Podría comenzar llorando como el niño de Sexto Sentido y lamentarme con un escalofriante "I read dead people". Todos mis escritores favoritos están bajo tierra. Al tridente clásico de la literatura argentina (Borges-Bioy-Cortázar) en los últimos tiempos se agregaron Bolaño, Levrero y nada menos que James Ballard y J.D Salinger. Con el autor de El guardián en el centeno no sólo se pierde a una de las figuras más significativas del Siglo XX (el mundo sería muy diferente sin sus personajes y sus escenas) sino también una forma de vida contraria a la que normalmente impera. Y no me refiero a las extravagantes actividades que le endilgaban sus biógrafos. Salinger es el tipo que en la cima del éxito pega el portazo y se va sin que nadie lo eche. Salinger elige escribir secretamente y bajar la persiana, oponiéndose a la máxima de nuestros tiempos: figurar. Cómo sea, sin un por qué, no importa de qué forma, a propósito de nada, pero figurar. En un mundo en el que valemos por lo que aparentan nuestros cuerpos y nuestros rostros, Salinger se retrasa y deja en off side a todo el mundo. La paradoja magistral que enseña su itinerario es que cuanto menos revelemos de nosotros, más se interesarán los demás. Nos importan un comino los pesados que hablan de sí mismos las 24 horas del día, como Ricardo Fort o los usuarios de facebook. Pero sí nos atrae considerablemente conocer qué piensa en realidad la mujer enigmática que nos gusta, dónde mierda van los patos cuando llega el invierno, qué carajo hizo Salinger encerrado en su mansión cuando decidió mandar a tomar por culo el universo de la publicación a mediados de los 60. La idea de un genio escribiendo para nadie más que él y guardando sus textos en un cajón es demasiado seductora. Probablemente sea cierta. Lo sublime es que ese mito outsider está acompañado por una obra breve y concisa que tiene la potencia de un cross a la mandíbula. El guardián en el centeno, Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour, una introducción. Cuatro libros que apuntan directamente al corazón (seamos cursis, digamos lo insostenible). Novelas cortas y relatos que son como un rompecabezas maravilloso en el que podés encontrar el reflejo de tu propia vida bifurcada. Sólo cambian algunos nombres, algunas fechas, algunos hechos, pero así es la vida. Los diálogos sobre la nada y los silencios incómodos. El pasado que vuelve en forma de fichas que te perforan el cerebro y la devoción por una mina que ama los gatitos. La nostalgia inmensa que inunda cada lugar donde hubo algo que ya no está. Una narrativa que trafica poesía y una conjunción de imágenes imposibles de olvidar. Allí está Holden Caufield caminando por New York y hablando a la distancia con su hermano muerto. Allí está la lágrima de Jane cayendo sobre el tablero de ajedrez. Allí está el novio bobo de Franny impávido ante su crisis existencial. Allí está Buddy aguantando la sarta de pavadas que dicen sobre su hermano pirado. Allí está la madre de los Glass interrumpiendo el baño de Zooey. Y sobre todo allí está Seymour (de quien todos hablan pero nadie ve, representante obvio de Salinger en su obra) volándose la cabeza con una Ortgies calibre 7,65 porque parece no poder soportar el amor y la sordidez que emana de las cosas. Imágenes inquietantes, que unen con tal perfección la ternura y la perversión que nos hacen preguntar por qué razón este mundo de mierda es tan complicado. Leer a Salinger invita al llanto porque no se puede escribir de ese modo y conocer tan profundamente cómo es la tristeza, cómo es la melancolía, cómo es el amor, cómo son las efímeras epifanías de la vida cotidiana, cómo son los recuerdos y los fantasmas que nos atormentan, sin terminar convirtiéndote en un loco ermitaño del carajo. Salinger nos pregunta si estamos preparados para ser lo que deseamos en el mundo atroz de los adultos, si estamos seguros que queremos dar ese paso al precipicio que tanto mortifica a Holden. Su literatura nos responde que el precio de la libertad, el costo de hacer la nuestra y tirar por el inodoro los preceptos desquiciados de esta sociedad, muchas veces se paga con la soledad o la locura. Dos caras de una misma moneda. Lloren, chicos, lloren: se murió Salinger, se murió el más grande. viernes, 29 de enero de 2010
I read dead people
Podría comenzar llorando como el niño de Sexto Sentido y lamentarme con un escalofriante "I read dead people". Todos mis escritores favoritos están bajo tierra. Al tridente clásico de la literatura argentina (Borges-Bioy-Cortázar) en los últimos tiempos se agregaron Bolaño, Levrero y nada menos que James Ballard y J.D Salinger. Con el autor de El guardián en el centeno no sólo se pierde a una de las figuras más significativas del Siglo XX (el mundo sería muy diferente sin sus personajes y sus escenas) sino también una forma de vida contraria a la que normalmente impera. Y no me refiero a las extravagantes actividades que le endilgaban sus biógrafos. Salinger es el tipo que en la cima del éxito pega el portazo y se va sin que nadie lo eche. Salinger elige escribir secretamente y bajar la persiana, oponiéndose a la máxima de nuestros tiempos: figurar. Cómo sea, sin un por qué, no importa de qué forma, a propósito de nada, pero figurar. En un mundo en el que valemos por lo que aparentan nuestros cuerpos y nuestros rostros, Salinger se retrasa y deja en off side a todo el mundo. La paradoja magistral que enseña su itinerario es que cuanto menos revelemos de nosotros, más se interesarán los demás. Nos importan un comino los pesados que hablan de sí mismos las 24 horas del día, como Ricardo Fort o los usuarios de facebook. Pero sí nos atrae considerablemente conocer qué piensa en realidad la mujer enigmática que nos gusta, dónde mierda van los patos cuando llega el invierno, qué carajo hizo Salinger encerrado en su mansión cuando decidió mandar a tomar por culo el universo de la publicación a mediados de los 60. La idea de un genio escribiendo para nadie más que él y guardando sus textos en un cajón es demasiado seductora. Probablemente sea cierta. Lo sublime es que ese mito outsider está acompañado por una obra breve y concisa que tiene la potencia de un cross a la mandíbula. El guardián en el centeno, Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour, una introducción. Cuatro libros que apuntan directamente al corazón (seamos cursis, digamos lo insostenible). Novelas cortas y relatos que son como un rompecabezas maravilloso en el que podés encontrar el reflejo de tu propia vida bifurcada. Sólo cambian algunos nombres, algunas fechas, algunos hechos, pero así es la vida. Los diálogos sobre la nada y