los integrantes de distintas clases sociales, la xenofobia de las hinchadas de fútbol, la homofobia. Son todos núcleos específicos de agresión que engloban al conjunto de la sociedad y explican una dinámica compleja que excede las fórmulas mágicas (“un policía en cada esquina”) y los frecuentes exterminios (“matar a todos lo negros/ bolivianos/ paraguayos/ villeros/ piqueteros/ cartoneros/ putos/ judíos/ peronistas/ sindicalistas/ zurdos, etc.”) del inconsciente colectivo. Yo haría una marcha por “más seguridad en las marchas contra la inseguridad”, porque el nivel de violencia verbal y psicológica que se percibe en ese tipo de manifestaciones es tan inquietante como el asesinato más cruel. La verdad es que la única solución posible es utópica: una macro reestructuración mental capaz de permitir una escala de valores diferente. Es decir, imaginar que no hay fronteras, que no hay religiones, que no hay países, como quería Lennon, un tipo que, oh casualidad, fue asesinado a balazos. Sayonara.