los silencios incómodos. El pasado que vuelve en forma de fichas que te perforan el cerebro y la devoción por una mina que ama los gatitos. La nostalgia inmensa que inunda cada lugar donde hubo algo que ya no está. Una narrativa que trafica poesía y una conjunción de imágenes imposibles de olvidar. Allí está Holden Caufield caminando por New York y hablando a la distancia con su hermano muerto. Allí está la lágrima de Jane cayendo sobre el tablero de ajedrez. Allí está el novio bobo de Franny impávido ante su crisis existencial. Allí está Buddy aguantando la sarta de pavadas que dicen sobre su hermano pirado. Allí está la madre de los Glass interrumpiendo el baño de Zooey. Y sobre todo allí está Seymour (de quien todos hablan pero nadie ve, representante obvio de Salinger en su obra) volándose la cabeza con una Ortgies calibre 7,65 porque parece no poder soportar el amor y la sordidez que emana de las cosas. Imágenes inquietantes, que unen con tal perfección la ternura y la perversión que nos hacen preguntar por qué razón este mundo de mierda es tan complicado. Leer a Salinger invita al llanto porque no se puede escribir de ese modo y conocer tan profundamente cómo es la tristeza, cómo es la melancolía, cómo es el amor, cómo son las efímeras epifanías de la vida cotidiana, cómo son los recuerdos y los fantasmas que nos atormentan, sin terminar convirtiéndote en un loco ermitaño del carajo. Salinger nos pregunta si estamos preparados para ser lo que deseamos en el mundo atroz de los adultos, si estamos seguros que queremos dar ese paso al precipicio que tanto mortifica a Holden. Su literatura nos responde que el precio de la libertad, el costo de hacer la nuestra y tirar por el inodoro los preceptos desquiciados de esta sociedad, muchas veces se paga con la soledad o la locura. Dos caras de una misma moneda. Lloren, chicos, lloren: se murió Salinger, se murió el más grande. jueves, 28 de enero de 2010
"La voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la tierra"
J.D Salinger (1919-2010)
“Conseguimos permiso hasta medianoche, después del desfile. Me encontré con Muriel en el Biltmore a las siete. Dos copas, dos sándwiches de atún, después una película que ella quería ver, una con Greer Garson. La miré varias veces en la oscuridad cuando el avión del hijo de Greer Garson cae durante el combate. Tenía la boca abierta. Absorta, preocupada. Identificación completa con la tragedia Metro-Goldwyn-Mayer. Sentí reverencia y felicidad. Cómo amo y necesito su corazón que no discrimina. Cuando los niños en la película llevan al gatito para enseñárselo a la madre, me miró. M. ama los gatitos y quiere que yo los ame. Aun en la oscuridad, percibí que ella se sentía extraña hacía mí, como le ocurre cuando yo no amo automáticamente lo que ella ama. Después, mientras tomábamos un trago en la estación, me preguntó si no creía que aquel gatito era “bastante bonito”. Ya no usa la palabra “amoroso”. ¿Cuado le hice abandonar su vocabulario normal? Como soy un pesado, le mencioné la definición que da R.H. Blyth del sentimentalismo: somos sentimentales cuando le acordamos a una cosa más ternura de la que Dios le otorga. Dije (¿sentenciosamente?) que sin duda Dios ama a los gatitos, pero probablemente no calzados con botitas en tecnicolor. Les deja ese toque creador a los autores de guiones cinematográficos. M. lo pensó, pareció estar de acuerdo conmigo, pero el “conocimiento”, no fue muy bien recibido. Estuvo agitando la bebida y sintiéndose distante de mí. Le preocupa la manera en que su amor por mí viene y va, aparece y desaparece. Duda de su realidad sólo porque no es constantemente agradable como un gatito. Dios sabe que es triste. La voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la tierra”.
Fragmento de “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”.
Fragmento de “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”.
PD: Acabo de enterarme de la muerte de J.D Salinger a quien, justamente, estoy leyendo desde noviembre. Todos estos días, poco antes de dormir, atacaba las benditas páginas de su obra (actualmente Franny y Zooey). No puedo dejar de pensar que mientras lo leía el tipo estaba muriendo o a punto. No tengo mucho que decir, por supuesto. Leer a Salinger da ganas de llorar porque no se puede conocer tan profundamente cómo es la tristeza, cómo es la soledad, cómo es el amor, cómo es el pasado, cómo son las efímeras epifanías de la vida cotidiana, cómo son los recuerdos y los fantasmas que nos atormentan, sin ser un fucking loco ermitaño del carajo. El fragmento que transcribo forma parte de "Levantad, carpinteros, la viga del tejado" (relato incluido en el volumen del mismo nombre). Es parte de la carta que Seymour Glass le escribe a Buddy sobre su vida como conscripto y su relación con Muriel, su prometida. No tengo dudas de que es la cosa más hermosa que leí en mi vida. Hasta ahí Seymour es el loquito enigmático que en "Un día perfecto para el pez banana" invita a un nenita al mar (Sybil Carpenter) y cuando vienen las olas no le importa porque las mata con la indiferencia. Después se vuela los sesos. La lectura de esta carta nos permite asimilarlo en toda su dimensión humana y advertir la extrema sensibilidad que le causaban los sucesos cotidianos de la vida; por ejemplo, la visión de los ojos de su amada en la oscuridad de un cine. Era tal su bondad que creía ser un "paranoico al revés" ("sospecho que la gente conspira para hacerme feliz"). Salinger escribió relatos y novelas cortas, pero en toda su narrativa hay muchísima poesía, imágenes que permanecen en nuestra mente mucho tiempo después de que las leímos. Adónde mierda van los patos en invierno. El amor y la sordidez. La lágrima de Jane cayendo en el tablero de ajedrez. La crisis existencial de Franny. Las forras hablando mal de Seymour adelante de Buddy. Todas escenas de Salinger que rebotan en mi cerebro en este mismo instante. Que descanse en paz.
domingo, 24 de enero de 2010
Charly en el Polideportivo: Lo que ves es lo que hay
Cuesta conectar a ese hombre relleno que camina el escenario lánguidamente con el esquelético saltimbanqui de otrora. Cuesta conectar esta tranquilidad al borde de la anestesia con aquel tornado en constante movimiento. No sé qué es mejor o peor. Sé que es diferente y es imposible no evitar las comparaciones.Antes a la hora pautada te enterabas de que Charly recién estaba saliendo de Buenos Aires y que había que hacer dos horas de “aguante”. Esta vez, Charly salió pocos minutos después de las 22:00 ante un Polideportivo con escaso público.
Antes Charly se bajaba los pantalones. Ahora pide disculpas porque se le caen.
El arranque del show y la mayor parte de la lista de temas es idéntica a la de Vélez. Un greatest hits implacable, con énfasis ochentoso, con algo de karaoke familiar. Todo es correctísimo al borde de la perfección pero también de la monotonía. Y es Charly y uno espera el gesto fuera de lugar, la frase ácida, el solo inigualable, pero no pasa nada. Son canciones bellas cantadas con fervor y tocadas con profesionalismo.
García López, con sus mechas largas y sus anteojos negros, parece salido del Guitar Hero: toca con la boca, pasa su guitarra por detrás de la espalda, se arrodilla. Hilda Lizarazu es la loca que recorre el escenario danzando sobre las tarimas y yendo de aquí hacia allá. El Zorrito es el encargado del ensamble de teclados. El trío chileno en un segundo plano ante la gran performance de los históricos.
¿Y Charly? Charly está ahí. Baila. Mira sin ver. Sonríe enigmáticamente. Se para y se vuelve a sentar un tanto desorientado. A veces parece que está a punto de decir algo, de pronunciar una palabra, pero se queda en silencio y arranca otro tema. Musicalmente, se limita a tocar algunas breves melodías en el piano de cola (que casi ni se escucha ante la potencia de la banda que lo acompaña). El resto es representación, dirigir la batuta con las manos (manos que hacen insólitos arabescos, manos que indican el final de un tema, manos que se paralizan y vuelven a agitarse) y seguir el sonido concentrado en cantar las letras con conmovedora dedicación después de casi 20 años de no hacerlo o hacerlo con desgano o mal gusto.
No me interesa si se droga o no. Si está bien de salud o se muere mañana. Si está flaquísimo o gordo. Si se salvó él o lo salvó Palito Ortega. Más allá del obvio cariño de fan obsesivo que escuchó desde Vida hasta Kill Gil, nunca me interesó. De eso que se encarguen sus seres queridos y los cholulos. Lo que me importa es el resultado del potencial disco, el desempeño en un concierto, no su vida privada. Pero todo se mezcla.
No prefiero al Charly deshecho con la cara cromada por el aerosol, con arrebatos fascistoides. No prefiero al “Nuevo Charly” (“Charly deluxe”) promocionado/rebajado/serializado por sus agentes como un puto producto de consumo masivo y no como el genial artista que en verdad es. El tipo brillante que compuso el soundtrack de los momentos culminantes de nuestras vidas. El amor, la muerte, la soledad, la felicidad, la bronca. Para cada estado primordial hay una canción perfecta de Charly García que nos identifica. Actualmente, su luz parece estar apagándose. Insertado entre los hombres de carne y hueso (en la playa mostrando sus kilos de más, como espectador en una revista de verano, con un gorrito en la cancha de Atlanta), bajado del pedestal que estuvo a punto de llevarlo a las “tumbas de la gloria”, por momentos parece uno más. E incomoda adivinar en el escenario al García de la vida cotidiana, asimilarlo con la generalidad, no porque sea un Dios ni mucho menos, sino porque siempre fue especial. Y en esos instantes parece que algo parecido a la esencia se perdió irremediablemente.
Algo faltó. No sé si es alteración. No sé si es rock and roll. No sé si es que en el puente de “Deberías saber por qué” (esa parte en el que hay un ataque letal de gerundios) se nota que la voz está grabada porque Charly se da vuelta justo para que no vean que está haciendo mímica (al mejor estilo “Una que sepamos más o menos”).
Estoy confundido, Charly. Como dicen las chicas cuando conocen a otro y no te quieren lastimar: No sos vos, soy yo. Ya no tengo 18 años y no me dan ganas de empujarme en el pogo. Ya no tengo 18 años y no me deslumbra verte como la primera vez. Ya no tengo 18 años y “el tiempo nos ha vuelto desconfiados”. Pero quedate tranquilo, yo siempre te voy a querer y me voy a acordar de vos.
Y más allá de eso “tenemos algo para decir” porque sonó de puta madre. Es imposible no alegrarse por estar cantando una vez más en vivo maravillas excepcionales como “Canción de dos por tres” o “Adela en el carrusel” o “Chipi Chipi”. O incluso “No me dejan salir” (porque también esos éxitos algo desdeñables hasta hace poco han tomado una dimensión considerable con los años). Pedro Aznar fue el invitado de lujo (retribución de gentilezas). Acompañó en la evocación progresiva de “Perro andaluz” (probablemente el mejor momento del recital y donde Charly se soltó más con el piano) y el tecno criollo de “Hablando a tu corazón”. Cerró “No toquen”. No encuentro otra forma de terminar esta reseña ambivalente, indecisa, perdonen la obviedad: Say No More.
domingo, 17 de enero de 2010
Dos películas
Let the Right One In. Si un día de estos te cruzás con un texto de Fabián Casas (o con él en persona) y te recomienda que escuches un disco, mires una película o leas un libro (o un blog: ¡!), yo te aconsejo que lo hagas. Casas tiene el radar del buen gusto para los objetos artísticos de alto calibre. Si no fuera por él no habría escuchado a Daniel Johnston ni leído a Salinger, dos tipos que automáticamente se convirtieron en puntos culmines de mi vida cultural (si es que se puede hablar de algo tan estúpido como “vida cultural”, lo que implicaría que por un lado está la vida y por otro la literatura, la música, etc.). Por eso cuando escribió sobre Let the Right One In en TP, la anoté en mi agenda cerebral. Y Fabián no perdona (título del blog de otro Fabián Casas que ha generado varios equívocos), se trata de una película bellísima, de ésas que dan ganas de ver varias veces para acceder a todos los detalles de su historia y quedarse a vivir ahí adentro. Antichrist está dedicada a Andrei Tarkovski, pero por el nivel de poesía que alcanzan las imágenes de ese pueblito sueco en el que siempre es de noche y siempre está nevando, es Let the Right One In el film que podría pasar tranquilamente como una obra del ruso. Ni siquiera puede entenderse como una especie de Anti-Crepúsculo, miles de millas median entre uno y otro producto. A medida que avanza la película, la historia de vampiros queda en un segundo plano, ¿a quién le puede interesar el vampirismo cuando se pone en escena una relación tan hermosa como la de Oskar y Eli? El primero es un nene solitario y freak de 12 años que debe aguantar las afrentas de los malos de su curso. Ella es un vampiro y tiene doce años desde hace mucho tiempo. La virtud de Tomas Alfredson, el director, es balancear perfectamente las dos temáticas que transitan su film: el terror y el amor. De las dos, “el amor es más fuerte”, aunque se podría intuír que desde determinada perspectiva el terror y el amor son lo mismo. Pero no lo vamos a decir ahora porque estamos en verano y se supone que no hay que aguar la fiesta. Cada uno de los encuentros entre los enamorados tiene algún elemento de antología y la densidad epifánica de la mejor literatura. Cuando se conocen, él está apuñalando un árbol y siente la presencia de Eli por detrás, un poco como Martín y Alejandra en Sobre héroes y tumbas (vamos, todos leímos en algún momento de nuestra adolescencia Sobre héroes y tumbas y nos encantó). Lo conmovedor de la pareja es que siendo tan diferentes, se tienen que adecuar uno al otro, con todos los problemas que eso trae. Ver una vampirita aprenderse el código morse para comunicarse con su enamorado a través de las paredes o comer golosinas aún sabiendo que excede su dieta sangrienta y le caerá mal, puede parecer una estupidez, pero es terriblemente entrañable y evocador. En una caja de fósforos Eli le escribe a Oskar una cita que parece salida de Romeo y Julieta: “Debo irme y vivir o quedarme y morir”. Estas cosas pasan más seguido de lo que creemos en la vida cotidiana y no hace falta que uno de los dos viva de la sangre. Es que todos nos sentimos a veces freaks solitarios, vampiros sin edad que necesitan que los inviten para poder entrar. La empatía con el espectador está garantizada y puede hacerlos lagrimear (yo se los avisé). Let the Right One In, traducida al castellano indistintamente como Criaturas de la noche o Déjame entrar, es una película que excede notablemente el género que aparenta y habla (sin golpes bajos ni cursilerías) de la soledad, el amor y las relaciones humanas. ¿Qué más le podemos pedir a una película?
Antichrist. Muy desparejo cóctel de pornografía, mitología satánica, violencia, dolor, duelo y delirio. Las películas abiertamente raras como ésta siempre corren el riesgo de ser interpretadas como una genialidad o una porquería sin nombre. Nadie confundirá a Antichrist con una genialidad. El gran Lars Von Trier (justamente para algunos un genio, para otros un charlatán, especie de flautista de Hamelin de esnobs) había pisado fuerte a mediados de los 90’ cuando ingresó los llamados preceptos del “dogma” en la cinematografía. Mis dos películas favoritas del danés no son quizás de las más reconocidas: Idioterne (Los idiotas) y The Boos of it all (El jefe de todo esto). La primera es sobre un grupo de trastornados que para liberarse de las ataduras de la sociedad se hacen pasar por discapacitados mentales en privado y en público, provocando escozor e incomodidad. La segunda es una comedia absurda francamente perfecta: el jefe de una oficina miente durante años aseverando que no lo es, que en realidad trabaja bajo el mando de otro. Cuando la presión de los empleados por conocer al jefe se hace insoportable, contrata a un actor para que lo represente produciéndose graciosos equívocos que harán las delicias de chicos y grandes. Muy bien, ahora Antichrist, la película “aberrante”, “polémica”, etc. que no es más que un compilado de imágenes horribles (centradas monótonamente en los genitales de sus protagonistas), diálogos ultra graves (algunos parecen el colmo de la solemnidad) y un par de aciertos. Una pareja (Williem Dafoe y Charlotte Gainsbourg, cada vez más parecida a Patti Smith y aquí derrapando completamente) pierde a su hijo. Desde el prólogo (a través de una secuencia en blanco y negro que reluce de ese pretendido tono artístico de las peores publicidades) sabemos que mientras ellos le daban al “uno-dos-uno-dos”, el niño se tiró por la ventana. Un sentimiento de culpa destructivo invade a la madre y su esposo terapeuta no tiene mejor idea que violar los sobreentendidos de la profesión y tratarla. Para superar los miedos de la mujer y el desastre al que se encamina su matrimonio se internan en un bosque (número uno en la dudosa "pirámide de miedos" que el terapeuta se encarga de corregir seriamente cada tres minutos como si fuera una ciencia inaccesible: ¡es un puto ranking de miedos!) pero las cosas van de mal en peor. La única salida al dolor que encuentra la mujer es tener sexo salvaje (?), es decir, la repetición traumática de volver una y otra vez a la escena en que aparentemente (eso es lo que creemos los espectadores hasta el momento) su vida hizo click. Se puede destacar el ambiente opresivo y la sordidez que emana de cada plano, pero eso es algo habitual en todo el cine del chiflado danés y cuando está al servicio de la nada no funciona. Eso sí, hay algunos fragmentos aterradores (como cuando se escucha el berrido de un niño de misteriosa procedencia) y otros que arruinan cualquier clima e invitan a la carcajada (un zorro muerto se levanta y afirma que “Reina el caos”). La vuelta de tuerca algo misógina del final generará discusión y los últimos 20 minutos repuntan un poco, pero no alcanzan ni para empezar. Será la próxima, Lars. jueves, 14 de enero de 2010
Lectura en Sibelius
El jueves 21 de enero a las 19:30 yo (Martín Zariello, Ilcorvino o quién sea que habite mi ser) leeré cosas en los jardínes floridos de la librería-disquería Sibelius (Güemes 3381) en un ciclo de lecturas organizado por Azulpluma, un emprendimiento editorial marplatense a tener en cuenta, entre otras cosas, por la calidad de sus publicaciones. El 28 lee Gastón Malgieri. También hay una feria de revistas y fanzines en estas semanas. Y ahora unas breves anotaciones espontáneas sin rumbo ni objetivo preciso más no sea el de despuntar el vicio de la escritura:
Llegué a los 100 seguidores. No me siento realizado como ser humano.
¿De qué lado tienen que estar las nubes para afirmar en voz alta oteando el horizonte: "A la tormenta se la come el mar"? Por favor respondan, no me siento marplatense marplatense sin esta enigmática habilidad.
¿Escuchar a Goyeneche en el mp3 explica mi propensión al desasosiego absoluto?
Llamada a la solidaridad: se aconseja a la población sensible del Planeta Tierra no pasar por la vieja Terminal si está mal de ánimo o ese espacio evoca determinadas momentos de su vida arrasados por los borgeanos glaciares del olvido; su avistamiento puede inducir a la muerte. Esos muros deshabitados y grises tienen la carga depresiva de un tema de Silvio Rodríguez a las ocho de la noche de un domingo lluvioso de mayo. Si antes ya era triste, ahora, abandonada, es un crimen de lesa humanidad.
Cuando encuentro una casa de ropas que me agrada mínimamente (1) compro toda mi indumentaria allí hasta que cierra. Me pasó varias veces. Para comprar, directamente señalo cosas que hay en la vidriera cual aborigen en la gran ciudad (todos sabemos que los aborígenes en la gran ciudad se expresan a través de señas), no me gusta revisar adentro ni perder tiempo entre perchas. Y muchas veces repito prendas, soy como un dibujo animado siempre vestido con la mismo. Queda por la calle San Juan. Creo que en los 80' San Juan significaba lo que actualmente Güemes, pero como en los 80' tenía a lo sumo 6 años no puedo garantizar ni poner las manos en el fuego ni dar mi vida por lo que digo. Pero "¿qué significa actualmente Güemes y otrora San Juan?", se pregunta el alocado lector: una opción al Centro, en especial a la Peatonal, arteria principal de ebullición veraniega marplatense. De la misma forma que las playas del Sur significan una opción a las del Centro, en especial a la populosa y peronista Popular. "Pero", repite el lector, desesperado y gimiendo en espasmos provocados por el consumo de cristal, "¿qué significa una opción?". Advierto que el lector está en uso de todas sus facultades inferenciales ya que todos sabemos que cuando un marplatense marplatense dice que prefiere "Güemes a la Peatonal", "el Sur a la Popular", más allá de la calidad de la arena, el color del agua o la variedad de negocios, en el fondo, muy en el fondo o muchas veces en la superficie, muy en la superficie, está aclarando que a él, marplatense marplatense, no le gusta caminar junto a esa tribu espeluznante y ruidosa denominada "negros de mierda".
(1): Hay cosas que sólo pueden gustar mínimamente. De gustar totalmente, usted puede correr serios e indecibles riesgos. Ejemplos:
-Un tema de Los Piojos.
-Una gaseosa Ivess.
-Una prepizza.
-Un poema de Benedetti.
-Una película de Campanella.
-Una mina que no sabés quién carajo es pero tenés en el facebook.
-Un disco de Zambayonny.
-Una babucha.
-Un libro de Felipe Pigna.
-Un blog Ilcorvino.
A continuación y para finalizar este aquelarre de heterogeneidad textual y discursiva, recomiendo algunos blogs que descubrí en los últimos tiempos y me sorprendieron gratamente:
Sayonara.
sábado, 9 de enero de 2010
Redrado resiste
“Redrado resiste”, decía el titular de TN. ¿Un guerrillero en contra del sistema? No. ¿Un terrorista kamikaze a punto de explotar una institución pública? No. ¿Un piquetero en una huelga de hambre? No, el titular del Banco Central. Plop. A veces me encantan los K. ¿Qué quieren que les diga? Ver en vivo y en directo a Sylvestre hacer un curso intensivo de “Carta orgánica” me parece memorable. Me gusta este mundo de sensaciones en el que siempre hay algo que discutir, en el que siempre tenés con quien (o quienes, en la mayoría de los casos son todos) pelearte en la hipotética sobremesa familiar o de amigos, en el que no pasa un segundo sin que se tensione una coordenada ideológica que indigne a personas como el rabino Bergman o Alfredo Leuco. A algunos les incomoda mucho. A Pinti por ejemplo. Pinti explica en TN cómo es el caso Redrado. Hay que verlo, es imperdible, lo repiten a cada rato. Pinti, que durante el menemismo fue considerado algo así como un genio (es frecuente la confusión entre la rapidez para hablar y la inteligencia), espantado porque ya en enero los K nos meten en problemas. Pinti, sin que se le caiga la cara, contando el relato que le viene bien a Clarín mientras promociona su nueva obra, que de nueva debe tener nada más que se ubica en un espacio temporal distinto de la última, porque siempre hace más o menos lo mismo. Ésa es la idea: los K nos meten en problemas y nosotros (los argentinos de bien) queremos seguir en lo mismo. Son ellos. No es Martín Redrado, tan blanco y con ese aspecto de habitante de los Países Bajos, es Cristina, la muy descarada Cristina a la que se le que ocurre hacer lo que quiere. “Habráse visto insolencia mayor” una presidente mujer haciendo lo que quiere. Ya parezco Feinmann (no pregunte cuál, se supone que los dos están del mismo lado), pero hay un chiste: Kirchner es tan pero tan autoritario que quiere ser el líder del…kirchnerismo. Tal vez sea un poco distraído, pero la idea que instalan los medios de comunicación de que el presidente debe preguntarle a los 40 millones de habitantes uno por uno incluso a qué hora, cómo y de qué modo debe tirarse un pedo creo es de los últimos tiempos. Los tiempos en que, oh casualidad, un gobierno, con muchísimos errores y contradicciones (nótese que de tantos evito la palabra “aciertos”), comenzó a tomar medidas que perjudicaban la disposición habitual de las cosas, el status quo, la convención eterna que regula el mundo, entre ellas, la que beneficia a los grupos económicos que manejan los medios de comunicación. En la última semana se acrecentó la idea de que hay dos países muy distintos: uno el que reflejan los medios opositores, otro el que es (tampoco el idílico de 6, 7, 8, por supuesto, con Moyano como un camionero simpático y Néstor un revolucionario entrañable). En el primero hay una crisis institucional que pone los pelos de punta. En el segundo la presidenta echó al titular del Banco Central por no hacer lo que debía, así de simple, y ese hecho no tiene ni un mínimo efecto en la vida pública del pueblo. En el primero el vicepresidente Cobos regresa urgentemente de sus vacaciones con gesto adusto para hacerse cargo, para poner las cosas en orden (justamente: las cosas en orden, como siempre estuvieron, ése es el papel histórico de Cobos; su performance del 17 de julio es la clave para comprenderlo). En el otro hay un vicepresidente perverso que debe renunciar y se queda en el molde para sacar provecho de su aparente papel de víctima. En el primero la gente no soporta una nueva embestida y se manifiesta a favor del echado. En el otro, la gente se pregunta qué estará pasando, por qué tanto escándalo y sospecha que le están vendiendo cat por hare, que están traficando un suceso de interpretación política-económica (si está “bien o mal” usar las reservas para pagar la deuda, si la deuda es legitima, etc.) como un tema de vida o muerte. Extrañamente uno de los personajes principales del país primero (el marketinero, el que dá rating) es Pino Solanas, el dirigente que más se divierte y ríe (con su carcajada peronista) con los periodistas de TN. Pocas veces se ha visto a alguien de izquierda ser tan servil a la derecha. Perdonen este vocabulario de niño de segundo año de Humanidades deslumbrado con el Centro de Estudiantes, pero si la biografía reciente de Pino Solanas no es ser servil a la derecha, el servilismo a la derecha no existe. Su irrealidad discursiva (repleta de conceptos utópicos faltos de explicación plausible en un mundo más o menos inmediato) hace presumir que cuando sea presidente convocará de ministros a los tres reyes magos, Papa Noel y el Ratón Pérez. A veces me olvido quiénes son y me encantan los Kirchner. Y pienso cosas feas. Pienso que me gustaría que destrocen a Clarín, a la Iglesia, al campo, a los medios de comunicación que se escudan en la libertad de prensa simplemente para mentir e inyectar dosis de basura cultural en la cabeza a las personas. Pero quédense tranquilos, eso es sólo cuando me olvido, por suerte existen Oscar González Oro o Luis Majul, personas portadoras de conciencia a las que les duele el país y quieren que todos nos enteremos. Sayonara. viernes, 8 de enero de 2010
10 cosas
- Ahí viene una ola –dijo Sybil nerviosa.
-La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia –dijo el joven-, como dos engreídos- J.D Salinger, “Un día perfecto para el pez banana”, Nueve cuentos.
Ah Dios, si se me puede aplicar un nombre clínico, soy una especie de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz- J.D Salinger, “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”, Levantad, carpinteros, la viga del tejado.
Las mujeres que se cierran a los chistes, es muy posible que también se cierren (de un modo o de otro) a la penetración sexual. “De un modo o de otro” quiere decir que se cierran tanto en el sentido de cerrar las piernas, como en el de no participar del acto sexual no acceder al orgasmo aunque las abran. Por eso no se ríen de los chistes. No porque no los entiendan, sino porque entienden demasiado. Me gusta, me gusta mi teoría- Mario Levrero, La novela luminosa.
Su simpatía por lo francés era harto imperfecta; de Víctor Hugo, a quien yo admiraba y admiro, recuerdo haberle oído decir: “Salí de ahí con ese gallego insoportable. El lector se ha ido y él sigue hablando”- Jorge Luis Borges, “Macedonio Fernández”, Prólogos con un prólogo de prólogos.
Otra cosa notable que enseña la carrera de este genio es la voluntad de ponerse de pie. Dylan no tenía una voz notable y sabía que no era un gran músico. No le importó. El mundo como voluntad y representación. No importa lo que nos limite. Si uno decide pararse de la silla, parece decirnos, es mejor que estemos determinados a hacerlo hasta las últimas consecuencias, porque como el mundo gira, es posible que cuando nos queramos volver a sentar, la silla ya no esté en el mismo lugar y nos tengamos que quedar parados, como idiotas, hasta la muerte. En versos de Leónidas Lamborghini: “Habla/ di tu palabra/ y si eres poeta/ eso/ será poesía”- Fabián Casas, “Silencio, destierro y astucia”, Ensayos Bonsai.
Mi país de origen, según algunos escritores nativos, es una isla, la isla más extraña del hemisferio sur. Limita al norte con el desierto de Atacama, del cual los chileno afirman, sin ninguna duda, que es el más inclemente del mundo; al este con la cordillera de los Andes, según los mismos escritores nativos la más alta de la tierra y las más infranqueable, aunque de vez en cuando llegan noticias del otro lado que dicen que allí habita una tribu temible e insoportable llamada “los argentinos” (…) Ahora bien, los argentinos, que además de futbolistas exportan escritores, en algunas ocasiones han enfrentado con éxito la dicotomía del exilio. Se han nacionalizado y han adoptado las lenguas de sus nuevos lugares de residencia con una naturalidad que nos lleva a pensar si no serán extraterrestres en lugar de argentinos- Roberto Bolaño, “Exilios”, Entre paréntesis.
El domingo está desierto. La calle se alarga sin finalidad precisa.
-La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia –dijo el joven-, como dos engreídos- J.D Salinger, “Un día perfecto para el pez banana”, Nueve cuentos.
Ah Dios, si se me puede aplicar un nombre clínico, soy una especie de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz- J.D Salinger, “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”, Levantad, carpinteros, la viga del tejado.
Las mujeres que se cierran a los chistes, es muy posible que también se cierren (de un modo o de otro) a la penetración sexual. “De un modo o de otro” quiere decir que se cierran tanto en el sentido de cerrar las piernas, como en el de no participar del acto sexual no acceder al orgasmo aunque las abran. Por eso no se ríen de los chistes. No porque no los entiendan, sino porque entienden demasiado. Me gusta, me gusta mi teoría- Mario Levrero, La novela luminosa.
Su simpatía por lo francés era harto imperfecta; de Víctor Hugo, a quien yo admiraba y admiro, recuerdo haberle oído decir: “Salí de ahí con ese gallego insoportable. El lector se ha ido y él sigue hablando”- Jorge Luis Borges, “Macedonio Fernández”, Prólogos con un prólogo de prólogos.
Otra cosa notable que enseña la carrera de este genio es la voluntad de ponerse de pie. Dylan no tenía una voz notable y sabía que no era un gran músico. No le importó. El mundo como voluntad y representación. No importa lo que nos limite. Si uno decide pararse de la silla, parece decirnos, es mejor que estemos determinados a hacerlo hasta las últimas consecuencias, porque como el mundo gira, es posible que cuando nos queramos volver a sentar, la silla ya no esté en el mismo lugar y nos tengamos que quedar parados, como idiotas, hasta la muerte. En versos de Leónidas Lamborghini: “Habla/ di tu palabra/ y si eres poeta/ eso/ será poesía”- Fabián Casas, “Silencio, destierro y astucia”, Ensayos Bonsai.
Mi país de origen, según algunos escritores nativos, es una isla, la isla más extraña del hemisferio sur. Limita al norte con el desierto de Atacama, del cual los chileno afirman, sin ninguna duda, que es el más inclemente del mundo; al este con la cordillera de los Andes, según los mismos escritores nativos la más alta de la tierra y las más infranqueable, aunque de vez en cuando llegan noticias del otro lado que dicen que allí habita una tribu temible e insoportable llamada “los argentinos” (…) Ahora bien, los argentinos, que además de futbolistas exportan escritores, en algunas ocasiones han enfrentado con éxito la dicotomía del exilio. Se han nacionalizado y han adoptado las lenguas de sus nuevos lugares de residencia con una naturalidad que nos lleva a pensar si no serán extraterrestres en lugar de argentinos- Roberto Bolaño, “Exilios”, Entre paréntesis.
El domingo está desierto. La calle se alarga sin finalidad precisa.
Detrás de las paredes la vida parece haber agotado su última oportunidad.
Llamo al azar en algunas puertas y nadie acude.
La población entera ha abandonado el planeta en automóvil.
La historia ha concluido aquí. Las empresas humanas han hecho el ridículo.
¿A quién llamar por teléfono? ¿Por quién morir?
¿A quién apelar con esta mentira?
Si este simulacro durara demasiado, recordaría
que una vez tuve un destino y hasta un entusiasmo
y que la razón de estar vivo estaba en los otros.
Y no quiero imaginar mi pánico
si buscando la prueba absoluta de este mundo vacío
encendiera la radio portátil
y me respondiera el silencio universal.
Si la llegada del hombre había sido un producto casual
su partida es una fuga que me excluye
para que deambule como un muerto
que sabe que está muerto en un domingo infinito
Joaquín Giannuzzi, "Tarde de domingo".
Llevar a la vida la teoría del icerberg de Hemingway. Lo más importante es lo que no se dice- Ricardo Piglia, Prisión perpetua.
Joaquín Giannuzzi, "Tarde de domingo".
Llevar a la vida la teoría del icerberg de Hemingway. Lo más importante es lo que no se dice- Ricardo Piglia, Prisión perpetua.
3. Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.
4. Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.
5. Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.
6. No basta ser el último para ser alguna vez el primero.
7. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
8. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a si mismo.
9. Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.
10. Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable
11. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha esta en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.
12. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.
13. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.
14. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.
15. Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.
16. No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.
17. El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que el cree justa, no tiene culpa.
18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.
19. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.
20. Si te ofendiere tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo, o imposible, fijar la frontera que los divide.
24. No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.
25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.
26. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.
27. Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.
28. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.
29. Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.
30. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y este, de la tristeza y del tedio.
31. Piensa que los otros son justos o lo serán, y si no es así, no es tuyo el error.
32. Dios es mas generoso que los hombres y los medirá con otra medida.
33. Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.
34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar
39. La puerta es la que elige, no el hombre.
40. No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.
41. Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena
47. Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.
48. Felices los valientes, los que aceptan con animo parejo la derrota o las palmas.
49. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días.
50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
51. Felices los felices.
"Fragmentos de un evangelio apócrifo"- Jorge Luis Borges
A la pregunta, en Status (REVISTA), “¿Usted se psicoanaliza o se ha psicoanalizado?, debí responder: “Sí, me he psicoanalizado. Cuando no me psicoanalizaba, si por cualquier causa tenía dolor de cabeza, de estómago, de cintura, me decían: “Estas somatizando” y agregaban: “Vos estás bastante enfermo. Tenés que psicoanalizarte”. Un día, para que me dejaran tranquilo, me psicoanalicé. Desde entonces nunca tuve un dolor, ni me enfermé, ni nada me cayó mal, ni me sentí cansado. Este maravilloso bienestar me permitió comprender que una persona psicoanalizada es indestructible: no conoce los dolores ni la enfermedad. La conclusión es evidente. Una persona que se psicoanaliza, si lo hace bien, no puede morir. Estas reflexiones me llevaron al gran descubrimiento de mi vida: Freud, el padre, el gran maestro del psicoanálisis, no pudo enfermarse y morir. Porque morir ha de ser, créanme, somatizar en serio. Evidentemente Freud ha de estar vivo, escondido en alguna parte. El motivo de estas líneas, ustedes lo adivinaron, es conseguir que un vasto número de personas haga circular un petitorio para que el padre del psicoanálisis vuelva a la cátedra, al consultorio, al seno de sus admiradores y amigos. Para que salga de su incómodo escondite y vuelva. El mundo lo necesita- Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes.
"Fragmentos de un evangelio apócrifo"- Jorge Luis Borges
A la pregunta, en Status (REVISTA), “¿Usted se psicoanaliza o se ha psicoanalizado?, debí responder: “Sí, me he psicoanalizado. Cuando no me psicoanalizaba, si por cualquier causa tenía dolor de cabeza, de estómago, de cintura, me decían: “Estas somatizando” y agregaban: “Vos estás bastante enfermo. Tenés que psicoanalizarte”. Un día, para que me dejaran tranquilo, me psicoanalicé. Desde entonces nunca tuve un dolor, ni me enfermé, ni nada me cayó mal, ni me sentí cansado. Este maravilloso bienestar me permitió comprender que una persona psicoanalizada es indestructible: no conoce los dolores ni la enfermedad. La conclusión es evidente. Una persona que se psicoanaliza, si lo hace bien, no puede morir. Estas reflexiones me llevaron al gran descubrimiento de mi vida: Freud, el padre, el gran maestro del psicoanálisis, no pudo enfermarse y morir. Porque morir ha de ser, créanme, somatizar en serio. Evidentemente Freud ha de estar vivo, escondido en alguna parte. El motivo de estas líneas, ustedes lo adivinaron, es conseguir que un vasto número de personas haga circular un petitorio para que el padre del psicoanálisis vuelva a la cátedra, al consultorio, al seno de sus admiradores y amigos. Para que salga de su incómodo escondite y vuelva. El mundo lo necesita- Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes.
martes, 5 de enero de 2010
De Sandro a Roberto Sánchez
Acaba de morir Sandro y todos tienen algo para decir. El desfile de figuras mediáticas con anécdotas y opiniones y comentarios durará unas cuantas semanas o quizás (god no lo permita) todo el año. Fruto de la demagogia requerida por una audiencia aparentemente shockeada y el gusto de la prensa por hacer espectáculos para todo público de hechos fatales, las exageraciones están a la orden del día. Se habla de Sandro como alguien que resistió más que cualquier otro ser humano los embates de su enfermedad. Se habla de Sandro como el mejor amante, amigo y el más grande cantante. Se habla de Sandro como el introductor del rock en castellano. Todos estos supuestos, claro está, son incomprobables cuando no falsos. Se podría asegurar que Sandro nunca hizo rock ni perteneció al movimiento propiamente dicho (aunque capos como Javier Martínez y Charly García, entre otros, digan lo contrario). Sí practicó una emulación naif del rock and roll más básico y adaptó (con dudoso gusto) clásicos de algunos grandes artistas de la década del 60’ (Dylan y The Beatles). De ahí a compararlo con pioneros como Moris o Nebbia hay un gran y sinuoso camino. Tal vez el gesto más revulsivo que se le recuerde fue su baile, aunque habría que investigar si verdaderamente espantó algún burgués como ahora se asegura. Lo que Sandro fue en realidad es algo para nada despreciable: un gran artista popular. Categoría hoy inexistente entre tantas estrellas prefabricadas desprovistas del mínimo carisma (tal vez el último fue Rodrigo, pero en versión pocket comparado con el recién fallecido). Ya hacía bastante tiempo que estaba más allá del bien y del mal. Y gracias al mercado de valores posmo, de tan grasa terminó siendo el más cool de todos. La multiplicación de ridiculeces conformó un estilo único. El (des)equilibrio extraordinario para reflejar amores prohibidos, imposibles o meramente irracionales (el tipo de amor que añora la otrora muchacha de barrio hoy ama de casa aburrida que miraba sus bizarras películas -tan bien parodiadas por Alfredo Casaero en Cha Cha Cha- y se terminó casando con un Fulano X) se completa con una iconografía personal francamente novedosa: su forma de cantar, el temblor de sus caderas, el movimiento ilógico de sus pies, la risa fantasmagórica, los primeros planos de sus miradas incisivas, la bata roja. Todo un conjunto de elementos que lo convirtieron en un ser algo inaccesible y misterioso. Si a esto le sumamos high lights de la canción romántica como “Penumbras”, “Te propongo”, “Porque yo te amo” o “Así” y gemas del éxtasis colectivo (para cantar embriagados) como “Una muchacha y una guitarra” o “La vida sigue igual” no hay mucho que discutir, el tipo era enorme. Ahora bien, lo que más me interesa de Sandro es la distancia que había entre el ícono de la industria y Roberto Sánchez. Sandro era un haz de la música que temblaba en dramáticos espasmos mientras desgranaba frases como “Mas hoy que estoy tan solo y tan cansado de llorar/ quiero saber si tu querrías regresar/ junto a mi lado para amarnos otra vez” o “Tus labios de rubí/ de rojo carmesí/ parecen murmurar/ mil cosas sin hablar”. Roberto era un tipo gordito, muy ocurrente, derechoso, que vivía en Banfield y se casaba con mujeres que bien podían formar parte de la platea añeja de sus recitales. Y esos dos tipos convivían en él cual Jeckyll y Mr. Hyde. No es difícil imaginarlo después de un Gran Rex colmado con los pies en una palangana comiéndose un salamín. En 1991 grabó junto a Charly García y Pedro Aznar una versión de “Rompan todo”, el hit de Los Shakers. Ahí se lo puede escuchar en todo su esplendor, jugando a ser Elvis y forzando el registro de su voz hasta alcanzar alturas épicas. Hágame caso, apague TN y escuche ese tema una y otra vez. Sayonara. domingo, 3 de enero de 2010
París 1919
Qué buen disco, maldita sea. ¿Dónde estuve todos estos años, haciendo qué cosa tan importante como para no alabar día y noche París 1919 de John Cale? Ya mismo debe conseguir este disco, es una orden. Sí, no mire hacia otro lado, le estoy hablando a usted que ahora mismo está comiendo las sobras de un mantecol con el ventilador prendido en una postal tan típica como patética de los primeros días de enero. Seamos arbitrarios, digamos lo imposible: quizás éste sea el mejor disco de la historia. Como también lo pueden ser, al momento de la primera escucha, Hot Rats, Plastic Ono Band, Artaud, Marquee Moon, Libertango, Clics Modernos, Songs of Love and Hate, Let it Bleed, Pink Moon, Blood on the tracks, Berlín. Nueve canciones donde la luminosidad y la tristeza de la vida toman forma de música de escocés multiinstrumentista y mítico. Nueve canciones de las que no se puede obviar ninguna. Nueve canciones que llegan para quedarse en nuestro inconsciente colectivo repitiéndose cual mantras de un fucking mundo mejor. ¿Pop? ¿Rock? ¿Folk? Todo eso y mucho más. Algo raro sucedía por aquellos años, principios de los 70’, probablemente fuera la sensación de que las cosas que hoy nos parecen gastadas estaban por nacer. Poco es lo que se puede decir de una obra fundamental, cada palabra es la expresión cabal de lo que no se puede indicar. Porque el arte sublime, como el amor y otras yerbas, no se explica, se reconoce. De la serie de muchachos raros que alumbraron el rock de fines de los 60’ personificando el lado B del mainstreim, John Cale es el menos conocido. Mucho menos que su ex compañero de la Velvet, Lou Reed. Mucho menos que David Bowie. Muchísimo menos que Iggy Pop. Cale es un genio oculto pero quizás más prestigioso que sus primos. Su carrera está plagada de buenos discos. Desde el primero (Vintage Violence, 1970) al último (Black Acetate, 2005), exceptuando algunos resbalones, hay material para navegar y perderse. Pero París 1919 es mortal. Arranca con la balada “Child's Christmas in Wales”, destilando vitalidad y alegría y cierra con los murmullos alucinados de “Antarctica Starts Here”, para escuchar a oscuras un día lluvioso, con un whisky en el mano y una herida en la mente (no se trata de una canción de amor precisamente). En el espacio que hay entre esos dos extremos, el sustento de la obra. Las piezas aparentan ser simples y descansan su efectividad en el ojo clínico de Cale para las melodías. Su voz (extrañamente parecida a la de Ringo Starr), los arreglos sinfónicos, el dejo de melancolía, la discreción. Elementos dispares que se unen y terminan por consolidar un trabajo perfecto. Clásicos como el tema épico que titula el disco y “Hanky Panky Nohow” (similar a "How Kind of You", un track de Paul McCartney del año 2005) no necesitan presentación alguna. “Andalucía” es un ejercicio acústico bellísimo. “MacBeth” y “Graham Greene” entablan referencias literarias bastantes disparatadas y bordean el rock and roll más puro. Una versión más reciente de París 1919 incluye tomas alternativas de todos los temas que desprovistos de los arreglos orquestales quizás exuden aún más atemporalidad. Muy grande John Cale.David Lebón
“A mí siempre me pareció que "Dos edificios dorados" tenía un mensaje, no satánico, pero sí como mesiánico Yo estaba cuando Lebón la compuso y el tema no se iba a llamar así. Recuerdo que estábamos con la esposa de él de aquel entonces, Liliana Lagardé, y que estaba poniendo los títulos. En esa época, año 1973, más o menos, había una ley de SADAIC por la cual ningún tema podía repetir un título que ya estuviera. Y como los que él tenía ya habían sido usados, les ponía cualquier cosa. Ese se llama "Dos edificios dorados" como podría haberse llamado "Dos dulces de leche blandos". Otro se llama "32 macetas". Si yo no hubiera estado ahí y supiera como es la cosa, pensaría que es mentira”.
Por eso “Panadero ensoñado”, por eso “Iniciado del alba”. Quien le encuentra una vuelta irónica al insólito problema es el mismo Charly en “No se va a llamar mi amor”, ya en la década de los 80’. Se descarta que tal ley haya sido suprimida.
Editado en 1973, el mismo año de Artaud y Muerte en la catedral, David Lebón, el disco, es la mejor cara de David Lebón, el músico. También uno de los instantes irrepetibles del rock de acá.
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